viernes, 31 de agosto de 2018

¿Un Dios parcial?

Vivir en la opresión
El inicio de la narración de la situación del pueblo de Israel en Egipto, descrito en el libro del Éxodo, es dramático. Los israelitas padecen una situación grave de injusticia, de opresión, de servidumbre y claman al Dios de la Biblia.

«Durante este largo período murió el rey de Egipto; los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre, clamaron, y su clamor, que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios.
Oyó Dios sus gemidos, y acordose Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel y conoció»
(Éxodo 2,23-25).

Dios no abandona a su pueblo
Los israelitas, desde la opresión de la servidumbre, lloran y gritan a Dios. Su oración no es precisamente rutinaria, nace del dolor y del sufrimiento por la injusticia. Su única esperanza es en Dios. ¿El Señor los escuchará? ¡El Dios bíblico nunca se hace el sordo! No abandona a su pueblo, no se olvida de los que padecen injustamente.

Dios no es un mero observador de la historia –como en muchas ocasiones es presentado o imaginado–; Él escucha su clamor, recuerda su alianza, mira la humillación que están padeciendo, conoce a su pueblo.

Dios oye, se compadece, es fiel
En la antropología bíblica, escuchar, recordar y mirar son verbos, acciones que implican a toda la persona, que indican la totalidad. Dios se involucra en la historia humana, toma partido por los más débiles: los escucha, los mira compadeciéndose, es fiel a sus promesas.

Dios conoce a su pueblo
Dios también «conoce» a su pueblo. El verbo «conocer» en hebreo tiene un sentido de intensidad, de relación personal, de intimidad. El Dios de Israel no conoce superficialmente o de oídas, conoce en profundidad, hace suyo el sufrimiento del oprimido. Ama intensamente a sus hijos necesitados, se compadece de ellos.

Un Dios «parcial»
El Señor de la historia aparece como un Dios «parcial», Alguien que se pone del lado del más débil, del oprimido, del pequeño… Aquellos que no tienen quien les defienda, que nadie apuesta por su causa, tienen de su parte al Señor.

Dios ama por igual a todos sus hijos e hijos, pero le preocupan, le ocupan de una manera especial los más débiles, los más frágiles, aquellos que no cuentan a los ojos humanos…, pero son sus hijos predilectos. Es un Padre-madre que cuida amorosamente a sus pequeños. Así nos lo describe el libro del profeta Isaías: «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Isaías 49,15).

El narrador bíblico está preparando la teofanía en el monte Horeb, donde Dios se manifestará a Moisés. Dios actúa, se implica en la historia humana. El Dios de Israel, el Señor de la historia se involucra en la vida y en las vicisitudes de su pueblo, de sus fieles.

Para la oración
·                    Mi oración, mi diálogo con Dios nace desde la confianza de un hijo esperanzado, que se fía plenamente de su Padre. ¿Estoy realmente convencido que el Señor siempre escucha?
·                    ¿Creo en un Dios que se implica en la historia humana, en mi historia personal? O mi percepción de Dios es de Alguien lejano, ausente, que no se interesa para nada por mis problemas o preocupaciones, que «pasa» de nuestras inquietudes, alegrías o desgracias cotidianas, de las mías  y de las del mundo en general.
·                    Las situaciones de injusticia, de dolor, de opresión que sufren otros seres humanos ¿las siento como propias? ¿considero que son mis hermanos? O, por el contrario, ¿me autoconvenzo que no son mis problemas ni los de mi familia; que son extranjeros o inmigrantes que vienen a empobrecernos, a conseguir las ayudas sociales que nos corresponden sólo a nosotros; que trabajen, que solucionen sus dificultades en su país de origen? He de persuadirme, de convencerme, que esa actitud, esos criterios no tienen nada que ver con el mensaje de la Palabra de Dios, con el Evangelio de Jesús. O cambiamos de actitud o dejemos de llamarnos cristianos (seguidores de Jesús), porque es incompatible.
·                    Dios escucha, mira, recuerda, conoce… las desgracias del pueblo de Israel en Egipto. ¿Yo también escucho a quien me pide ayuda, a quien requiere mi atención, a quien necesita que alguien (yo, tú) le atienda? ¿Miro con compasión al necesitado, padezco con él su desgracia, la hago mía (compasión = padecer con)? ¿Recuerdo que el ser cristiano me compromete en el amor al prójimo como a mi mismo? ¿Conozco existencialmente su sufrimiento; lucho por acabar con toda clase de injusticia en un mundo injusto?
·                    El Dios de la Biblia es un Dios «parcial» que siente predilección por sus hijos más vulnerables, más pobres, más desamparados, por aquellos que sufren el horror de la guerra o la violencia de la persecución política, étnica o religiosa… Nosotros como seguidores del Dios de Jesús no debemos, no podemos permanecer impasibles, distantes, despreocupados ante estas situaciones:
«”Porque tuve hambre (dice Jesús) y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era forastero y no me hospedasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”.
Entonces también éstos replicarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te socorrimos?”.
El les responderá: "Os lo aseguro: todo lo que dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo lo dejasteis de hacer".»
(Mateo 25,42-45).

Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 682 [2018] 9-11)

viernes, 17 de agosto de 2018

Barcelona: hoy hace un año

Hoy hace un año de los atentados terroristas en Cataluña que sesgaron tantas vidas y dejaron diezmadas tantas familias, y el dolor continúa.

Acabo de volver de las Ramblas de Barcelona y he encontrado muchas personas haciendo memoria de ese día fatídico. Unos llorando, otros en silencio, algunos estábamos orando..., y la gran mayoría con un gran respeto por el memorial de estos eventos.

