lunes, 12 de diciembre de 2016

La esperanza en el Nuevo Testamento

Esperanza”: palabras con las cuales comparte –al menos en parte un mismo contenido: Confianza - Deseo (Anhelo) - Fidelidad - Fe - Paciencia - Presencia del Señor - Promesa -  Expectativa - Seguridad - Amor - Perseverancia­­­- Constancia - Tesón.

“Cada texto tiene su contexto”. Intentaremos exponer alguno de ellos.

En hebreo, esperanza se refiere a las raíces qavah, yahal y batait, que los traductores expresaron en griego (elpizo, elpis, pepoitha, hypomeno) o en latín (spero, spes, confido, sustineo, exspecto...).

La esperanza, enraizada en la fe y en la confianza, puede entonces desplegarse hacia el futuro y activar con su dinamismo toda la vida del creyente.
La esperanza mantiene la paciencia y la fidelidad, cuya expresión mayor, según el NT, es el amor.
                                          
Debemos tener en cuenta la realidad, de nuestra relación con el Señor, mediante un diálogo (Revelación, a iniciativa de Él), que se remonta a Abraham (Alianza y descendencia), al pueblo de Israel (la tierra prometida)… Es decir, participamos en la economía de la salvación, todo un proceso que progresivamente se va concretando en la “historia” del ser humano (desde un origen y hacia un final, en forma lineal).
No existe una ruptura con el AT, al contrario, continua “el camino”, dando paso a unos momentos “determinantes” en la historia de salvación.

AT. LA ESPERANZA DE LAS BENDICIONES Y DONES DE YAHVEH. Si la promesa hecha en los orígenes a la humanidad (Gn 3,15; 9,1-17) atestigua que el Creador no la dejó jamás sin esperanza; con Abraham comienza la historia de la esperanza bíblica. El porvenir garantizado por la promesa de una tierra y una descendencia numerosa (Gn 12,1s). Durante siglos la esperanza de Israel seguirán siendo del mismo orden terrenal: “la tierra que mana leche y miel” (Ex 3,8.17), todas las formas de la prosperidad (Gn 49; Ex 23,27-33; Lev 26,3-13; Dt 28).  Estos bienes terrestres son para Israel "bendiciones” (Gn 39,5; 49,25) y "dones” (Gn 13,15; 24,7; 28,13) el Señor se muestra fiel a la alianza (Ex 23,25; Dt 28,2). La esperanza se funda en una promesa (divina, y por tanto, fiable) que la motiva y legitima.
La alianza y la fidelidad inquebrantable de Dios (=el arca, el templo, la Palabra)

Sólo citaré cuatro momentos cruciales del proceso de expresión de la esperanza:

1. El nacimiento de Jesús (la navidad, próxima celebración). LA ENCARNACIÓN.
2. Los elegidos “los pequeños”, aquellos en los que se centra la esperanza. 
3. El reino de Dios, del Señor, de los cielos.
4. La doctrina de Pablo sobre la esperanza (1 Ts)
   
1. LA ENCARNACIÓN.
La encarnación (“hacerse carne”) Ireneo (202 dC) la encarnación de la Palabra de Dios  sinónimo àadquirir condición humana. Concilios de Nicea (325 dC) y Constantinopla (381 dC), creencia en el único Señor Jesucristo, quien “se encarnó” y se hizo “hombre”.
Jn 1,14: La palabra (logos) se hizo carne (sarx) y acampó entre nosotros.

Jesucristo corporeiza en su persona “la Palabra” que viene del Señor y que ya “al principio” estaba junto a Dios (Jn 1,17: Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo). Juan diserta sobre el tema.

Israel, en tiempos de Jesús, esperaba un libertador, un mesías político o social, un rey descendiente de David, que renovase el esplendor de tiempos pasados, un revolucionario (jefe militar) que se enfrentase al yugo del Imperio Romano.

Como descendiente de David según la carne” (Rm 1,3), “nacido de una mujer y nacido bajo la ley” (Gal 4,4).

Jesús da al reino de Dios el primer puesto en su predicación (>conversión). Anuncia la buena nueva del reino (Mt 4,23; 9,35).
El “reino de Dios” escribe Marcos; “reino de los cielos” escribe Mateo (lenguaje rabínico). Las dos expresiones son equivalentes.
Con su venida llega a su fin el dominio del Maligno, del pecado y de la muerte sobre los hombres: “Si yo lanzo los demonios por el Espíritu de Dios, ha llegado, pues, a vosotros el reino de Dios” (Mt 12,28).
Los apóstoles, reciben la misión de proclamar el Evangelio del reino (Mt 10,7). En consecuencia, después de Pentecostés “el reino” es el tema central de la predicación evangélica, incluso en Pablo (Hch 19, 8; 20,25; 28,23.31).
  
2. LOS PEQUEÑOS
Metáfora: “insignificante, sencillo, sin derechos, despreciados de la comunidad” (ej. “el niño”), la expresión evangélica, citado tres veces en el discurso de Mt 18,6.10.14.
“Los pequeños” son el “prójimo” de todo cristiano, aquellos por los cuales Jesús expresa una máxima atención. Necesitan de la ayuda, la colaboración pues por sí mismos es prácticamente imposible su liberación.
Se lo puede “recibir como un niño” (Mc 10,15). El más pequeño en él es mayor que Juan el Bautista (Lc 7,28). Las parábolas (hablan en presente)

Hablar de la esperanza es decir el lugar que ocupa en la vida del creyente  “el pasado, el presente y el futuro”, al que están llamados todos los hombres (1Tim 2,4;”que quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad”).

Las promesas fueron reveladas poco a poco a su pueblo, que no será una realidad de este mundo, sino “una patria mejor, es decir, celestial” (Hb 11,16): “la vida eterna”, en la que el hombre será “semejante a Dios” (1Jn 2,25; 3,2).

