viernes, 13 de septiembre de 2013

Amor de donación

Pablo en su primera carta a los Corintios nos habla de los diversos dones, de los que participa la comunidad de seguidores de Jesús: 1Cor 12,1-13,13 (leerlo en el link)
Dichos dones –si son tales– proceden del Espíritu Santo y, por tanto, su origen común significa también un fin común: el bien comunitario, la edificación eclesial.
Estos dones resaltan dos principios inseparables, la unidad y la pluralidad: la primera a la que debe tender toda la acción comunitaria, la segunda como correctivo para no confundir unidad con uniformidad. La diversidad se fundamenta en la unidad.
El símil del cuerpo, que utiliza el Apóstol, es clarificador: cada miembro es diferente de otro miembro, pero todos y cada uno son necesarios para que actúe el único cuerpo. Los miembros más débiles, o incluso los más viles, –también de la comunidad– son tratados con mayor esmero. El bien (o el mal) que se haga a cualquiera de los miembros repercute en el resto, en todo el cuerpo.
La comunidad se identifica con el cuerpo de Cristo, y en ella hay diversos carismas, desde los de gobierno de la comunidad, a los de sabiduría o profecía o, incluso, dones de curación o de milagros. Todos han de estar al servicio de la comunidad. Pero el don más excelente no es ninguno de los anteriores, sino el del amor de donación. A este carisma todos pueden acceder aunque, paradójicamente, es el más difícil de vivir. Pablo no define el amor, lo describe: se identifica con la forma de vivir y de morir de Jesús, y es una llamada a vivirlo todos sus seguidores. Es un don que no terminará nunca.
Javier Velasco-Arias

jueves, 5 de septiembre de 2013

Mujer y hombre, iguales

Leemos en 1Cor 7,3-4: El marido debe cumplir su obligación conyugal con la mujer, y lo mismo la mujer con el marido. Porque la mujer ya no es dueña de su propio cuerpo; lo es el marido. Como tampoco el marido es dueño de su cuerpo; lo es la mujer.
Pablo escribe una de las páginas más bellas de la Biblia sobre el matrimonio. Los vv. 3-4 son de una gran belleza: proclaman la relación de igualdad entre el hombre y la mujer en el matrimonio. En los dos versículos se utiliza el adverbio griego omoios (lo mismo, de igual manera, igualmente) para comentar cómo han de ser las relaciones entre los cónyuges, relaciones basadas en la igualdad. Cada cuerpo se hace don del otro y cada uno se convierte en posesión del otro a través de ese don, creando una «deuda» el uno para el otro.
Ni el hombre ni la mujer pueden considerar suyo su cuerpo, es del otro. Más aún, la expresión griega soma (cuerpo), siguiendo la tradición del Antiguo Testamento, indica la persona entera; es la persona entera la que está a la disposición del otro. Que lejos se encuentra esta declaración, sobre la mutua entrega en el matrimonio, de la mentalidad rabínica o esenia sobre la procreación como exclusiva razón para el matrimonio. Recuerda el texto yahvista del Génesis sobre el matrimonio; la exclamación de Adán al ver por primera vez a Eva: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne» (Gn 2,23-24). En este texto hay una afirmación de igualdad entre el hombre y la mujer. Pero Pablo, en la misma línea, va más allá: subraya la igualdad radical del hombre y de la mujer ante el matrimonio, ante las relaciones sexuales, ante el derecho al cuerpo, a la persona íntegra, del otro. La sexualidad en el matrimonio es plena y recíproca disponibilidad de un cónyuge para el otro.
Javier Velasco-Arias