Es incomprensible que seres humanos atenten contra la vida de otros seres humanos en: Barcelona, ​​Madrid, París, Londres..., pero, también en Yemen, Siria, Arabia Saudí y, por desgracia, un largo etcétera.


Cuando aprenderemos a respetar a quien piensa o cree diferente; cuando nos daremos cuenta de que todo ser humano, por el hecho de serlo, es acreedor de una misma dignidad. Cuando seremos conscientes de que una persona es más importante que una idea religiosa, política o de cualquier tipo.

Al mediodía nos ha empapado una lluvia intensa, que nos ha hecho salir corriendo. Parecía que el cielo lloraba y se unía al dolor de un pueblo, al desconsuelo de la Humanidad...

Javier Velasco-Arias

viernes, 27 de julio de 2018

Dos mujeres audaces y misericordiosas

El libro del Éxodo, segunda obra de la Torá (más conocida en el mundo cristiano como Pentateuco) y de toda la Biblia Hebrea, nos narra la salida liberadora, o éxodo, del pueblo de Israel de Egipto. Pero todo comienza con la decisión valiente de dos mujeres que deciden oponerse, aunque de manera astuta y eficaz, a los planes del Faraón.

Contexto histórico
La situación con la que se inicia la narración es muy diferente a la de la historia de «José y sus hermanos». Inmediatamente después de enumerar las familias hebreas que entraron en Egipto, el narrador nos traslada a una época difícil para los sucesores de los hijos de Jacob-Israel (Éxodo 1,1-14).

Un período penoso, duro, en el que serán tratados como esclavos y sometidos a un trato denigrante. El rey de Egipto opresor será plausiblemente Ramsés II (s. XIII a.C.), aunque el autor sagrado no nos proporciona su nombre: por desconocimiento o de forma consciente; no lo sabemos con certeza. El ser obligados a trabajar en la construcción de la ciudad de Pi-Ramsés (Éxodo 1,11) avala la hipótesis de quién es el Faraón de aquella época.

Esclavitud del pueblo de Israel
La vida del incipiente pueblo de Israel no es nada fácil. El relator nos la describe someramente, pero con gran intensidad: «Los egipcios sometieron a los israelitas a cruel servidumbre, y amargaron su vida con rudos trabajos en arcilla, en adobes, en todas las faenas del campo y en toda suerte de labores, acompañadas de malos tratos» (Éxodo 1,13-14). Los verbos y sustantivos que descubrimos en el texto no dejan lugar a dudas: sometidos, cruel servidumbre, amargaron su vida, rudos trabajos, malos tratos…

Si esto no fuera suficiente, el rey de Egipto decide asesinar a todos los recién nacidos varones, con el fin de evitar que con el tiempo se conviertan en posibles soldados contra él y contra Egipto (Éxodo 1,15-16.22).

Dos mujeres: Sifrá y Púa
Pero entran en escena dos mujeres egipcias, parteras de profesión. Ellas serán las encargadas de ejecutar las órdenes del monarca y consumar el infanticidio de los niños hebreos. Son dos mujeres con nombre: Sifrá y Púa. Es curioso que para el narrador bíblico estas dos mujeres tengan nombre, el Faraón, no (Éxodo 1,15). El protagonismo de las dos no puede pasar desapercibido para el lector-oyente del relato: serán ambas instrumento de la misericordia del Dios de Israel.

Dos mujeres valientes, osadas, audaces. Capaces de poner en peligro su propia integridad física por oponerse a unas ordenes injustas, inicuas, inmorales, arbitrarias... Pero, inteligentes; justifican su desobediencia en la imposibilidad de cumplirla: «Es que las hebreas no son como las mujeres egipcias. Son más vigorosas y dan a luz antes que llegue la partera» (Éxodo 1,19). Actúan de forma ilegal (desobedecen una ley), pero justa y misericordiosa: no siempre se identifican legalidad y justicia. Su profesión (parteras) implica dar la bienvenida a la vida, ayudar a que ésta se abra camino; no sesgarla, destruirla. Ello significará la alabanza del narrador y el favor del Dios todo misericordia: «Dios favoreció a las parteras. Y el pueblo seguía creciendo y fortaleciéndose. Por haber temido a Dios las parteras, él les concedió numerosa descendencia» (Éxodo 1,20-21).

Para la oración
  • El texto narrativo es de una gran belleza. Los protagonistas del relato no dejan a nadie indiferente. Y la situación descrita nos proporciona abundantes pistas para nuestra oración.
  • Las situaciones de injusticia son de entonces y siguen siendo, por desgracia, de actualidad. ¿Qué actitud adopto ante dichas injusticias? ¿Soy mero espectador o me implico en la solución, según mis posibilidades?
  • Los medios de comunicación (prensa, revistas, TV, Internet, etc.), en muchas ocasiones, nos vuelven inmunes, meros observadores distantes de atropellos de los derechos humanos, de violencia gratuita, etc. Y dichas noticias se convierten, con frecuencia, en informaciones en las que no nos sentimos implicados. Con lo que, en cierta manera, nos convertimos en cómplices de dichas situaciones. ¿Qué debo hacer, como cristiano, para salir de la «rueda» de la indiferencia generalizada?
  • Las dos parteras de nuestra narración, Sifrá y Púa, se implicaron activamente en evitar la injusticia, a sabiendas que dicha actitud les podría complicar mucho la vida; podían ser represaliadas muy duramente (cárcel, torturas o, incluso, ajusticiadas) por su desobediencia manifiesta. ¿Hasta dónde estoy yo dispuesto/a a involucrarme por defender los derechos de los otros?
  • ¿Cómo defiendo la vida? Frente al aborto, la eutanasia, pero también… la violencia contra las personas, las situaciones de injusticia crónicas, los derechos de los más vulnerables…
  • El participar económicamente, de forma periódica, con alguna ONG de confianza es inexcusable. Pero, no puedo conformarme, o acallar mi conciencia, con dar algo de dinero (de lo que me sobra). Mi compromiso ha de ser más activo: participar en campañas, manifestaciones, recogida de firmas, ceder parte de mi tiempo o de mis vacaciones, etc. Cada uno debe valorar lo que puede y lo que debe hacer. Cada mujer y cada hombre es mi hermana, mi hermano (de cualquier raza, origen, religión…). Católico significa «universal»: ¿me lo creo o lo utilizo como una etiqueta excluyente?
Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 681 [2018] 9-11)