3. EL REINO DE DIOS, DEL SEÑOR, DE LOS CIELOS.
Marcos: “El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios” (Mc 1,15)
Mateo, símiles como parábolas del reino de Dios y pone el acento en el carácter futuro: “Venga tu reino” (Mt 6,10; Padrenuestro). Como ocurre con la pesca (13,47) y la cosecha (13,36.43), el reino de Dios llega con la separación de buenos e inútiles (25,31-46) o con la llamada definitiva a la boda (Parábola de las diez muchachas, 25,1-13).
Lucas combate la idea de que se pueda calcular cuándo llegará el reino de Dios (parusía), nadie conoce la hora y que habrá de rendir cuentas.
El término parusía (Griego: “presencia, llegada”), es el acontecimiento esperado al final de la historia de los tiempos: la Segunda venida de Cristo glorificado (1Te 2,19; 3,13; 4,15; 5,23).
En la Biblia, se menciona en diversas ocasiones, salvo en el Evangelio de Marcos.
Este porvenir, llamado parusía (Stg 5,8; 1Te 2,19; 3,13; 4,15; 5,23), "día del Señor, "visita”, "revelación”, parece muy próximo (Stg 5,8; 1Tes 4,13ss; Hb 12, 18ss; 1Pe 4,7) y se muestra cierta extrañeza de que tarde (2Pe 3,8ss). En realidad vendrá “como un ladrón en la noche” (1Tes 5,1ss; 2Pe 3,10; Ap 33,3). Esta incertidumbre exige que se esté en "vela” (1Tes 5,6; 1Pe 5,8) con una "paciencia” inquebrantable en las "pruebas y en sufrimiento” (Stg 5,7ss; 1Tes 1,4s; 1Pe 1,5ss).
Mateo utiliza esta palabra (Mt 24,3.27.37.39). Las cartas pastorales prefieren el término “EPIFANÍA”. Apocalíptica: un nuevo “eón” (una nueva era)

“AHORA –SÍ-, PERO TODAVÍA NO”: El reino, ya presente, no obstante, todavía futuro. La esperanza continúa, orientada únicamente hacia la vida eterna (Mt 18,8s), hacia la venida gloriosa del "Hijo del hombre…recompensará a cada uno conforme a sus hechos” (Mt 16,27; 25,31-46).

Tensión en la esperanza, orientada hacia el futuro, centrada en Jesucristo, en quien se cumplen todas las promesas (2Co 1,20). Jesús mismo se vincula a esta esperanza y la ve cumplida en su actuación como irrupción del reino de Dios (Mc 1,15; Lc 4,21; 11,20). Es el tiempo mesiánico de la salvación (Mt 11,5.13; Lc 16,16).
La nueva alianza es, al mismo tiempo, todavía una alianza de la promesa. En efecto, “la esperanza que ya se ve cumplida no es esperanza” (Rm 8,24)
La esperanza determina la actitud básica de toda ética cristiana, da a la acción cotidiana un objetivo y un valor.
  
4. LA DOCTRINA DE PABLO SOBRE LA ESPERANZA.

Pablo, en 1 Te, exhorta a una joven comunidad cristiana a vivir en la esperanza de la próxima venida de Jesús. La primera carta, el primer documento cristiano que ha llegado a nosotros en su edición final. Veinte años después de hechos pascuales.
LA TRIADA: 1 Te 5,8;”pero nosotros, que somos del día, debemos estar siempre en nuestro sano juicio. Debemos protegernos, como con una coraza, con la fe y el amor; y cubrirnos, como con un casco, con la esperanza de la salvación

1Te 1,3;”…Sin cesar, recordamos ante dios, nuestro Padre, qué activa es vuestra fe, que esforzado vuestro amor y qué firme la esperanza que habéis depositado en nuestro Señor Jesucristo.”

La esperanza de la resurrección: “El regreso del Señor”; 1Te 4,13-18:”Hermanos, no queremos que ignoréis lo que ocurre con los muertos. De este modo no os entristeceréis como los que no tienen esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios resucitará juntamente con Jesús a los que murieron creyendo en él.”

La gloria coronará “la constancia en la práctica del bien” (Rm 2,7).
La libertad humana es frágil (Rm 7,12-25).
¿Puede el cristiano verdaderamente esperar tomar parte en la herencia prometida? (Col 4,24) Puede y debe, como Abraham, “esperar contra toda esperanza”. Por razón de su fe en las promesas (Rm 4,18-25) y de su confianza en la fidelidad de Dios, que garantizará la fidelidad del hombre (1Tes 5,24; 1Cor 1,9).
El cumplimiento de las promesas en Jesucristo (1Co 1,20) tiene un papel fundamental en la reflexión de Pablo. La gloria esperada es una realidad actual (2Co 3,18-4,6), aunque invisible (2Co 4,18; Rm 8,24s). Un bautizado está ya resucitado (Rm 6,1-7; Col 3,1).

Cuando su muerte parece próxima, espera el premio –como un atleta- (Flp 3,14) que coronará su esfuerzo (2Tim 4,6ss). Pero sabe que su recompensa es Cristo mismo (Flp 3,8). Su esperanza es ante todo la de estar con él, “personal” (Flp 1,23; 2Cor 5,8).
La esperanza como actitud del cristiano. (1Tes 2,19; “Pues ¿cuál es nuestra esperanza, nuestra alegría y la razón de que nos sintamos orgullosos? ¡Vosotros mismos lo seréis cuando regrese nuestro Señor Jesucristo!).

1Te 5,8: nosotros, que pertenecemos al día, vivíamos sobriamente, armados con la coraza de la fe y del amor y con el casco protector de la esperanza de la salvación

1Te 5,1-2: En cuanto al momento y las circunstancias, no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche
  
En el Apocalipsis. La esperanza del cristiano, triunfar hasta la venida del «universo nuevo», que realizará definitivamente las profecías del AT (Ap 21-22).  Al final del libro promete el esposo: "Mi retorno está próximo” Y la esposa le responde: “¡Ven, Señor nuestro!” (Ap 22,20). Esta llamada reproduce una oración aramea de la Iglesia de los primeros días: Marana tha! (1Co 16,22).

Enrique Grau

lunes, 5 de diciembre de 2016

La Esperanza en el Antiguo Testamento

·         Espera de ayuda, de salvación… desde la «oscuridad»

El patriarca Jacob en su «testamento», en su «discurso de despedida», antes de morir, incluye una invocación a Dios, junto a las diversas exhortaciones y bendiciones a cada uno de sus doce hijos.

