viernes, 24 de febrero de 2017

Concepto bíblico de lo sagrado

·         ·     Lo sagrado en la Biblia

La fenomenología religiosa busca definir lo «sagrado» en su relación con el hecho religioso, ya que este elemento es el común en toda la historia de las religiones.

Lo sagrado designa, para nosotros, el ámbito en el que se inscriben todos los elementos que componen el hecho religioso, el campo significativo al que pertenecen todos ellos; lo sagrado significa el orden peculiar de realidad en el que se inscriben aquellos elementos: Dios, hombre, actos, objetos, que constituyen las múltiples manifestaciones del hecho religioso (J. Martín Velasco, Introducción a la fenomenología de la religión, Madrid: Cristiandad 1982, pp. 86-87).

Las expresiones santo o sagrado traducen normalmente el término hebreoקָדֹֽשׁ   (qadosh) y el griego ἅγιος

Colgarás la cortina de cuatro columnas de madera de acacia revestidas de oro y provistas de escarpias y de cuatro basas de plata.  La colgarás debajo de los corchetes, y detrás de ella colocarás el arca de la alianza. La cortina separará el Santo del Santísimo. (Ex 26,32).

La raíz de esta palabra hebrea indica «separar», «poner aparte». Aunque no es tan sencillo el saber exactamente a qué se refiere cada vez que encontramos esta expresión en la Biblia. El contexto en el que aparece nos dará pistas de cómo hemos de traducirlo y entenderlo.

Lo que sí está claro es que el «Santo» por antonomasia es Dios. Lo sagrado siempre está relacionado con él.

Yo soy el Señor, vuestro Dios, santificaos y sed santos, porque yo soy santo. (Lv 11,44).

Y clamaban alternándose: ¡Santo, santo, santo, el Señor Todopoderoso, la tierra está llena de su gloria! (Is 6,3).

Lo impuro es lo contrario a lo santo o lo sagrado. Son dos realidades incompatibles. Todo aquel que ha incurrido en impureza debe ser purificado para participar en el culto, para entrar en contacto con lo sagrado, para relacionarse con Dios.

3 Y clamaban alternándose: ¡Santo, santo, santo, el Señor Todopoderoso, la tierra está llena de su gloria!
 4 Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
 5 Yo dije: ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor Todopoderoso.
 6 Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano, que había retirado del altar con unas tenazas;
 7 la aplicó a mi boca y me dijo: Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.
 8 Entonces escuché la voz del Señor, que decía: ¿A quién mandaré?, ¿quién irá de nuestra parte? Contesté: Aquí estoy, mándame.
 9 Él replicó: Anda y di a ese pueblo: Oíd con vuestros oídos, pero sin entender; mirad con vuestros ojos, pero sin comprender.
 10 Embota el corazón de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y sane.
(Is 6,3-10).

Las cosas, los textos, los tiempos, los espacios, el culto o ritos son sagrados por su relación con la divinidad. Indica que Dios es siempre más, que entrar en su realidad es participar de una realidad diferente.

a) Lo santo o numinoso es majestad, del latín maius, algo que es siempre más grande. En ese sentido, lo santo es lo supremo, aquello que aparece como exceso de ser, como superabundancia o plenitud que desborda todas las posibles concreciones históricas y objetivas. En ese sentido, lo santo es siempre «más», de manera que ante el despliegue de la Majestad surge el pavor, la sensación de pequeñez suprema: el hombre no puede esconderse o resguardarse, nada puede hacer, sino sólo descubrirse criatura, nada, quitarse las sandalias, taparse el rostro, pues no se puede ver a Dios (cf. Ex 3,5; 33,20-23).
b) Lo Santo es energía, es decir, poder originario, que se expresa en forma de fuego o de viento, de inmenso terremoto. Dios viene, todo tiembla, como en el Sinaí (cf. Ex 19,16-22).
(Xabier Pikaza – Abdelmumin Aya, «Santidad», en Diccionario de las tres religiones: Judaísmo, Cristianismo, Islam, Estella: Verbo Divino 2009, p. 1035).