jueves, 26 de julio de 2018

Los abuelos de Jesús

Hoy, 26 de julio, es el santo de los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, patrones de todos los abuelos y abuelas.

«Y, al día siguiente (Joaquín) presentó sus ofrendas, diciendo entre sí de esta manera: Si el Señor Dios me es propicio, me concederá ver el disco de oro del Gran Sacerdote. Y, una vez hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en el disco del Gran Sacerdote, cuando éste subía al altar, y no notó mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: "Ahora sé que el Señor me es propicio, y que me ha perdonado todos mis pecados. Y salió justificado del templo del Señor, y volvió a su casa".
Y los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: "¿Qué he parido?". La partera contestó: "Una niña". Y Ana repuso: "Mi alma se ha glorificado en este día". Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María.»
(Protoevangelio de Santiago [apócrifo] V,1-2)

lunes, 16 de julio de 2018

Lectura creyente de la Palabra de Dios

La diócesis de Santander vive su vigésimo tercer año en lo que respecta a la animación bíblica. Desde su inicio se ha hecho un largo y fructífero camino en torno a la luz de la Palabra de Dios.

Todo comenzó con la preparación al Año Jubilar 2000. Tres años antes, surgió la pregunta en el seno del Consejo Presbiteral: ¿Qué ha de significar evangelizar en el 2000, en esta Iglesia diocesana? La respuesta fue que había que acercar el evangelio al pueblo de Dios. Y esto había que realizarlo de forma fácil y comprensible, en tono existencial, hasta percibir su incidencia en la vida habitual de los creyentes.

El entonces obispo de Santander, D. José Vilaplana, encargó a la Casa de la Biblia, en la persona de su director, D. Santiago Guijarro, la preparación de un material que respondiera a esta inquietud. La idea era poder leer cada año un libro de la Biblia. Se llevaron a cabo unas jornadas de preparación para designar los animadores de grupos (a los que se les preparaba de forma sencilla) Y se hizo la convocatoria general en las parroquias. La respuesta para la formación de grupos fue numerosa, no menos de cuatro mil. Y se pusieron en funcionamiento los grupos en reuniones semanales o quincenales. Desde entonces se ha hecho un largo recorrido tanto por el Nuevo como por el Antiguo Testamento, así como también se ha realizado los ciclos dominicales. En diversos años se han realizado también las llamadas Semanas Bíblicas en las parroquias, así como alguna peregrinación a Tierra Santa.

Su dinámica está inspirada en el esquema de la Lectio Divina. Se parte de la vida, lectura del texto con explicaciones, se interpreta desde la vida actual y se termina orando lo acogido. En este sentido, la clave no está en aprender grandes conocimientos bíblicos, sino en dejarse interpelar por la Palabra y desembocar en la conversión.

¿Valoración? Ha sido y es una de las experiencias pastorales más significativas de la vida de nuestra iglesia. Por la generación de grupos parroquiales, por la familiaridad con la Palabra de Dios, por su aportación al crecimiento de la fe, hasta culturalmente por su aportación a la lectura de personas que no leían, por el descubrimiento de lo que ahí había y se desconocía.
¿Claves importantes en su desarrollo? El que se estableciera como objetivo central y fundamental en el Plan Diocesano de Pastoral de aquellos años. Y también el que se constituyera el Servicio Bíblico Diocesano, dependiente de la Delegación de Catequesis, encargado de proponer, animar y ayudar en toda la dinámica del proceso.

La realidad actual es de alrededor de cien grupos diferentes de animación bíblica de la pastoral, que se reúnen asiduamente para compartir la Palabra de Dios.

Juan J. Valero Álvarez

viernes, 11 de mayo de 2018

Una historia ejemplar

A modo de novela
La «novela» ejemplar (si preferimos: novela histórica o historia novelada) de José o de «José y sus hermanos», ocupará una gran parte del libro del Génesis: del capítulo 37 al 50 (el final del libro), con dos paréntesis en los capítulos 38 y 49, en las que el narrador introduce dos historias menores, aunque sumamente curiosas (que no comentaremos en esta ocasión).

Un hijo predilecto
José es el hijo menor de Jacob (aún no ha nacido Benjamín) y el preferido de su padre, en una familia de once hermanos, de cuatro madres diferentes. La predilección paterna por José será motivo de envidias e intrigas entre los hermanos; además de él tener muy asumido su situación privilegiada que no duda en ostentar ante sus consanguíneos. Os invito a leer el texto íntegro, que nunca puede sustituir ningún comentario.

Envidia de los hermanos
Los hermanos deciden vengarse de José y alguno incluso no le importaría llegar hasta el asesinato fraticida. Al final, deciden vender a José como esclavo a unos mercaderes madianitas que lo llevarán a Egipto, donde se desarrollará la mayor parte de la historia que nos ocupa. Y los hermanos hacen creer a su padre que ha fallecido, devorado por una fiera.

