miércoles, 28 de marzo de 2018

El libro de las Lamentaciones: sorpresas y más (II)

Tercera sorpresa:
De «esto se ha escrito hace tantísimo tiempo», a descubrir que todavía hoy está vigente y me sirve a mí.

Reconozco que me adentro en un tema muy poco «exegético» y descaradamente de espiritualidad bíblica. La cuestión es que releyendo el libro y, sobre todo, haciendo caso a los apuntes, llevando el texto a la oración, he descubierto que los lamentos hablan de Jerusalén pero no solo de Jerusalén.

Entonces... me explico: Hablar de Jerusalén es hablar de un pueblo formado por personas, es hablar de un tiempo, de un lugar y de unos nombres concretos, pero también es hablar de una realidad interior que trasciende en el tiempo y, por tanto, que puede incluso alcanzarnos a nosotros tanto como pueblo de una tierra concreta pero también como Pueblo de Dios, como Iglesia.

Los lamentos por la ciudad perdida me han recordado nuestros lamentos porque «la Iglesia ya no es lo que fue»; lamentos nostálgicos de un poder más temporal que espiritual; lamentos que echan la culpa a los «babilonios» de hoy, o incluso a Dios, pero que tarde o temprano deben enfrentarse a la realidad: el que profiere el lamento acaba por descubrir que forma parte de la causa de su desgracia porque ha sido infiel al plan de felicidad de Dios.

Una convicción:
Cuanto tienen de sapienciales los históricos y de históricos los sapienciales.

Cuando abordamos el estudio de los libros bíblicos, para facilitar su conocimiento y comprensión acudimos a compartimentar según las características de los libros y, así, dividirlos en históricos, sapienciales y proféticos.

Conforme vamos ahondando en ese estudio descubrimos que en cada libro se puede llegar a contener más de un género literario y que, por tanto, hay grandes espacios de intersección entre los diferentes libros.

Leyendo, pues, el Libro de las Lamentaciones he descubierto que me iluminan el período de la historia conocido como Exilio y que, por tanto, un texto sapiencial me ilumina la historia.

Y, pensándolo bien, ocurre lo mismo cuando se leen los libros históricos: transmiten sabiduría.

Un recuerdo:
El recuerdo de mi padre y los lamentos del cante jondo.

Mi padre, fallecido hace cinco años, era un apasionado del flamenco. No del flamenco-pop o flamenco-fusión, sino que era un purista del flamenco, del cante jondo (a excepción del flamenco-rock de Triana o Alameda, que sorprendentemente le encantaba).

A lo que voy, los lamentos del libro bíblico me han recordado los quejios del flamenco. Recuerdo como mi padre me explicaba que esos quejios, que yo no acababa de entender, eran quejidos, lamentos, salidos de las entrañas (creo que podemos decir del alma) por los cantaores que, además, en su mayoría eran cantautores: Fosforito, José Menese, Manuel Gerena, El Cabrero... cantaores, además, que estuvieron muy comprometidos con las peticiones de libertad, justicia y democracia durante el franquismo.

En los últimos años de vida de mi padre me pasaba horas con él escuchando flamenco (cada semana le regalaba un cd nuevo) y él me iba explicando y yo iba entendiendo. Incluso le regalé ir juntos a un concierto de Miguel Poveda. Y ya fallecido, heredé sus cds más queridos para así escucharlos, seguir intentando entender y recordar sus explicaciones de por qué de los lamentos y como debemos luchar para combatir la injusticia: el lamento puede ser el primer paso y la solidaridad con él debe ser el segundo.


Quique Fernández

viernes, 23 de marzo de 2018

El libro de las Lamentaciones: sorpresas y más (I)

Primera sorpresa:
De «cómo quién no tiene culpa de nada» a ser realmente la causa.

Leyendo el «Libro de las Lamentaciones», al inicio del capítulo 4,1-4 me doy cuenta que esa «música» me está sonando, vuelvo hacia atrás y compruebo que el inicio del primer capítulo de este mismo libro (1,1-4) presenta unas ciertas similitudes, lo cual aunque me haya llamado la atención, no me extraña porque ya me he dado cuenta que, a imagen de los sollozos, del sufrir el dolor, el libro es reiterativo.