¡De ti espero la salvación, oh Señor! (Gn 49,18).
[…] Cuando Jacob terminó de dar instrucciones a sus hijos, recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos. (Gn 49,33).

Espera la salvación, pero ¿qué salvación? En la época de los patriarcas la esperanza aún es algo oscuro, nebuloso, cuando no ausente del todo. La mayoría creía que el final que esperaba al ser humano era el seol, el hades, el «país de los muertos».

El autor de la carta a los Hebreos, recuerda a los Patriarcas y su esperanza futura, cumplida sólo después de muchos siglos en Jesucristo.

Todos éstos murieron dentro de la fe, sin haber recibido las cosas prometidas, sino viéndolas y saludándolas desde lejos, y confesando que eran extranjeros y forasteros sobre la tierra. Realmente, los que usan este lenguaje dan a entender con ello que van en busca de patria (Heb 11,13-14).

La oscuridad de esta esperanza es clamada por el autor de los libros de las Crónicas.

Emigrantes y extranjeros somos delante de ti, como lo fueron todos nuestros padres. Como sombra pasan nuestros días sobre la tierra, y no hay esperanza (1Cr 29,15).

·         Esperanza de salvación, de la liberación del pueblo

En muchas ocasiones la esperanza de Israel se concreta en esperar la salvación del Pueblo de Dios, al que el Señor no puede abandonar.

La oración, las súplicas, los gritos desgarradores de auxilio del pueblo israelita, esclavo y oprimido en Egipto, espera una respuesta del Dios de los padres.

23 Los israelitas seguían lamentándose de su servidumbre y clamando, y su grito de socorro, salido del fondo de su esclavitud, llegó a Dios.
 24 Oyó Dios su gemido, y se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob.
 25 Miró Dios hacia los israelitas y Dios los reconoció. (Ex 2,23-25).

De forma similar, en la época de Judit, el pueblo espera la salvación de un Dios que no abandona, que no puede abandonar a sus fieles.

17 Por eso, invoquémosle en nuestro socorro esperando con paciencia su salvación y escuchará nuestra voz si es de su agrado.
 18 Es bien cierto que no hay en nuestro tiempo, ni hay en el día de hoy, tribu alguna, ni familia, ni pueblo, ni ciudad entre nosotros que adoren a dioses fabricados por manos de hombre, como sucedió en los días antiguos.
 19 Por ello fueron entregados nuestros padres a la espada y al saqueo, y cayeron con gran estrago ante nuestros enemigos.
 20 Pero nosotros no conocemos a otro Dios que a él; por eso esperamos que no nos mirará con desdén ni se apartará de nuestra raza.  (Jdt 8,17-20).

·         Sus fieles confían en un Dios que nunca les abandona

Con esa confianza eleva su oración el salmista y, con él, todo el pueblo.

En ti esperan los que saben de tu nombre, pues tú no abandonas, Señor, al que te busca (Sal  9,11).

Nadie que en ti espere tendrá que avergonzarse, la vergüenza será para los traidores sin motivo (Sal  25,3).

El Señor es mi fortaleza, él mi escudo, en él espero y él me ayuda: mi corazón se regocija y con mi canto le doy gracias (Sal  28,7).

 El Señor es el que vela por sus fieles, por los que esperan en sus gracias (Sal  33,18).

 Nuestra vida está en espera del Señor, él, nuestro socorro y nuestro escudo (Sal  33,20).

 Vengan, Señor, sobre nosotros tus mercedes, cual de ti lo esperamos (Sal  33,22).

Yo espero firmemente en el Señor; él se inclina hacia mí y escucha mi lamento (Sal  40,2).

Busca sólo en Dios reposo, alma mía: él es en quien yo espero (Sal  62,6).

Tú eres mi esperanza, mi confianza, Señor, desde mi juventud (Sal  71,5).

Cuanto a mí, seguiré esperando, reiterando mis alabanzas (Sal  71,14).

Yo espero en el Señor, mi alma espera, yo confío en su palabra (Sal  130,5).

·         Aunque también hay una esperanza vana: la de los malvados

De una manera especial la literatura sapiencial se hará eco de la verdadera y la falsa esperanzas.

La esperanza de los justos es alegría, la expectación de los malvados fenecerá (Pr 10,28).

 Al morir el malvado, su esperanza perece; la ilusión de los perversos se disipa (Pr 11,7).

La esperanza frustrada enferma el corazón, el deseo satisfecho es árbol de vida (Pr 13,12).

Quien desprecia la sabiduría y la instrucción es desgraciado; es vana su esperanza; inútiles sus fatigas, sin provecho sus trabajos (Sab 3,11).

La esperanza del impío es como pelusa que se lleva el viento, como fina escarcha que arrastra el huracán; es como el humo que el viento disipa, pasa como el recuerdo del huésped de un día (Sab 5,14).
La esperanza del ingrato se derrite como escarcha de invierno, se escurre como agua inservible (Sab 16,29).

Esperanzas vanas y engañosas las del hombre necio; los sueños dan alas a los insensatos (Sir 34,1).

·         La esperanza en los profetas

Los profetas, tanto de Israel como de Judá, mantendrán la esperanza en el pueblo. Esperanza de salvación, esperanza de ayuda, esperanza de reconstrucción, esperanza en que el Señor nunca abandona.

 Aquel día se dirá: "He aquí nuestro Dios, de quien esperamos que nos salve, éste es el Señor en quien esperamos. Exultemos y gocemos en su salvación (Is 25,9).

Señor, ten piedad de nosotros, en ti esperamos; sé nuestro brazo cada mañana, nuestra salvación en tiempo de angustia (Is 33,2).

Yo espero del Eterno vuestra salvación. Un gozo me inundó de parte del Santo, por la misericordia que pronto os llegará de parte del Eterno, vuestro salvador (Bar 4,22).

Entonces toda la asamblea clamó a grandes voces y bendijo a Dios que salva a los que esperan en él (Dn 13,60).

Tú conviértete a tu Dios, guarda el amor y el derecho, espera en tu Dios siempre (Os 12,7).