Nueva vida
Los madianitas lo venden como esclavo a Putifar, un funcionario real egipcio (Génesis 37,36; 39,1). Las cosas le van bien, hasta que es acusado falsamente por la esposa de Putifar de haberla acosado sexualmente, cuando en realidad es en represalia por sentirse rechazada y despechada. José acaba en la cárcel.

En prisión conocerá a otros dos funcionarios reales, a los que José interpreta sus sueños, que, cómo él predice, significará el ajusticiamiento de uno y la libertad del otro (40,1-23). El compañero de prisión liberado, con el tiempo, sugerirá al monarca de Egipto, al Faraón, que José es la persona que podrá liberarle de la angustia de unos extraños sueños que nadie de su reino sabe interpretar.

Rectitud de José
José aparece en la narración cómo un hombre íntegro, sabio y fiel a Dios. La auténtica sabiduría es un don de Dios y no responde a artes mágicas o conocimientos ocultos: éste es el mensaje que se desprende del relato. El protagonista de la historia se mantiene honesto, insobornable, fiel a su fe, a pesar del exilio y de las circunstancias adversas.

El anuncio de José al Faraón de unos años de escasez, de hambre, después de un período de abundancia, cambiará la suerte de nuestro personaje. El monarca lo nombra visir y responsable de administrar las cosechas de Egipto, para que cuando llegue la carestía no halle al país desprevenido, sino que haya reservas más que suficientes (Génesis 41).

Reencuentro fraterno
La situación de carestía generalizada hará que los hermanos de José viajen a Egipto, para abastecerse de alimentos que en su tierra no encuentran. Los diferentes encuentros entre los hermanos, que no reconocen a José, son de una gran belleza narrativa (Génesis 42-45). El perdón sin resentimiento de José a sus hermanos, el amor fraternal, el reconocer la mano de Dios en las situaciones límite… nos muestran a un hombre bueno, misericordioso, sabio, fiel  (45,4-15).

Jacob-Israel bajará a Egipto y se instalará en Gosén, junto a toda su familia (46,26-34). La «historia» preparará la narración del segundo libro de la Biblia Hebrea, del Éxodo, en la que los descendientes de Israel se convertirán en el Pueblo de Dios, después de su liberación de la opresión egipcia. Pero eso es otra historia, para una próxima ocasión. Nuestro relato acabará con la muerte de José (Génesis 50), después de una estancia idílica de él y toda su familia en el país de Egipto.

Para la oración
  • Las cuestiones posibles para meditar, para llevar a la oración, personal o comunitaria, son muchas. La «historia» de José está repleta de enseñanzas éticas y de valores y actitudes a practicar, a vivir.
  • La predilección de los padres por un hijo determinado es «caldo de cultivo» de envidias, rivalidades, incluso, odios entre hermanos. Los padres, madres, abuelos, educadores… hemos de revisar si caemos, o podemos caer, en favoritismos a la hora de relacionarnos con ellos. Los niños, los adolescentes, los jóvenes no son tontos: perciben estas situaciones como agravio, como desamor, como desprecio. Y las consecuencias pueden ser graves.
  • José es un hombre íntegro. No accede a las insinuaciones sexuales de la mujer de Putifar y acabará, a causa de ello, en la cárcel. ¿Yo soy capaz de resistir los «cantos de sirena» a los que con frecuencia me somete una cultura altamente sexualizada, donde la pornografía explícita es el «pan de cada día», en la que la genitalidad sustituye con frecuencia a la auténtica sexualidad? Y no es cuestión de volver a tiempos, felizmente superados, en los que el sexto y el noveno mandamientos eran los únicos «mandamientos» contra los que se pecaba. Ni a ser mojigatos en los temas referentes a la sexualidad o al erotismo. Pero la auténtica sexualidad humana, el sano erotismo, o están integrados en el amor, en la entrega mutua o difícilmente les podemos poner el adjetivo de «humano».
  • ¿El perdón, el amor fraternal… superan las barreras del odio, de la venganza, del «ojo por ojo y diente por diente»? A la pregunta que le hicieron a Jesús sobre el número de veces que he de estar dispuesto a perdonar, respondió: «No te digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mateo 18,22).
  • La auténtica sabiduría es un don de Dios. ¿Soy consciente de ello? o ¿prefiero jactarme, delante de los demás, de mis valores y logros?
Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 680 [2018] 9-11)

miércoles, 28 de marzo de 2018

El libro de las Lamentaciones: sorpresas y más (II)

Tercera sorpresa:
De «esto se ha escrito hace tantísimo tiempo», a descubrir que todavía hoy está vigente y me sirve a mí.

Reconozco que me adentro en un tema muy poco «exegético» y descaradamente de espiritualidad bíblica. La cuestión es que releyendo el libro y, sobre todo, haciendo caso a los apuntes, llevando el texto a la oración, he descubierto que los lamentos hablan de Jerusalén pero no solo de Jerusalén.

Entonces... me explico: Hablar de Jerusalén es hablar de un pueblo formado por personas, es hablar de un tiempo, de un lugar y de unos nombres concretos, pero también es hablar de una realidad interior que trasciende en el tiempo y, por tanto, que puede incluso alcanzarnos a nosotros tanto como pueblo de una tierra concreta pero también como Pueblo de Dios, como Iglesia.

Los lamentos por la ciudad perdida me han recordado nuestros lamentos porque «la Iglesia ya no es lo que fue»; lamentos nostálgicos de un poder más temporal que espiritual; lamentos que echan la culpa a los «babilonios» de hoy, o incluso a Dios, pero que tarde o temprano deben enfrentarse a la realidad: el que profiere el lamento acaba por descubrir que forma parte de la causa de su desgracia porque ha sido infiel al plan de felicidad de Dios.