Pero, en cambio, leyendo y releyendo sí me doy cuenta que me produce sorpresa el que estos dos textos «casi» paralelos contengan unas reseñables diferencias que acaban marcando, aunque algo escondida, una enorme diferencia. Me explico:

En 1,1-4 se nos relata un pueblo caído en desgracia que...

«Se ha quedado como una viuda... Pasa la noche llorando... No hay nadie que la consuele... todos sus amigos la han traicionado, se han convertido en enemigos... en la más dura esclavitud... nadie acude a las fiestas...¡y qué amargura hay en ella!»

No parece, para nada, culpable de su situación, más bien parece que todo lo que le sucede le ha caído del cielo, que Jerusalén es completamente ajena a lo que le acontece.

En cambio, en 4, 1-4, aunque también se nos relata la desgracia en forma de lamento, están inseridas unas expresiones que nos hacen, si nos fijamos, concluir que la «desgracia» no le es ajena, sino que ella misma, Jerusalén, algo ha tenido que ver...

«se ha empañado el oro más puro! Las piedras sagradas están tiradas en todas las esquinas. Hasta los chacales presentan las ubres para amamantar a sus cachorros; pero la hija de mi pueblo se ha vuelto cruel...».

La ciudad de Jerusalén, sus habitantes, tiran por las esquinas las piedras sagradas, se asemejan a chacales, se ha vuelto cruel... insisto en que en estas expresiones se encierra el hecho de la que Jerusalén ha sido infiel a su Dios. Han entrado en una dinámica de alejamiento que acaba llevando a la infelicidad.

Al final, creo que podemos convenir que en el capítulo 1 se nos está adelantando las consecuencias del pecado que señala el capítulo 4. Es, increíble, uno de los primeros feedback de la historia.

Segunda sorpresa:
De «no ver nada claro ni salida alguna» a encontrar al Dios esperanza y misericordia.

Uno va leyendo y leyendo, y ya va por la mitad del capítulo 3 y... que oscuro anda esto, no lo veo nada claro ni encuentro salida alguna. Tan solo tropiezo con angustia y, por ello, con mucha desesperanza. Pero... ¿no éramos los elegidos? ¿Nos habrá abandonado Dios? ¿Preferirá a los babilonios? ¿O acaso serán los dioses babilonios más poderosos que nuestro Dios?

Es inevitable hacerse preguntas, que intentan responder a la incertidumbre, aun más pronunciada por el aparente silencio de Dios, que acaba desembocando en mayor incertidumbre, en desánimo, en desesperanza...

Pero llegamos a 3,19 y, sorpresa, hay agua en el oasis, el horizonte muestra otro paisaje:

«Pero me pongo a pensar en algo y esto me llena de esperanza:
La misericordia del Señor no se extingue ni se agota su compasión;
ellas se renuevan cada mañana, ¡qué grande es tu fidelidad!» (3,21-23).

Esperanza, misericordia, compasión, fidelidad, bondad, perdón, salvación... ¡y tanto que cambia el panorama! Ya no estamos ante un callejón sin salida sino ante un túnel en el que se ve la luz de la salida, la luz de la misericordia de Dios que nos regala esperanza. 

Quique Fernández 

domingo, 18 de marzo de 2018

Primeras impresiones sobre el libro de Job (II)


Todavía, antes de que acabe el segundo capítulo y, con él, el prólogo del libro, nos encontramos con una vuelta de rosca más. Cuando parece que nada puede ir a peor… el Maligno va y lo propone: «Extiende tu mano contra él y tócalo en sus huesos y en su carne: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» (2, 5).

Ahora yo no solo ha de luchar contra el peligro de que su naturaleza caída se rebele contra Dios, sino que también lo tendrá que hacer contra los malos consejos de su mujer: «¿Todavía vas a mantenerte firme en tu integridad? Maldice a Dios y muere de una vez» (2, 9). Y lo hace con una razonada fidelidad: «Si aceptamos de Dios lo bueno, ¿no aceptaremos también lo malo?» (2, 10).