 Pero yo fijaré mi vista en el Señor, esperaré en el Dios de mi salvación: mi Dios me escuchará (Miq 7,7).

Una esperanza que en diversas ocasiones se concretaba en la espera del Mesías.

Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios: hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble castigo por sus pecados.
Una voz grita: «En el desierto preparad un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos ha hablado la boca del Señor.»
(Is 40,1-5).

Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar dice el Señor Todopoderoso.
[…] Recordad la Ley de Moisés, mi siervo, los preceptos y mandatos para todo Israel que yo le encomendé en Monte Horeb.
Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra.
(Mal 3,1.22-24). 

·         Esperanza de resurrección

En los libros más tardíos encontramos la esperanza de la resurrección, de una vida después de la muerte. La muerte violenta, el martirio… llevarán a la comunidad creyente a comprender, a plantearse que la muerte no tiene la última palabra en el plan salvífico de Dios.

Aunque la gente pensaba que sufrían un castigo, su esperanza está henchida de inmortalidad (Sb 3,4).

Los que teméis al Señor, esperad bienes, y gozo eterno y misericordia (Sir 2,9).

Los que temen al Señor vivirán, porque su esperanza se apoya en su Salvador (Sir 34,13).

La época helenista, sobre todo en la época del soberano seléucida Antioco IV epífanes, que masacró el pueblo, alimentará la reflexión teológica sobre la resurrección de los muertos.

Cuando estaba para morir, dijo así: "Es preferible morir a manos de los hombres, cuando se tiene en Dios la esperanza de ser de nuevo resucitado por él. Pero para ti no habrá resurrección para vida" (2Mac 7,14).

Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos.
Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección.
Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos.
Pero considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso hizo una expiación por los caídos, para que fueran liberados del pecado.  (2Mac 12,42-45).

Javier Velasco-Arias

martes, 8 de noviembre de 2016

Una fiesta en Paulinas

El sábado pasado, 5 de noviembre, a las 18h., la Librería Paulinas de Barcelona se llenó de personas que queríamos participar de la presentación de las últimas publicaciones de la Dra. Núria Calduch-Benages, catedrática de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.

El acto estaba organizado por la librería y por la Escola d’Animació Bíblica de Barcelona, y fue presentado por Quique Fernández, coordinador de la escuela.

Contamos con la presencia del Dr. Joan Ferrer, biblista y profesor de filología en la Universidad de Girona, que elogió el trabajo de Núria y nos acompañó concisamente por el recorrido académico y de publicaciones de la autora, comenzando por su tesis doctoral sobre el libro bíblico del Ben Sira, siguiendo por un número significativo de publicaciones y de reconocimientos académicos. Respecto a los libros que presentaba, comentó como dos de ellos, los publicados por CPL (Centre de Pastoral Litúrgica),
en catalán y castellano, Abiertos a la esperanza y Nacidos para la alegría, son una recopilación de diversos artículos publicados en el Butlletí de la Associació Bíblica de Catalunya y que se caracterizan por ser una literatura de alta divulgación; el tercer libro,  publicado por Claret, Escrits de joventut, es de un tono más intimista. Y animó a todos los presentes a leer estas obras de tan eminente autora.

Núria, por su parte, nos habló de la «invisibilidad», en muchas ocasiones, de las mujeres, incluso en los escritos bíblicos. Y refiriéndose a los libros que presentaba comentó que desearía que fuesen obras útiles para el estudio pero, sobre todo, para los grupos bíblicos, la catequesis, etc.

Quique, por su parte, nos recordó que la autora participó como experta en el Sínodo sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia» (2008), invitada por el papa Benedicto XI; que es miembro de la Pontificia Comisión Bíblica, propuesta por el papa Francisco; y, que últimamente, el mismo papa actual ha contado con ella para la Comisión de estudio sobre el diaconado de la mujer.

El acto concluyó con una invitación a participar de los actos de la próxima Setmana de la Bíblia (21 al 27 de noviembre), con actos en todas las diócesis catalanas. Y se cerró con la firma de ejemplares y un pica-pica al que se convidó a todos los asistentes.

Javier Velasco-Arias

viernes, 28 de octubre de 2016

Presentació llibres de Núria Calduch-Benages

La Dra. Núria Calduch-Benages ens presenta tres llibres nous de divulgació bíblica:

* Nascuts per la joia (versió en català) / Nacidos para la alegría (versió en castellà).
* Oberts a l'eperança (versió en català) / Abiertos a la esperanza (verrsió en castellà).
* Escrits de joventut

Seran presentats el proper 5 de novembre, a les 18h.

A la Llibreria Paulinas de Barcelona - Rda. Sant Pere 19, Barcelona.

Intervindran en l'acte:
- Dr. Joan Ferrer Costa, biblista, professor a la Universitat de Girona.
- L'autora: Dra. Núria Calduch-Benages, biblista, professora de Sagrada Escriptura a la Universitat Gregoriana de Roma, membre de la Pontifícia Comissió Bíblica, membre de la Comissió d'estudi sobre el diaconat de les dones.

jueves, 20 de octubre de 2016

Sinaí, nuevas oportunidades

Moisés, el patriarca y liberador, no fue profeta en su tierra, o mejor dicho entre su pueblo. Acaba de liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto y el pueblo le echa en cara una y otra vez las dificultades del camino, un camino que es desierto. Tanto es el desagradecimiento del pueblo a Dios y a Moisés que llegan a decir:

«¡Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en la tierra de Egipto cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta hartarnos! Vosotros nos habéis traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea.» (Ex 16, 13).

Aún peor será la rebeldía e infidelidad a Dios ante la impaciencia por la tardanza de Moisés en el Sinaí. Se harán su propio “dios”, el becerro de oro, y darán vía libre a sus apetencias más egoístas.
Pero tanto en el desierto como en el Sinaí, Dios va a mostrar que cuando dijo que liberaría a su pueblo, se refería tanto a la liberación del opresor externo como a la esclavitud del egoísmo. Y Dios va a tener mucha, mucha, mucha paciencia con un pueblo “quejica”, desagradecido, rebelde, infiel. Lo va a hacer con mucha paciencia y con mucha misericordia, otorgándoles una oportunidad detrás de otra.