Una convicción:
Cuanto tienen de sapienciales los históricos y de históricos los sapienciales.

Cuando abordamos el estudio de los libros bíblicos, para facilitar su conocimiento y comprensión acudimos a compartimentar según las características de los libros y, así, dividirlos en históricos, sapienciales y proféticos.

Conforme vamos ahondando en ese estudio descubrimos que en cada libro se puede llegar a contener más de un género literario y que, por tanto, hay grandes espacios de intersección entre los diferentes libros.

Leyendo, pues, el Libro de las Lamentaciones he descubierto que me iluminan el período de la historia conocido como Exilio y que, por tanto, un texto sapiencial me ilumina la historia.

Y, pensándolo bien, ocurre lo mismo cuando se leen los libros históricos: transmiten sabiduría.

Un recuerdo:
El recuerdo de mi padre y los lamentos del cante jondo.

Mi padre, fallecido hace cinco años, era un apasionado del flamenco. No del flamenco-pop o flamenco-fusión, sino que era un purista del flamenco, del cante jondo (a excepción del flamenco-rock de Triana o Alameda, que sorprendentemente le encantaba).

A lo que voy, los lamentos del libro bíblico me han recordado los quejios del flamenco. Recuerdo como mi padre me explicaba que esos quejios, que yo no acababa de entender, eran quejidos, lamentos, salidos de las entrañas (creo que podemos decir del alma) por los cantaores que, además, en su mayoría eran cantautores: Fosforito, José Menese, Manuel Gerena, El Cabrero... cantaores, además, que estuvieron muy comprometidos con las peticiones de libertad, justicia y democracia durante el franquismo.

En los últimos años de vida de mi padre me pasaba horas con él escuchando flamenco (cada semana le regalaba un cd nuevo) y él me iba explicando y yo iba entendiendo. Incluso le regalé ir juntos a un concierto de Miguel Poveda. Y ya fallecido, heredé sus cds más queridos para así escucharlos, seguir intentando entender y recordar sus explicaciones de por qué de los lamentos y como debemos luchar para combatir la injusticia: el lamento puede ser el primer paso y la solidaridad con él debe ser el segundo.


Quique Fernández

viernes, 23 de marzo de 2018

El libro de las Lamentaciones: sorpresas y más (I)

Primera sorpresa:
De «cómo quién no tiene culpa de nada» a ser realmente la causa.

Leyendo el «Libro de las Lamentaciones», al inicio del capítulo 4,1-4 me doy cuenta que esa «música» me está sonando, vuelvo hacia atrás y compruebo que el inicio del primer capítulo de este mismo libro (1,1-4) presenta unas ciertas similitudes, lo cual aunque me haya llamado la atención, no me extraña porque ya me he dado cuenta que, a imagen de los sollozos, del sufrir el dolor, el libro es reiterativo.

Pero, en cambio, leyendo y releyendo sí me doy cuenta que me produce sorpresa el que estos dos textos «casi» paralelos contengan unas reseñables diferencias que acaban marcando, aunque algo escondida, una enorme diferencia. Me explico:

En 1,1-4 se nos relata un pueblo caído en desgracia que...

«Se ha quedado como una viuda... Pasa la noche llorando... No hay nadie que la consuele... todos sus amigos la han traicionado, se han convertido en enemigos... en la más dura esclavitud... nadie acude a las fiestas...¡y qué amargura hay en ella!»

No parece, para nada, culpable de su situación, más bien parece que todo lo que le sucede le ha caído del cielo, que Jerusalén es completamente ajena a lo que le acontece.

En cambio, en 4, 1-4, aunque también se nos relata la desgracia en forma de lamento, están inseridas unas expresiones que nos hacen, si nos fijamos, concluir que la «desgracia» no le es ajena, sino que ella misma, Jerusalén, algo ha tenido que ver...

«se ha empañado el oro más puro! Las piedras sagradas están tiradas en todas las esquinas. Hasta los chacales presentan las ubres para amamantar a sus cachorros; pero la hija de mi pueblo se ha vuelto cruel...».

La ciudad de Jerusalén, sus habitantes, tiran por las esquinas las piedras sagradas, se asemejan a chacales, se ha vuelto cruel... insisto en que en estas expresiones se encierra el hecho de la que Jerusalén ha sido infiel a su Dios. Han entrado en una dinámica de alejamiento que acaba llevando a la infelicidad.

Al final, creo que podemos convenir que en el capítulo 1 se nos está adelantando las consecuencias del pecado que señala el capítulo 4. Es, increíble, uno de los primeros feedback de la historia.

Segunda sorpresa:
De «no ver nada claro ni salida alguna» a encontrar al Dios esperanza y misericordia.

Uno va leyendo y leyendo, y ya va por la mitad del capítulo 3 y... que oscuro anda esto, no lo veo nada claro ni encuentro salida alguna. Tan solo tropiezo con angustia y, por ello, con mucha desesperanza. Pero... ¿no éramos los elegidos? ¿Nos habrá abandonado Dios? ¿Preferirá a los babilonios? ¿O acaso serán los dioses babilonios más poderosos que nuestro Dios?

Es inevitable hacerse preguntas, que intentan responder a la incertidumbre, aun más pronunciada por el aparente silencio de Dios, que acaba desembocando en mayor incertidumbre, en desánimo, en desesperanza...

Pero llegamos a 3,19 y, sorpresa, hay agua en el oasis, el horizonte muestra otro paisaje:

«Pero me pongo a pensar en algo y esto me llena de esperanza:
La misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión;
ellas se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad!» (3,21-23).