·         Lugares sagrados anteriores al Templo de Jerusalén: santuarios y tabernáculo

Los montes, especialmente, se convertirán en espacios sagrados por excelencia. La montaña es signo de la presencia de Dios: Horeb, Sinaí, Nebo, Carmelo, etc. son lugares desde donde Dios se manifiesta.

Nos puede servir de ejemplo, la montaña del Sinaí, donde Moisés recibe las Tablas de la Alianza y encontramos una de las teofanías más importantes del Antiguo Testamento:

El monte Sinaí, donde Yahvé se hace presente ante su pueblo Israel: «al tercer día el Señor descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí» (Ex 19,11); donde manifiesta a Moisés cual es su voluntad para su pueblo: «Y cuando terminó de hablar con Moisés sobre el monte Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios» (Ex 31,18). Una voluntad que busca el bien, la prosperidad, la felicidad de su pueblo. Dios hace una Alianza con Israel, un pacto de fidelidad. La montaña del Sinaí será siempre signo de la presencia de Dios, de su santidad, de su trascendencia, de la Alianza siempre fiel con su pueblo.
(Javier Velasco-Arias, «La montaña, signo de la presencia de Dios». Catalunya Cristiana 1194 [2002] 3).

Aunque la presencia de Dios se hace presente, en un primer momento, en cualquier lugar, ya que Dios no está condicionado por ningún espacio sagrado en la Tierra Lugares que después se convertirán en santuarios.

Así dice el Señor: El cielo es mi trono, y la tierra, el estrado de mis pies: ¿Qué templo podréis construirme o qué lugar para mi descanso? (Is 66,1).

Aunque la persona religiosa necesita un espacio físico, donde entrar en contacto con la divinidad:

 10 Jacob salió de Berseba y se dirigió a Jarán.
 11 Acertó a llegar a un lugar; y como se había puesto el sol, se quedó allí a pasar la noche. Tomó una piedra del lugar, se la puso como almohada y se acostó en aquel lugar.
 12 Tuvo un sueño: una rampa, plantada en tierra, tocaba con el extremo el cielo. Mensajeros de Dios subían y bajaban por ella.
 13 El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: Yo soy el Señor, Dios de Abrahán tu padre y Dios de Isaac. La tierra en que yaces te la daré a ti y a tu descendencia.
 14 Tu descendencia será como el polvo de la tierra; te extenderás a occidente y oriente, al norte y al sur. Por ti y por tu descendencia todos los pueblos del mundo serán benditos.
 15 Yo estoy contigo, te acompañaré adonde vayas, te haré volver a este país y no te abandonaré hasta cumplirte cuanto te he prometido.
 16 Despertó Jacob del sueño y dijo: Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía.
 17 Y añadió aterrorizado: ¡Qué terrible es este lugar! Es nada menos que Casa de Dios y Puerta del Cielo.
 18 Jacob se levantó de mañana, tomó la piedra que le había servido de almohada, la colocó a modo de estela y derramó aceite en la punta.
 19 Y llamó al lugar Casa de Dios la ciudad se llamaba antes Luz
 (Gn 28,10-19).

Este lugar dará posteriormente lugar a uno de los santuarios más importantes del Reino del Norte: Bet-El o Casa de Dios.

Será la época del desierto, después de la experiencia del Éxodo cuando el espacio sagrado de la manifestación de Dios lo encontraremos en la Tienda del Encuentro o Tabernáculo: una especie de Jaima transportable, donde se guardaba el Arca de la Alianza con las Tablas del Decálogo y desde donde el Señor hablaba con el pueblo, a través de Moisés, primeramente, y después de sus sucesores.

El Tabernáculo del desierto era un santuario portátil y desarmable, adaptado a los desplazamientos del período nómada de Israel. (Adolfo D. Roitman, Del Tabernáculo al Templo. Sobre el espacio sagrado en el judaísmo antiguo, Estella: Verbo Divino 2016, p. 42).

En él se manifestaba la gloria (כָּבוֹד) de Dios: su presencia gloriosa se hacia presente en medio de su pueblo.

Entonces la nube cubrió la tienda del encuentro, y la Gloria del Señor llenó el santuario. Moisés no pudo entrar en la tienda del encuentro, porque la nube se había apostado sobre ella y la Gloria del Señor llenaba el santuario. (Ex 40,34-35).

Javier Velasco-Arias