Quizá el culmen de esta misericordia se visualiza en perdonar la idolatría del becerro de oro y volver a conceder por segunda vez sus “Diez palabras” de felicidad y salvación. Pensemos que el pecado del becerro de oro es mucho más de lo que se ve. El gran pecado no es otorgarle una importancia cultual desmedida al becerro. No, el pecado más grande no está en el becerro mismo. El pecado más grave es el abandono que se hace de Dios, el empujón que se le da para que salga de sus vidas. Así, lo más grave no será el desenfreno sino la desesperanza que lleva a la traición y la traición que lleva a la desesperanza. Y por tanto, el pecado más grave que Dios perdonará generoso desde su misericordia es un pecado contra el mismo Dios.

Este capítulo de la historia de la salvación me recuerda a otro muy conocido. Al igual que con la liberación de Egipto, también en la entrada de Jesús a Jerusalén se desbordó la alegría. Una multitud clamando “Hosanna”. Pero de esa alegría, en pocos días, pasamos a momentos tristes y difíciles. Han prendido a Jesús, Pilato pregunta y muchos gritan “crucifícale”.

En algunas meditaciones se cuestiona como los que decían “Hosanna” pueden al poco decir “crucifícale”. Yo nunca he pensado que fuesen los mismos. En Jerusalén, en Pascua, había gente suficiente para lo uno y para lo otro. Lo que yo sí me pregunto es dónde estaban los primeros, los del “Hosanna” cuando los segundos gritaban “crucifícale”. ¿Dónde estaban? Seguramente les pasó lo mismo que en el desierto y el Sinaí. La desesperanza les llevó a la traición del abandono.

Y también en esta ocasión Dios va a perdonar lleno de misericordia ese abandono. Lo va a hacer por todo lo grande. Si en Sinaí volvió a regalar sus “Diez palabras”, aquí la segunda oportunidad será su Palabra resucitada. Jesús, el Hijo de Dios, que ha sido abandonado en el pretorio, vuelve a la vida y da una segunda oportunidad. Este es el acto más misericorde de Dios hacia nosotros. 
Dios nos lo perdona todo. Estos días de violencia salvaje contra los cristianos nos podemos preguntar ¿vamos a perdonar?

Quique Fernández

lunes, 3 de octubre de 2016

Año jubilar en la Biblia

Los textos principales sobre el Año Jubilar en la Biblia los encontramos en las prescripciones del Levítico, formando parte del llamado «Código de santidad». Es una conmemoración que se celebraba cada cincuenta años, y parte de la convicción de que todo pertenece a Dios, al Dios Santo, al que deben servir en santidad todos los miembros del Pueblo de Dios.

Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años.
A toque de trompeta darás un bando por todo el país, el día diez del séptimo mes. El día de la expiación haréis resonar la trompeta por todo vuestro país.
Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis la liberación en el país para todos sus moradores. Celebraréis jubileo, cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.
El año cincuenta es para vosotros jubilar, no sembraréis, ni segaréis lo que brotó espontáneamente, ni vendimiaréis las viñas no cultivadas.
Porque es jubileo, lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos.  En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad (Lv 25,8-13).

Es un año santo, un año del perdón (dado y recibido: se iniciaba después de la celebración del «Día del perdón», anunciado al toque del cuerno o trompeta, para que todo el pueblo fuese consciente de que debía ponerse en paz con el prójimo, para poder participar del perdón divino); un año de alegría, de júbilo; un año de redistribución de las tierras y de las riquezas (todo pertenece a Dios, el ser humano sólo es  administrador, usufructuario); un año de la libertad (nadie es esclavo ni dueño de nadie), de la justicia social; un año de respeto por la tierra, por todo lo creado (hoy diríamos una celebración ecológica)…

Unos fundamentos bíblicos a tener en cuenta en la celebración de nuestros años jubilares y, en concreto, del Año jubilar de la Misericordia que estamos celebrando. No es cuestión de «ganar» unas indulgencias (y menos si estas no se viven en referencia al perdón gratuito de Dios, un perdón que estamos llamados a practicar), ni de vivir una religiosidad del mérito: las gracias (o indulgencias) que recibimos (no que ganamos) son un don de Dios, un regalo divino. Exigen, lógicamente, nuestra respuesta desde la libertad; pero la respuesta es siempre aceptación de la gratuidad.

No podemos olvidar tampoco los componentes de liberación, de justicia social, de redistribución de las riquezas, de una sana y necesaria ecología…, siempre desde la perspectiva de un Dios misericordioso, al que debería corresponder un Pueblo de Dios misericordioso.

El papa Francisco invita a tomarnos en serio estas actitudes irrenunciables en un Año jubilar de la Misericordia, al estilo de la Palabra de Dios:


En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de  tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo (MV 15).

Javier Velasco-Arias

jueves, 22 de septiembre de 2016

«He visto sufrir a mi pueblo. Voy a liberarlo» (Ex 3, 7-8)

El Pueblo de Israel había encontrado en Egipto una tabla de salvación para la hambruna que padecía en su tierra. No tuvo que resultar fácil abandonar esa tierra que formaba parte profunda de su identidad, pero al final tuvo que aceptar lo inevitable.


En Egipto tuvo años de prosperidad. Los hijos del Pueblo de Israel se multiplicaron de tal forma que el faraón se asustó porque le estaban “hebraizando” su país. Y, a partir de ahí, empezó a oprimir y esclavizar a los israelitas, incluso matando a los hijos varones al nacer.

Dios Padre que ama a sus hijos y, de una manera más especial a los más débiles, se encuentra con Moisés y le dice: “He visto sufrir a mi pueblo”.

Una vez más, como también lo fue al evitar el sacrificio de Isaac, Dios en el Antiguo Testamento se presenta como el Dios de la Vida, de la Misericordia, cercano y preocupado por sus hijos.