Esperanza, misericordia, compasión, fidelidad, bondad, perdón, salvación... ¡y tanto que cambia el panorama! Ya no estamos ante un callejón sin salida sino ante un túnel en el que se ve la luz de la salida, la luz de la misericordia de Dios que nos regala esperanza. 

Quique Fernández 

domingo, 18 de marzo de 2018

Primeras impresiones sobre el libro de Job (II)


Todavía, antes de que acabe el segundo capítulo y, con él, el prólogo del libro, nos encontramos con una vuelta de rosca más. Cuando parece que nada puede ir a peor… el Maligno va y lo propone: «Extiende tu mano contra él y tócalo en sus huesos y en su carne: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» (2, 5).

Ahora yo no solo ha de luchar contra el peligro de que su naturaleza caída se rebele contra Dios, sino que también lo tendrá que hacer contra los malos consejos de su mujer: «¿Todavía vas a mantenerte firme en tu integridad? Maldice a Dios y muere de una vez» (2, 9). Y lo hace con una razonada fidelidad: «Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?» (2, 10).

Todo este cuadro de paisaje desolador, de desierto inhabitable, tiene su oasis de gracia: la actitud de fidelidad de Job. Ello me hace pensar en un tema que me parece muy importante teológica, espiritual y pastoralmente: la espiritualidad de la aceptación. Mientras las cosas les van mal a los demás, les animamos con consejos que, después, si nos va mal a nosotros, no nos los aplicamos. De alguna manera, podríamos decir que pedimos a los demás que acepten lo que nosotros no estamos dispuestos a aceptar.

Aparecen en escena los amigos de Job, que de inicio le acompañan en silencio y escuchan su lamento de dolor profundo: «¡No tengo calma, ni tranquilidad, ni sosiego, sólo una constante agitación!» (3, 26). La cuestión es que en ese grito de dolor del justo maltratado «injustamente» yo oigo las palabras de Jesús en Getsemaní: «Si es posible que pase de mí este cáliz…» (Lc 22, 42). Y con Jesús y con Job oigo el lamento de tanto sufrimiento en el mundo: niñas prostituidas, niños soldados, indios del Amazonas a los que les roban su tierra, personas de raza negra a los que se les trata como animales, pobres que malviven recogiendo basura en los vertederos donde, además, viven, duermen y respiran. La lista es tan larga…

De entre los amigos, el primero que toma la palabra es Elifaz de Temán, para hacer una pregunta incisiva: «¿Acaso tu piedad no te infunde confianza y tu vida íntegra no te da esperanza?» (4, 6). Perdón de antemano por la expresión que me sale del alma, por mucho que sea muy poco académica: ¡Uaaaaauuuuu! ¡Vaya preguntita! El amigo dispara a dar. Imposible evitar el impacto. Es, definitivamente, una llamada a una fidelidad coherente. Porque, como nos dice Jesús, «si la sal se desvirtúa», ¿quién será la sal del mundo?
Y a continuación sigue con un discurso que empieza con estas preciosas palabras que contienen una brillante idea: «Yo, por mi parte, buscaría a Dios, a él le expondría mi causa» (5, 8).

 Conforme voy leyendo el discurso tengo la sensación que la letra y música me suenan. Expresiones como: «Él realiza obras grandes e inescrutables, maravillas que no se pueden enumerar» (5, 9); «Pone a los humildes en las alturas y los afligidos alcanzan la salvación» (5, 11); «Hace fracasar los proyectos de los astutos para que no prospere el trabajo de sus manos» (5, 12);  «Sorprende a los sabios en su propia astucia y el plan de los malvados se deshace rápidamente» (5, 13). Me parece estar escuchando una versión muy cercana al Magnificat.

Quique Fernández

viernes, 16 de marzo de 2018

La Historia de la Salvación. A través de los personajes bíblicos

El «Museu Bíblic Tarraconense» y el Arzobispado de Tarragona acaban de publicar:

La Història de la Salvació. A través dels personatges bíblics

En esta obra hemos participado un grupo de miembros de la «Associació Bíblica de Catalunya», en la mayoría biblistas y algún animador bíblico.

El contenido del libro busca aproximar algunos de los personajes bíblicos más significativos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, al gran público. Por consiguiente, tiene una intención tanto didáctica como pastoral.

El Museo Bíblico de Tarragona ha estrenado una colección de figuras bíblicas en barro, realizadas por el artista Carlos Delgado Muñoz; ambientadas en unos fondos paisajísticos, pintados en acuarela por el artista Jordi Lluis Rovira Canyelles.

El coleccionable, hecho después libro, es una serie de comentarios breves sobre cada uno de estos personajes.

Como comenta el director del Museo, Andreu Muñoz Melgar: «Tenemos la esperanza que este material pueda ser útil a creyentes y no creyentes en un intento de aproximar, un poco más, la riqueza espiritual y cultural de las Sagradas Escrituras a toda la sociedad»

Esperemos que llegue al mayor número de personas posibles.

Javier Velasco-Arias

lunes, 12 de marzo de 2018

Apuntes sobre la Sabiduría de Dios


Primeras impresiones sobre el libro de Job (I)

Empieza el libro presentando a Job como un «hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,1). Es casi imposible decir algo más y mejor de un hombre. Este hombre es lo que podemos llamar, si nos alejamos del sarcasmo del mundo, un hombre bueno.
Y parece aun más relevante y meritorio cuando también se nos informa que «era el más rico entre todos los Orientales» (1,3). Pero queda bien claro que su bondad y generosidad es mayor que su riqueza material, cuando leemos que no solo reza por y para él, sino que reza también por y para sus hijos, con un razonamiento generoso y misericordioso: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón» (1,5)-

Un diálogo entre Dios y el Maligno, el Adversario, va a torcer esa maravillosa felicidad hasta límites inimaginables. El Señor dice: «¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,8). A lo que el Maligno responde: «Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» (1,11). Esta es una acusación que muchos cristianos pueden haber recibido muchas veces: la fe en situaciones cómodas de Primer Mundo es fácil de vivir. Eso que tiene una cierta parte de razón, se desmonta con tantos creyentes, cercanos a Job, del Tercer Mundo, que es donde más está creciendo el cristianismo. Y es que a veces ocurre que nos miramos demasiado el ombligo y creemos que el prototipo de fe de occidente es el que debe servir como modelo a todo el orbe. Y que el Papa escribe solo para nosotros los occidentales.