Todo este cuadro de paisaje desolador, de desierto inhabitable, tiene su oasis de gracia: la actitud de fidelidad de Job. Ello me hace pensar en un tema que me parece muy importante teológica, espiritual y pastoralmente: la espiritualidad de la aceptación. Mientras las cosas les van mal a los demás, les animamos con consejos que, después, si nos va mal a nosotros, no nos los aplicamos. De alguna manera, podríamos decir que pedimos a los demás que acepten lo que nosotros no estamos dispuestos a aceptar.

Aparecen en escena los amigos de Job, que de inicio le acompañan en silencio y escuchan su lamento de dolor profundo: «¡No tengo calma, ni tranquilidad, ni sosiego, sólo una constante agitación!» (3, 26). La cuestión es que en ese grito de dolor del justo maltratado «injustamente» yo oigo las palabras de Jesús en Getsemaní: «Si es posible que pase de mí este cáliz…» (Lc 22, 42). Y con Jesús y con Job oigo el lamento de tanto sufrimiento en el mundo: niñas prostituidas, niños soldados, indios del Amazonas a los que les roban su tierra, personas de raza negra a los que se les trata como animales, pobres que malviven recogiendo basura en los vertederos donde, además, viven, duermen y respiran. La lista es tan larga…

De entre los amigos, el primero que toma la palabra es Elifaz de Temán, para hacer una pregunta incisiva: «¿Acaso tu piedad no te infunde confianza y tu vida íntegra no te da esperanza?» (4, 6). Perdón de antemano por la expresión que me sale del alma, por mucho que sea muy poco académica: ¡Uaaaaauuuuu! ¡Vaya preguntita! El amigo dispara a dar. Imposible evitar el impacto. Es, definitivamente, una llamada a una fidelidad coherente. Porque, como nos dice Jesús, «si la sal se desvirtúa», ¿quién será la sal del mundo?
Y a continuación sigue con un discurso que empieza con estas preciosas palabras que contienen una brillante idea: «Yo, por mi parte, buscaría a Dios, a él le expondría mi causa» (5, 8).

 Conforme voy leyendo el discurso tengo la sensación que la letra y música me suenan. Expresiones como: «Él realiza obras grandes e inescrutables, maravillas que no se pueden enumerar» (5, 9); «Pone a los humildes en las alturas y los afligidos alcanzan la salvación» (5, 11); «Hace fracasar los proyectos de los astutos para que no prospere el trabajo de sus manos» (5, 12);  «Sorprende a los sabios en su propia astucia y el plan de los malvados se deshace rápidamente» (5, 13). Me parece estar escuchando una versión muy cercana al Magnificat.

Quique Fernández

viernes, 16 de marzo de 2018

La Historia de la Salvación. A través de los personajes bíblicos

El «Museu Bíblic Tarraconense» y el Arzobispado de Tarragona acaban de publicar:

La Història de la Salvació. A través dels personatges bíblics

En esta obra hemos participado un grupo de miembros de la «Associació Bíblica de Catalunya», en la mayoría biblistas y algún animador bíblico.

El contenido del libro busca aproximar algunos de los personajes bíblicos más significativos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, al gran público. Por consiguiente, tiene una intención tanto didáctica como pastoral.

El Museo Bíblico de Tarragona ha estrenado una colección de figuras bíblicas en barro, realizadas por el artista Carlos Delgado Muñoz; ambientadas en unos fondos paisajísticos, pintados en acuarela por el artista Jordi Lluis Rovira Canyelles.

El coleccionable, hecho después libro, es una serie de comentarios breves sobre cada uno de estos personajes.

Como comenta el director del Museo, Andreu Muñoz Melgar: «Tenemos la esperanza que este material pueda ser útil a creyentes y no creyentes en un intento de aproximar, un poco más, la riqueza espiritual y cultural de las Sagradas Escrituras a toda la sociedad»

Esperemos que llegue al mayor número de personas posibles.