Y remata la frase con la clara y contundente expresión “voy a liberarlo”. Dios no se conforma con la lástima. En más de una ocasión he oído a personas decir, ante reportajes televisivos de niños muriendo de hambre, “pobrecitos estos niños, pero estos programas no deberían darlos a la hora de la comida (o cena)”. Dios no se queda en la lástima, Dios se compromete. Su misericordia no es tan solo un sustantivo, es un verbo que surge de un Amor que se dona a sí mismo.

De este capítulo de la historia del Pueblo de Israel, prefiguración de lo que hoy es la Iglesia, el Pueblo de Dios que camina en la historia, debemos aprender.

Si nos repele esa malévola actitud del faraón ante su miedo a la “hebraización” de Egipto, nos deberá repulsar igualmente cualquier comentario del tipo “nos están islamizando” o “primero para los de aquí” para excusar nuestra falta de misericordia.

Como entonces, hay pueblos que han de abandonar su tierra, con el profundo dolor de quien lo deja todo, buscando una manera de sobrevivir. Lo que hicieron los israelitas y lo que haríamos cualquiera de nosotros para dar de comer a nuestros hijos.

No cabe pues, ni elevar muros (o rejas) en lugar de tender puentes (tal como ha dicho el Papa Francisco) ni pretender que el origen de las personas les pueda convertir en ciudadanos de segunda.

El “voy a liberarlo” está en la misma dinámica que las palabras de Jesús de Nazaret: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.


Quique Fernández

jueves, 15 de septiembre de 2016

Abraham e Isaac: un ejercicio de misericordia

Para empezar, una invitación a hacer un sencillo ejercicio. Todos conocemos el relato de cómo Abraham casi sacrifica a su hijo Isaac. Hacemos un poco de memoria de lo que recordamos y… ¿cuál es el ejercicio? Como ya he dicho, es bien sencillo. Toma una hoja de papel y un lápiz, y dibuja en una sola viñeta la imagen que te suscita ese relato.

Me atrevo a predecir que mayoritariamente los dibujos nos van a mostrar a Abraham con el cuchillo en la mano levantada sobre Isaac. Especialmente, si lo hicieran niños y adolescentes, van a destacar por su tamaño el cuchillo. El cuchillo, a veces incluso transformado en espada, se convierte en protagonista destacado.

Es posible que algunos de nosotros, menos peliculeros, remarquemos la cara de dolor de Abraham o la pequeñez e inocencia de Isaac.

Ahora, permitidme que recordemos el texto bíblico:

Tomó Abraham la leña del holocausto, la cargó sobre su hijo Isaac, tomó en su mano el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos. Dijo Isaac a su padre Abraham: "¡Padre!" Respondió: "¿qué hay, hijo?" — "Aquí está el fuego y la leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?" Dijo Abraham: "Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío." Y siguieron andando los dos juntos. Llegados al lugar que le había dicho Dios, construyó allí Abraham el altar, y dispuso la leña; luego ató a Isaac, su hijo, y le puso sobre el ara, encima de la leña. Alargó Abraham la mano y tomó el cuchillo para inmolar a su hijo. Entonces le llamó el Ángel del Señor desde los cielos diciendo: ¡Abraham, Abraham!" Él dijo: "Heme aquí." Dijo el Ángel: "No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tú eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único." Levantó Abraham los ojos, miró y vio un cordero trabado en un zarzal por los cuernos. Fue Abraham, tomó el cordero, y lo sacrificó en holocausto en lugar de su hijo. (Gn 22, 6-13)

En una segunda fase de este ejercicio nos fijamos más y mejor en el relato que, ahora sí, tenemos delante y podemos leer y releer. Incluso nos puede facilitar la labor de comprensión el que se nos desvele una clave: se trata de dejar de fijarse tanto, casi en exclusiva, en los detalles más tristes (el cuchillo, el sufrimiento de Abraham, el peligro sobre Isaac) para fijarnos en los aspectos más positivos. Entonces… se obra el milagro y junto a nuestra sonrisa aparece el Ángel del Señor defendiendo la vida de Isaac, aparece Dios mismo que es el Dios de la Vida y aparece el cordero que representa a Jesucristo que ocupa nuestro lugar en la Cruz para entregar su vida por nosotros.

Descubrimos que muchas veces nos quedamos solo con los aspectos negativos de las cuestiones. Esa parcialidad negativa nos impide ver los otros aspectos más positivos. Eso nos pasa como lectores y también como autores (de comentarios, de entradas de blogs…). Y así se va creando una “marea negra” que lo invade todo: que si el Papa, mi obispo, mi párroco, aquel sacerdote… que si esto ya no se hace como antes… que si aquellos son muy malos… Cuantas veces al leer ciertos escritos hipercríticos con la Iglesia y el Papa me viene al recuerdo aquel apelativo de Juan XXII, “Profetas de calamidades”.

No nos quedemos solo con mirar la espada, de la justicia o de la venganza, fijémonos en la voz de Dios, por medio del ángel, que es amor y misericordia.

Acabamos este ejercicio maravillándonos de cómo cambia nuestra lectura y comprensión de este relato (y de otros tantos en el Antiguo Testamento) cuando buscamos al Dios de la Vida, y, por tanto, cabe preguntarse ¿cómo es mi lectura de la Biblia? y ¿cómo es mi mirada hacia el hermano?