Después de perder todos los bienes que poseía, también pierde a sus hijos: «de pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude escapar para traerte la noticia». (1,19).

Tengo una sensación que si no la digo reviento. Necesito para ello tomar un ejemplo de nuestros días. Existe una serie llamada «Cuéntame» protagonizada por la Familia Alcántara. Esa familia es modelo, prototipo, de la familia media española de los años 50-60-70... Claro, si no queremos tener que estrenar protagonistas nuevos cada semana (con sus consiguientes actores diferentes) pues se va a dar un efecto inevitable: todo le tiene que pasar a esa familia. Todo hasta rayar el ridículo. Porque pase que una hija se enamore de un hippy, o de un maduro separado, o de su párroco... pero todo en la misma chica, lo dicho, roza el ridículo. Pues bien, eso es lo que le ocurre a Job, que todo le ocurre a él. Él, como único protagonista de su libro, recibe todas las situaciones con las que el autor desea ejemplarizar.

Pero la respuesta de Job, he aquí el target de presentación de este libro, es que sigue siendo fiel a Dios. Si tuviésemos delante el trabajo de hacer un tráiler sobre una película de la vida de Job… tras unas cuantas escenas dramáticas aparecería la respuesta desnuda (se lo han quitado todo) de fidelidad. Todavía anda en carteleras la película «La montaña entre nosotros», donde los protagonistas sufren un accidente de avión en mitad de las montañas nevadas. Tras la escena del accidente, con imágenes nerviosas, ruidosas, llega la escena del silencio, la imagen de la montaña silenciosa y solitaria, el protagonista se encuentra «desnudo de todo» ante la majestuosidad de la montaña. Siento que lo mismo le ocurre a Job, que en ese espacio de dolor, de soledad, de desnudez de bienes… ahí sigue encontrándose con Dios. Y muy importante, no es un dios-magia que le quita el dolor. No, el dolor persiste. Pero sí que es un Dios que llena su vida de convicción. Tanto como para seguir diciendo: «¡Bendito sea el nombre del Señor!» (1,21).

Quique Fernández

viernes, 9 de marzo de 2018

Dos hermanos enfrentados


En esta ocasión os propongo leer y meditar la historia de los dos hijos del patriarca Isaac y la matriarca Rebeca: Esaú y Jacob. Una narración que comienza en Génesis 25,19 y se extenderá por algunos capítulos de este primer libro bíblico. Incluso será la clave de lectura del conflicto endémico entre dos pueblos (hermanos), Edom e Israel, que encontraremos en diferentes narraciones bíblicas. Es un texto donde se mezclan valores y contravalores, la vida real, donde Dios continúa interviniendo.

La oración del indigente
Como percibimos, con cierta frecuencia, en los textos bíblicos, la esterilidad femenina que es vista como algo negativo en la antigüedad (el no tener hijos es lo peor que lo podía pasar a una mujer), es ocasión para una acción extraordinaria de Dios. Y de la misma manera que Sara, esposa de Abrahán, concibió gracias a la acción de Dios, también Rebeca: «Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió» (Génesis 25,21). La acción de Dios se hace presente escuchando la suplica del necesitado. El débil, el indigente, el pequeño siempre son objeto de la predilección divina.

El fruto del vientre de Rebeca serán dos hermanos gemelos: Esaú y Jacob. Dos hermanos que personifican a dos grandes pueblos: Edom e Israel. Dos naciones que estarán en conflicto continuo a lo largo de la historia.

El mayor es presentado como cazador y rudo, mientras que Jacob es descrito como un hombre tranquilo, pacífico, integro (diversas traducciones posibles de la expresión hebrea tam) y pastor nómada.

El hambre de Esaú
La escena sitúa a los dos hermanos ya adultos, dando un gran salto cronológico. Jacob está cocinando un guiso rojo (25,30), unas lentejas, aclarará el narrador después (25,34). El juego de palabras entre rojo y Edom (de la misma raíz en hebreo) justifica el nombre por el que será conocido el pueblo descendiente de Esaú. Esaú accede a «cambiar» o «vender» sus derechos de hijo mayor, de primogénito, por el guiso que está preparando su hermano. Sus ganas de comer, su ansiedad le ciegan la responsabilidad adquirida como heredero. Ocasión que aprovecha astutamente su hermano menor Jacob.

El engaño de Jacob
Esta circunstancia junto con el engaño posterior de Jacob a su padre, ya ciego, con la complicidad de su madre Rebeca, para recibir la bendición de primogénito (cf. Génesis 27), harán que se desate un grave antagonismo entre los dos hermanos, un odio a muerte.

Jacob suplanta a Esaú con el fin de hacerse con los derechos del hermano mayor, de la primogenitura que astutamente ha conseguido de su hermano. Y no se para ante la mentira, el disimulo, el fraude para conseguir lo que quiere. Curiosamente, a pesar de estas circunstancias, el plan de Dios se cumple. «Dios escribe recto con renglones torcidos» (frase atribuida a Teresa de Jesús, aunque de origen incierto).

