jueves, 10 de marzo de 2016

El Espíritu Santo no es una paloma

Muchos pensarán que el título del artículo es una obviedad. Pero no es difícil comprobar que la mayoría de las representaciones artísticas de la tercera persona de la Trinidad en el Cristianismo son de la imagen de una paloma. Y probad a consultar «Espíritu Santo» en «Google imágenes» y constataréis una realidad similar.

No podemos confundir la imagen con la realidad, de aquí el título del artículo. Y máxime cuando todas las imágenes son imperfectas, aproximaciones, analogías…, que distan mucho de lo que realmente representan.

Las imágenes, los nombres, las comparaciones con las que encontramos las diversas aproximaciones a la figura del Espíritu Santo tanto en la Biblia Hebrea como en el Nuevo Testamento son varias.

§  La ruaj

El término hebreo ruaj seguramente es uno de los más antiguos para referirse al Espíritu de Dios. Es una expresión cuyo significado es aliento, respiración, viento, brisa, espíritu…

No siempre es fácil determinar a qué acepción se refieren los textos. El contexto ayuda, pero en alguna ocasión presentan cierta dificultad, sobre todo cuando no van acompañados de un complemento o un calificativo: «Espíritu del Señor»; «Espíritu de Dios»; «Espíritu santo», etc. no presentan dudas sobre su sentido. Tampoco cuando hablan de la «brisa del día» (Gn 3,8), o «todo ser que respira» (Gn 6,17). Un caso en el que no se ponen de acuerdo los traductores, por ejemplo, es en el inicio de la narración de la Creación: «un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas» (Gn 1,2: BJ); «el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Gn 1,2: PER); mientras que la mayoría optan por traducir: «el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» (Gn 1,2: CEE); «l'Esperit de Déu planava sobre les aigües» (Gn 1,2: BCI). Aunque es muy frecuente, en los textos veterotestamentarios, la referencia explícita y clara al Espíritu del Señor o de Dios.

La imagen de aliento, respiración, aire… nos sugiere vida, la vida que nos proporciona la respiración: sin aire no hay existencia. La brisa, el viento, por otro lado, es una realidad sutil, invisible, aunque experimentable y en algunas ocasiones de una forma intensa (ej.: viento huracanado). Todo ello se convertirá en imagen del Espíritu santo. El Espíritu de Dios, el Espíritu santo es vida, es una presencia inmaterial, actúa sin que muchas veces percibamos su manifestación, actúa con la fuerza de Dios… El Espíritu Santo es ruaj, pero sobrepasa ese contexto, es mucho más, pertenece a la realidad insondable, transcendente de Dios.

§  El fuego

La imagen del fuego aplicada al Espíritu Santo la encontramos de una manera especial en el Nuevo Testamento, aunque tiene, lógicamente, sus antecedentes en el Antiguo.

Dios se manifiesta a Moisés en una zarza ardiendo: «Se le apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza» (Ex 3,2). Acompaña a los israelitas por el desierto en forma de columna de nube y de fuego y los protege y guía: «El Señor iba delante de ellos: de día en columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en columna de fuego, para alumbrarlos, a fin de que pudieran caminar de día y de noche».(Ex 13,21). El Dios de Israel es fuego devorador: «Porque el Señor, tu Dios, es fuego devorador, Dios celoso» (Dt 4,24). Podríamos multiplicar los ejemplos, pero los citados creo que son suficientes.

Ya en el Nuevo Testamento, la imagen del fuego aplicada al Espíritu Santo es más clara: «el que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera soy digno de llevarle las sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego» (Mt 3,11): el fuego tiene un papel purificador mayor que el agua y esa acción es fruto del Espíritu.

La acción del Espíritu santo en la primera comunidad se manifiesta en forma de lenguas de fuego: «Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse» (Hch 2,3-4). El símbolo del fuego expresa, con toda su fuerza, la acción de Dios en la comunidad.

El Espíritu de Dios no es fuego, en un sentido real, pero esta imagen posibilita expresar plásticamente el dinamismo de la actuación del Espíritu. El fuego calienta, pero también quema: esta ambivalencia permite subrayar cómo actúa el Espíritu, su poder, su eficacia…

§  La paloma

La imagen de la paloma también es recurrente en la Biblia hebrea. La escena más conocida es la de la paloma que va y viene al arca de Noé, y que acaba volviendo con una hoja de olivo (Gn 8,11). Este símbolo ha sido utilizado frecuentemente en la iconografía y no sólo religiosa con el tema de la paz. La «paloma de la paz» de Pablo Ruiz Picasso es conocida universalmente, como símbolo de la tan anhelada paz universal, sobretodo después de la Segunda Guerra mundial.

Los salmos utilizarán también el icono de la paloma, con diversas propuestas de imagen. Será el Cantar de los cantares quien, desde una perspectiva poética, hablará de la paloma como metáfora de la amante, la esposa rebosante de belleza.

En el Nuevo Testamento la imagen la encontraremos en los cuatro evangelios, pero limitada a una sola escena: el bautismo de Jesús. Citaré uno de los evangelistas, ya que es muy similar en los otros tres:

Apenas bautizado Jesús, salió en seguida del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios descender, como una paloma, y venir sobre él (Mt 3,16).

El cuadro escénico es de un gran contenido simbólico. Los cielos están cerrados: no hay comunicación directa de Dios con los seres humanos; Jesús «abrirá» de nuevo los cielos, restablecerá la comunicación de Dios con el ser humano, y esto será posible gracias a la acción del Espíritu santo. Ese Espíritu desciende de unos cielos abiertos, de la misma forma que una paloma desciende de su vuelo, y da testimonio de Jesús.

La alegoría está en la forma de descender, no en la imagen. El Espíritu santo no toma forma de una paloma: eso no lo dice el texto.

Las representaciones artísticas de esta escena (pintura, escultura, relieve, etc.), seguramente influenciadas por otras narraciones del Antiguo Testamento o por una mala lectura del texto, han desdibujado el sentido original del relato bíblico.

§  El Espíritu Santo: una realidad transcendente

Las imágenes que encontramos en los textos bíblicos, aunque muy imperfectas, se hacen necesarias para representar en nuestra imaginación unas realidades que nos transcienden.

El Espíritu santo actúa en las vidas de las comunidades creyentes, es una realidad próxima, pero, al mismo tiempo, transcendente. Pertenece a la realidad de Dios. No podemos «encajonarlo» en nuestros limitados esquemas mentales, pero hemos de acercarnos a él, ponernos en sus manos, hacer oración dirigida a Él, constatar que transforma nuestras vidas y las de la comunidad. Vivimos en los tiempos del Espíritu: ¡no lo olvidemos!

Javier Velasco-Arias