Javier Velasco-Arias

lunes, 12 de marzo de 2018

Apuntes sobre la Sabiduría de Dios


Primeras impresiones sobre el libro de Job (I)

Empieza el libro presentando a Job como un «hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,1). Es casi imposible decir algo más y mejor de un hombre. Este hombre es lo que podemos llamar, si nos alejamos del sarcasmo del mundo, un hombre bueno.
Y parece aun más relevante y meritorio cuando también se nos informa que «era el más rico entre todos los Orientales» (1,3). Pero queda bien claro que su bondad y generosidad es mayor que su riqueza material, cuando leemos que no solo reza por y para él, sino que reza también por y para sus hijos, con un razonamiento generoso y misericordioso: «Tal vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón» (1,5)-

Un diálogo entre Dios y el Maligno, el Adversario, va a torcer esa maravillosa felicidad hasta límites inimaginables. El Señor dice: «¿Te has fijado en mi servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,8). A lo que el Maligno responde: «Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la cara!» (1,11). Esta es una acusación que muchos cristianos pueden haber recibido muchas veces: la fe en situaciones cómodas de Primer Mundo es fácil de vivir. Eso que tiene una cierta parte de razón, se desmonta con tantos creyentes, cercanos a Job, del Tercer Mundo, que es donde más está creciendo el cristianismo. Y es que a veces ocurre que nos miramos demasiado el ombligo y creemos que el prototipo de fe de occidente es el que debe servir como modelo a todo el orbe. Y que el Papa escribe solo para nosotros los occidentales.

Después de perder todos los bienes que poseía, también pierde a sus hijos: «de pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude escapar para traerte la noticia». (1,19).

Tengo una sensación que si no la digo reviento. Necesito para ello tomar un ejemplo de nuestros días. Existe una serie llamada «Cuéntame» protagonizada por la Familia Alcántara. Esa familia es modelo, prototipo, de la familia media española de los años 50-60-70... Claro, si no queremos tener que estrenar protagonistas nuevos cada semana (con sus consiguientes actores diferentes) pues se va a dar un efecto inevitable: todo le tiene que pasar a esa familia. Todo hasta rayar el ridículo. Porque pase que una hija se enamore de un hippy, o de un maduro separado, o de su párroco... pero todo en la misma chica, lo dicho, roza el ridículo. Pues bien, eso es lo que le ocurre a Job, que todo le ocurre a él. Él, como único protagonista de su libro, recibe todas las situaciones con las que el autor desea ejemplarizar.

Pero la respuesta de Job, he aquí el target de presentación de este libro, es que sigue siendo fiel a Dios. Si tuviésemos delante el trabajo de hacer un tráiler sobre una película de la vida de Job… tras unas cuantas escenas dramáticas aparecería la respuesta desnuda (se lo han quitado todo) de fidelidad. Todavía anda en carteleras la película «La montaña entre nosotros», donde los protagonistas sufren un accidente de avión en mitad de las montañas nevadas. Tras la escena del accidente, con imágenes nerviosas, ruidosas, llega la escena del silencio, la imagen de la montaña silenciosa y solitaria, el protagonista se encuentra «desnudo de todo» ante la majestuosidad de la montaña. Siento que lo mismo le ocurre a Job, que en ese espacio de dolor, de soledad, de desnudez de bienes… ahí sigue encontrándose con Dios. Y muy importante, no es un dios-magia que le quita el dolor. No, el dolor persiste. Pero sí que es un Dios que llena su vida de convicción. Tanto como para seguir diciendo: «¡Bendito sea el nombre del Señor!» (1,21).

Quique Fernández

viernes, 9 de marzo de 2018

Dos hermanos enfrentados


En esta ocasión os propongo leer y meditar la historia de los dos hijos del patriarca Isaac y la matriarca Rebeca: Esaú y Jacob. Una narración que comienza en Génesis 25,19 y se extenderá por algunos capítulos de este primer libro bíblico. Incluso será la clave de lectura del conflicto endémico entre dos pueblos (hermanos), Edom e Israel, que encontraremos en diferentes narraciones bíblicas. Es un texto donde se mezclan valores y contravalores, la vida real, donde Dios continúa interviniendo.