Una herida por cicatrizar
Pero el engaño traerá funestas consecuencias, que no podemos obviar. La reconciliación será costosa, difícil e incompleta (Génesis 33,1-17). La historia posterior corroborará que la herida abierta entre estos dos hermanos, estos dos pueblos, nunca llegó a cicatrizar del todo.

Para la oración
·                     Los temas para llevar a la plegaria son varios; cada persona ha de elegir la temática o las cuestiones que más inciden en su existencia personal y comunitaria: la fuerza de la oración, el plan de Dios, la predilección por los pequeños, los conflictos fraternales, el papel de los padres en la educación, el engaño y el fraude…

·                    La oración, en muchas ocasiones, consigue lo aparentemente imposible. Hemos de poner nuestra confianza en la acción de Dios y no desfallecer. Isaac y Rebeca son ejemplos de una oración esperanzada, como rezamos en el libro de los Salmos: «Mi corazón, Señor, no es altanero, ni mis ojos altivos. No voy tras lo grandioso, ni tras lo prodigioso, que me excede, mas allano y aquieto mis deseos como el niño en el regazo de su madre: como el niño en el regazo, así están conmigo mis deseos. Tu esperanza, Israel, en el Señor, desde ahora, para siempre. (Salmo 131).

·                    Pero todo no es laudable en la actitud de los diversos personajes. Esaú es un inconsciente y un irresponsable cuando es capaz de «cambiar» su primogenitura por un plato de lentejas. Lo inmediato prevalece sobre lo realmente importante. Y ¿en mi vida? ¿Sé realmente priorizar en cada ocasión? ¿Tengo siempre presente lo que es realmente importante o me dejo habitualmente llevar por lo inmediato, lo tangible, las «exigencias» del aquí y ahora?

·                    O Jacob y su madre Rebeca que utilizan la mentira, el fraude, la deslealtad para conseguir sus fines, aunque estos sean buenos. ¿El fin justifica los medios? ¿No somos conscientes que todo no vale para obtener resultados? La persona religiosa y la persona honrada saben que el «todo vale» no es una opción ética, aunque el motivo sea bueno.

·                    Una vida incoherente y egoísta lleva siempre al conflicto. El enfrentamiento con el otro es consecuencia de dichas actitudes. Y el narrador bíblico nos recuerdo que el otro siempre es tu hermano al que debes amar, hijos ambos del mismo Padre. Edom e Israel serán dos pueblos siempre enfrentados, pero en el plan original de Dios son hermanos. ¿También yo considero al otro mi hermano o mi hermana?, sea quien sea.

·                    Dios es el Señor de la Historia. Esto nos da esperanza y confianza. Ya que a pesar de nuestras innumerables «meteduras de pata» el plan de Dios prevalecerá. Pero no se lo pongamos cada vez más difícil.

Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 679 [2018] 9-11)


viernes, 2 de marzo de 2018

La Sabiduría de Dios


Primeras impresiones sobre el libro de Proverbios

De entrada, ya en el primer versículo, se me informa que el autor de este libro, de estos proverbios es «Salomón, hijo de David, rey de Israel» (1, 1). Me es conocido desde jovencito por aspectos anecdóticos: su sabiduría por la famosa escena de proponer cortar a un niño en dos; su pasión desmesurada por la Reina de Saba, plasmada en el cine…

Pues bien, la experiencia lectora unida al estudio bíblico acumulado, me despierta dudas razonables de que todo el libro, todos los proverbios, sean de Salomón.

Tras la autoría viene la finalidad de la obra: «para conocer la sabiduría y la instrucción, para entender las palabras profundas» (1, 2). Me resulta esclarecedora la conexión entre «sabiduría» y «palabras profundas», y no me da tiempo a preguntarme sobre qué tipo de palabras profundas habla porque inmediatamente se citan la justicia, la equidad y la rectitud. Y me digo: ¡Casi nada! ¡Esto va en serio!

Y al leer lo que sigue, «para dar perspicacia a los incautos», me llega la sensación de estar ante un texto que, si no me lo dicen, pienso que es muy actual. Pero aun sabiendo que se trata de un libro del Antiguo Testamento, vislumbro que es de los que hace realidad la expresión de «actualidad de la Biblia», es decir, que el texto sagrado tiene palabras de vida y sabiduría para el hombre de hoy.

Y esta sensación, y consiguiente constatación, se agudizan aun más al leer «los necios desprecian la sabiduría». Parece que hable de aquí y de hoy.
Pero tras esa primera finalidad formulada en positivo aparece otra finalidad de la obra formulada en «negativo»: «Hijo mío, si los pecadores intentan seducirte, tú no aceptes» (1,10). 

En seguida llega una frase que bien podría ser considerado un lema a seguir: «La Sabiduría clama por las calles, en las plazas hace oír su voz» (1,20) Se me ha despertado con esa frase mi perfil reivindicativo de la justicia y la bondad, ese perfil que a veces tengo demasiado escondido y que se me despierta, tristemente, solo cuando se me hace inevitable ver la injusticia, la maldad. 

Sin embargo, me choca el tono negativo con el que sigue (1, 22-32), porque en la imagen que yo me puedo hacer de la Sabiduría, esa bronca agorera de calamidades no le pega para nada. Uno espera que la Sabiduría tenga argumentos tan consistentes y positivos que no le haga falta amenazar con los desastres y la mano dura. Quizá este pensamiento pueda ser cuestión atribuible a mis prejuicios.

En fin, esta primera impresión, que coincide con el primer capítulo del Libro, me parece un elenco de sensaciones que van desde la claridad hasta la perplejidad. ¡La cosa promete!

Quique Fernández