Quique Fernández


jueves, 25 de agosto de 2016

El Dios de la vida, Génesis 1-11

La imagen que nos sugieren los primeros capítulos de la Biblia es la de un Dios que crea todas las cosas por amor. El amor auténtico es siempre propagativo, comunicativo, necesita compartirse… Dios, todo amor, desea comunicarlo a toda la Creación, con predilección al ser humano.
El Dios de la Biblia es un Dios de la vida, que encarga al ser humano, la criatura más querida de todas, la continuidad, el cuidado, la conservación de todo lo creado. La responsabilidad del equilibrio ecológico –utilizando el lenguaje actual– es encomendada a la Humanidad, a cada mujer y a cada hombre.
Los relatos de la Creación que leemos en el libro del Génesis corresponden probablemente a tradiciones de las más antiguas que encontramos en la Biblia Hebrea, en el Antiguo Testamento. Y, más importante, la noción que el pueblo israelita tiene de un Dios Creador no tiene correspondencia con la de otras culturas circundantes; aunque utilice, con frecuencia, imágenes y mitos comunes: un Dios que entra en diálogo amoroso con el ser humano, que tiene una exquisita preocupación de que sea feliz, que quiere compartir su amistad con él. Las narraciones del primer texto de la Biblia nos hablan de paz, armonía, orden, equilibrio, amor…
La Creación es el inicio del diálogo amoroso entre Dios y el ser humano. Toda la obra creadora, tanto en la narración sacerdotal (Gn 1,1-2,4a), como en la probablemente más antigua yahvista (Gn 2,4b-25), nos presenta a la persona humana como el centro de dicho acto, la razón última.
La imagen que nos proporcionará la Biblia sobre la Creación es la de un Dios que ha hecho todas las cosas con bondad y belleza, de manera que cualquier referencia a la Creación, al origen, participará de esa bondad y belleza original. En seis ocasiones encontraremos la exclamación: «y vio Dios que era bueno» como postilla de cada día de la Creación (Gn 1,4.10.12.18.21.25); y culmina con una séptima que plenifica y completa los anteriores: «y vio Dios que todo era muy bueno», después de la creación del ser humano, hombre y mujer (Gn 1,31).
El mal, la violencia, la muerte no están en el inicio de la obra creadora; serán la consecuencia de apartarse de ese plan original de Dios. Las posteriores narraciones del primer pecado, del asesinato de Abel por su hermano Caín, el mal generalizado que lleva al diluvio, son consecuencias de abandonar el plan amoroso y original de Dios. El pecado, el mal, la infelicidad, las discordias, las divisiones, los odios, la violencia… tienen como única causa la infidelidad al plan primigenio de Dios.
La protohistoria que nos narra los once primeros capítulos de la Biblia es un canto al amor, a la paz, al equilibrio ecológico, a la ausencia de violencia, a la felicidad humana. No intenta responder a cómo surgió el universo o la vida en el mundo o el ser humano; esas respuestas corresponden a la ciencia. Sí, por contraposición, responden a ¿Quién (con mayúscula) está detrás de cada uno de estos acontecimientos?; ¿porqué y para qué son creadas todas las cosas?; ¿cuál es el papel del ser humano en el mundo y con respecto a todo lo creado?; ¿cuál es el plan original de Dios para el Universo y para la Humanidad?. Las respuestas a estas últimas preguntas nos llevan a descubrir un Dios misericordioso, entrañable, todo amor, desde las primeras páginas de las Escrituras sagradas.
Javier Velasco-Arias

miércoles, 3 de agosto de 2016

Justicia y misericordia divina en el Antiguo Testamento

La Asociación Bíblica Española celebra este año sus XXVII Jornadas en Ávila, del 29 de agosto al 1 de septiembre de 2016.

El lema de este año es Justicia y misericordia divina en el Antiguo Testamento.

Los ponentes serán la prof. Núria Calduch-Benages (Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica), el prof. Enrique Sanz (Universidad Pontificia de Comillas, Madrid) y el prof. Eleuterio-Ramón Ruíz (Pontificia Universidad Católica de Argentina y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica).

Junto a las tres grandes ponencias podremos disfrutar de diversas comunicaciones en los diferentes seminarios de la asociación: Antiguo Testamento, Orígenes del Cristianismo, Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento, Biblia y Pastoral, y Biblia y Antiguo Oriente.

Nos hacemos eco especial del de Biblia y Pastoral, del que formamos parte. En esta ocasión presentamos dos comunicaciones:

* Pedro BARRADO: La Palabra de Dios, fuente de la Evangelización. IX Asamblea Plenaria de la FEBIC.
La Federación Bíblica Católica (FEBIC) celebró en junio del año pasado su IX Asamblea Plenaria. Aparte de los asuntos administrativos típicos para este tipo de encuentros — aprobación de estatutos, presentación de informes y elección del nuevo Comité Ejecutivo— gran parte del tiempo se dedicó a la reflexión acerca del tema «La Sagrada Escritura: fuente de evangelización». Frutos de esta reflexión fueron implementados en el Plan de Acción 2016–2019 aprobado por los representantes de 100 Conferencias Episcopales y 225 otras instituciones afiliadas a la FEBIC. En esta comunicación presentaremos brevemente la historia e identidad de la FEBIC y analizaremos más detenidamente los principales puntos del Plan de Acción que marcará la actividad bíblica en la Iglesia Católica en los próximos 6 años.

* Javier VELASCO-ARIAS: El Año Jubilar de la Misericordia y la Animación Bíblica de la Pastoral. 
La celebración del Jubileo de la Misericordia ha abierto un sinfín de posibilidades de constatar y compartir los numerosos textos de la Sagrada Escritura que nos presentan a un Dios misericordioso, así como las constantes llamadas a vivir la misericordia en la vida cotidiana del Pueblo de Dios. Las conferencias, charlas, mesas redondas, seminarios, artículos, libros, etc. se han multiplicado y han posibilitado una importante labor de animación bíblica de la pastoral inimaginable. Presentaremos un elenco de dichas actividades y de las posibilidades de que el mensaje bíblico de este Año Jubilar llegue al mayor número de personas posibles.

Toda la información sobre las Jornadas en la página de la ABE:
http://www.abe.org.es/

miércoles, 20 de julio de 2016

Biblia y misericordia: ¿cómo es tu Dios?

“Ya no se trata solo de si creemos o no creemos en Dios sino de cómo es el Dios en que creemos”.

Esta acertadísima frase nos va a servir de inicio de recorrido en esta nueva entrega de la serie que hemos iniciado sobre Biblia y misericordia. Me parece que esta cuestión es muy necesaria como puente antes de entrar de lleno en el Antiguo Testamento.

A poco que conozcamos el catecismo sabemos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Pero a poco que conozcamos cómo somos los seres humanos, individual y grupalmente, sabemos que acostumbramos a darle la vuelta a esta frase y… somos capaces de “crear un dios” a nuestra imagen y semejanza que, triste pero evidentemente, no es para nada el Dios cristiano.

Si nosotros somos insolidarios, rencorosos y vengativos, “nuestro dios”, creado a nuestra imagen y semejanza, va ser igual de insolidario, rencoroso y vengativo. Y si ese “nuestro dios” es así, nuestra religiosidad y pseudo-espiritualidad también lo será así.