La oración del indigente
Como percibimos, con cierta frecuencia, en los textos bíblicos, la esterilidad femenina que es vista como algo negativo en la antigüedad (el no tener hijos es lo peor que lo podía pasar a una mujer), es ocasión para una acción extraordinaria de Dios. Y de la misma manera que Sara, esposa de Abrahán, concibió gracias a la acción de Dios, también Rebeca: «Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió» (Génesis 25,21). La acción de Dios se hace presente escuchando la suplica del necesitado. El débil, el indigente, el pequeño siempre son objeto de la predilección divina.

El fruto del vientre de Rebeca serán dos hermanos gemelos: Esaú y Jacob. Dos hermanos que personifican a dos grandes pueblos: Edom e Israel. Dos naciones que estarán en conflicto continuo a lo largo de la historia.

El mayor es presentado como cazador y rudo, mientras que Jacob es descrito como un hombre tranquilo, pacífico, integro (diversas traducciones posibles de la expresión hebrea tam) y pastor nómada.

El hambre de Esaú
La escena sitúa a los dos hermanos ya adultos, dando un gran salto cronológico. Jacob está cocinando un guiso rojo (25,30), unas lentejas, aclarará el narrador después (25,34). El juego de palabras entre rojo y Edom (de la misma raíz en hebreo) justifica el nombre por el que será conocido el pueblo descendiente de Esaú. Esaú accede a «cambiar» o «vender» sus derechos de hijo mayor, de primogénito, por el guiso que está preparando su hermano. Sus ganas de comer, su ansiedad le ciegan la responsabilidad adquirida como heredero. Ocasión que aprovecha astutamente su hermano menor Jacob.

El engaño de Jacob
Esta circunstancia junto con el engaño posterior de Jacob a su padre, ya ciego, con la complicidad de su madre Rebeca, para recibir la bendición de primogénito (cf. Génesis 27), harán que se desate un grave antagonismo entre los dos hermanos, un odio a muerte.

Jacob suplanta a Esaú con el fin de hacerse con los derechos del hermano mayor, de la primogenitura que astutamente ha conseguido de su hermano. Y no se para ante la mentira, el disimulo, el fraude para conseguir lo que quiere. Curiosamente, a pesar de estas circunstancias, el plan de Dios se cumple. «Dios escribe recto con renglones torcidos» (frase atribuida a Teresa de Jesús, aunque de origen incierto).

Una herida por cicatrizar
Pero el engaño traerá funestas consecuencias, que no podemos obviar. La reconciliación será costosa, difícil e incompleta (Génesis 33,1-17). La historia posterior corroborará que la herida abierta entre estos dos hermanos, estos dos pueblos, nunca llegó a cicatrizar del todo.

Para la oración
·                     Los temas para llevar a la plegaria son varios; cada persona ha de elegir la temática o las cuestiones que más inciden en su existencia personal y comunitaria: la fuerza de la oración, el plan de Dios, la predilección por los pequeños, los conflictos fraternales, el papel de los padres en la educación, el engaño y el fraude…

·                    La oración, en muchas ocasiones, consigue lo aparentemente imposible. Hemos de poner nuestra confianza en la acción de Dios y no desfallecer. Isaac y Rebeca son ejemplos de una oración esperanzada, como rezamos en el libro de los Salmos: «Mi corazón, Señor, no es altanero, ni mis ojos altivos. No voy tras lo grandioso, ni tras lo prodigioso, que me excede, mas allano y aquieto mis deseos como el niño en el regazo de su madre: como el niño en el regazo, así están conmigo mis deseos. Tu esperanza, Israel, en el Señor, desde ahora, para siempre. (Salmo 131).

·                    Pero todo no es laudable en la actitud de los diversos personajes. Esaú es un inconsciente y un irresponsable cuando es capaz de «cambiar» su primogenitura por un plato de lentejas. Lo inmediato prevalece sobre lo realmente importante. Y ¿en mi vida? ¿Sé realmente priorizar en cada ocasión? ¿Tengo siempre presente lo que es realmente importante o me dejo habitualmente llevar por lo inmediato, lo tangible, las «exigencias» del aquí y ahora?

·                    O Jacob y su madre Rebeca que utilizan la mentira, el fraude, la deslealtad para conseguir sus fines, aunque estos sean buenos. ¿El fin justifica los medios? ¿No somos conscientes que todo no vale para obtener resultados? La persona religiosa y la persona honrada saben que el «todo vale» no es una opción ética, aunque el motivo sea bueno.

·                    Una vida incoherente y egoísta lleva siempre al conflicto. El enfrentamiento con el otro es consecuencia de dichas actitudes. Y el narrador bíblico nos recuerdo que el otro siempre es tu hermano al que debes amar, hijos ambos del mismo Padre. Edom e Israel serán dos pueblos siempre enfrentados, pero en el plan original de Dios son hermanos. ¿También yo considero al otro mi hermano o mi hermana?, sea quien sea.

·                    Dios es el Señor de la Historia. Esto nos da esperanza y confianza. Ya que a pesar de nuestras innumerables «meteduras de pata» el plan de Dios prevalecerá. Pero no se lo pongamos cada vez más difícil.

Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 679 [2018] 9-11)


viernes, 2 de marzo de 2018

La Sabiduría de Dios


Primeras impresiones sobre el libro de Proverbios

De entrada, ya en el primer versículo, se me informa que el autor de este libro, de estos proverbios es «Salomón, hijo de David, rey de Israel» (1, 1). Me es conocido desde jovencito por aspectos anecdóticos: su sabiduría por la famosa escena de proponer cortar a un niño en dos; su pasión desmesurada por la Reina de Saba, plasmada en el cine…

Pues bien, la experiencia lectora unida al estudio bíblico acumulado, me despierta dudas razonables de que todo el libro, todos los proverbios, sean de Salomón.

Tras la autoría viene la finalidad de la obra: «para conocer la sabiduría y la instrucción, para entender las palabras profundas» (1, 2). Me resulta esclarecedora la conexión entre «sabiduría» y «palabras profundas», y no me da tiempo a preguntarme sobre qué tipo de palabras profundas habla porque inmediatamente se citan la justicia, la equidad y la rectitud. Y me digo: ¡Casi nada! ¡Esto va en serio!

Y al leer lo que sigue, «para dar perspicacia a los incautos», me llega la sensación de estar ante un texto que, si no me lo dicen, pienso que es muy actual. Pero aun sabiendo que se trata de un libro del Antiguo Testamento, vislumbro que es de los que hace realidad la expresión de «actualidad de la Biblia», es decir, que el texto sagrado tiene palabras de vida y sabiduría para el hombre de hoy.

Y esta sensación, y consiguiente constatación, se agudizan aun más al leer «los necios desprecian la sabiduría». Parece que hable de aquí y de hoy.
Pero tras esa primera finalidad formulada en positivo aparece otra finalidad de la obra formulada en «negativo»: «Hijo mío, si los pecadores intentan seducirte, tú no aceptes» (1,10). 

En seguida llega una frase que bien podría ser considerado un lema a seguir: «La Sabiduría clama por las calles, en las plazas hace oír su voz» (1,20) Se me ha despertado con esa frase mi perfil reivindicativo de la justicia y la bondad, ese perfil que a veces tengo demasiado escondido y que se me despierta, tristemente, solo cuando se me hace inevitable ver la injusticia, la maldad. 

Sin embargo, me choca el tono negativo con el que sigue (1, 22-32), porque en la imagen que yo me puedo hacer de la Sabiduría, esa bronca agorera de calamidades no le pega para nada. Uno espera que la Sabiduría tenga argumentos tan consistentes y positivos que no le haga falta amenazar con los desastres y la mano dura. Quizá este pensamiento pueda ser cuestión atribuible a mis prejuicios.

En fin, esta primera impresión, que coincide con el primer capítulo del Libro, me parece un elenco de sensaciones que van desde la claridad hasta la perplejidad. ¡La cosa promete!

Quique Fernández