Además, esa religiosidad no solo será así, sino que ante cualquier crítica respecto de cómo es, podremos mantenernos impasibles en nuestro error ya que nos sentimos legitimados por “nuestro dios”. Si “mi dios” es así, ¿por qué no habré de serlo yo?

Como vemos, de un error inicial se ha creado una dinámica, diríamos un bucle, de difícil salida ya que se va retroalimentando a sí mismo. Para algunos, casi de nada servirá, pues, que la Palabra de Dios, la doctrina de la Iglesia y cada una de las alocuciones del Papa se dirijan a todos los cristianos en clave de misericordia. Dirán que eso es “flojera” pacifista o que el progresismo se ha adueñado de la Iglesia y del Papa. Lo que sea, con tal de mantenerse fieles a la imagen que ellos se han creado de Dios, fieles a “su dios”.

No es, por tanto, difícil de explicar que desde una religiosidad construida desde “mi dios”, sea posible sostener salvajadas como las siguientes que a continuación señalaré:

- “Si te portas mal Dios no te querrá”. Esa es la mentira más grande que se puede decir a un niño. Dios todopoderoso hay algo que no puede: dejar de amar!!! Dios ama y ama y ama más y sigue amando y no para de amar. Si Dios no ama, entonces no es Dios.

- “Si haces eso Dios te va a castigar”. Otra mentira enorme. Con esta se ha hecho a Dios culpable de inundaciones, terremotos, enfermedades... incluso al sida se le consideró un castigo de Dios. Ese “dios sádico” no es, ni se le parece lo más mínimo, el Dios de Jesús y su Iglesia.

- “Si has hecho eso no tienes perdón de Dios”. Una mentira más. Dios perdona siempre al que quiere ser perdonado. Recuerdo una viñeta que decía que el oficio de Dios es perdonar. Ama siempre y perdona siempre porque su Misericordia es infinita.

Y podríamos seguir con diferentes modalidades que dan vueltas a lo mismo… En cambio, como se transforma todo si mi mi fe, mi religiosidad y espiritualidad, se construyen a partir del Dios rico en Misericordia, de Dios que ama y perdona siempre, de Dios “locamente” enamorado de sus hijos.

Que no te den gato por liebre. Fíjate bien, en las webs, blogs y comentarios en general, como es el Dios del que hablan, que cristianismo es el que transpiran, como van de misericordia. No te confundas, esa idea de que las cosas de fe requieren ser muy rigurosos es muy poco cristiana. Dice la Palabra de Dios: “Misericordia quiero y no sacrificio” (Oseas 6, 6 / Mt 9, 13). Y acaba de decir el Papa Francisco: ”La rigidez clerical cierra los corazones, y ha hecho mucho mal”.

¿Sabes cuál es el peor mal que ha hecho esa rigidez? Hemos convertido a muchos de nuestros hermanos alejados, incluso equivocados, en enemigos y, por nuestra culpa, ellos han entendido que “nuestro dios” era su enemigo. Es gravísimo utilizar a Dios, a las cosas de Dios, como pedrada contra el contrario.

Quique Fernández

miércoles, 13 de julio de 2016

La misericordia en la Biblia

Estamos en plena celebración del Año Jubilar de la Misericordia. Una iniciativa del actual papa Francisco que ha querido que toda la Cristiandad participe de este evento y de esta actitud de profundas raíces bíblicas.

El Diccionario de la Real Academia Española, define la «misericordia», en su primera acepción, como: Virtud que inclina al ánimo a compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenos. Implica, por tanto, estar atento a las miserias humanas, padecer con quien las sufre, implicarse en acabar con ellas.

La Sagrada Escritura nos muestra a un Dios que es misericordia. El papa Francisco, en la Bula de convocatoria del Jubileo de la misericordia, presenta al Dios de la Biblia como un Dios cuyo nombre, cuya atributo más significativo es la misericordia: El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina (Bula Misericordiae vultus, n. 1).

Las expresiones que encontraremos en el Antiguo Testamento para hablar del amor misericordioso de Dios son diversas y nos van dibujando su rostro amoroso:

a) Misericordia (hesed): es una palabra que indica misericordia, clemencia, compasión; pero, también lealtad, amor fiel. Los textos bíblicos que mencionan el amor misericordioso de Dios son frecuentes, de una manera especial en el libro de los Salmos: (El Señor) ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra. (Salmo 33,5). La misericordia divina es inmensa, inconmensurable, universal, lo llena todo.

b) Amor entrañable (rahamim): esta expresión está emparentada semánticamente con el «útero materno» (rehem). Y es que el amor de Dios es presentado como un amor íntimo, entrañable, maternal. La Palabra de Dios nos describe una forma de amor que hunde sus raíces en la forma de amar que una buena madre tiene al hijo que lleva en sus entrañas. El amor de Dios funciona así: Él es amor entrañable (Salmo 78,38); Pero tú, Señor, Dios entrañable y piadoso, paciente, misericordioso y fiel (Salmo 86,15).

c) Amor auténtico, verdadero (emet): el amor de Dios es incuestionoble, cierto, fidedigno. El Dios de la Biblia no puede dejar de ser fiel a su Palabra.Tú (Dios nuestro) has sido justo en todo lo que nos ha acontecido; tú has sido fiel (emet: leal, verdadero), y nosotros inicuos. (Nehemías 9,33). Dios es siempre justo, su amor es fiel en todo momento, no ocurre igual entre sus fieles, en el Pueblo de Dios que no guarda en muchas ocasiones la fidelidad a que se ha comprometido.

La historia de Israel, del Pueblo de Dios, es una constante experiencia del amor de Dios. Un Dios entrañable, misericordioso, fiel, autentico. Un Dios que tiene un cuidado exquisito de sus fieles, de toda la Humanidad. Un Dios cuyo nombre es misericordia, amor entrañable, donación ilimitada.


En sucesivos artículos iremos desarrollando cómo se manifiesta este amor misericordioso en distintos pasajes tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento.

Javier Velasco-Arias