viernes, 27 de julio de 2018

Dos mujeres audaces y misericordiosas

El libro del Éxodo, segunda obra de la Torá (más conocida en el mundo cristiano como Pentateuco) y de toda la Biblia Hebrea, nos narra la salida liberadora, o éxodo, del pueblo de Israel de Egipto. Pero todo comienza con la decisión valiente de dos mujeres que deciden oponerse, aunque de manera astuta y eficaz, a los planes del Faraón.

Contexto histórico
La situación con la que se inicia la narración es muy diferente a la de la historia de «José y sus hermanos». Inmediatamente después de enumerar las familias hebreas que entraron en Egipto, el narrador nos traslada a una época difícil para los sucesores de los hijos de Jacob-Israel (Éxodo 1,1-14).

Un período penoso, duro, en el que serán tratados como esclavos y sometidos a un trato denigrante. El rey de Egipto opresor será plausiblemente Ramsés II (s. XIII a.C.), aunque el autor sagrado no nos proporciona su nombre: por desconocimiento o de forma consciente; no lo sabemos con certeza. El ser obligados a trabajar en la construcción de la ciudad de Pi-Ramsés (Éxodo 1,11) avala la hipótesis de quién es el Faraón de aquella época.

Esclavitud del pueblo de Israel
La vida del incipiente pueblo de Israel no es nada fácil. El relator nos la describe someramente, pero con gran intensidad: «Los egipcios sometieron a los israelitas a cruel servidumbre, y amargaron su vida con rudos trabajos en arcilla, en adobes, en todas las faenas del campo y en toda suerte de labores, acompañadas de malos tratos» (Éxodo 1,13-14). Los verbos y sustantivos que descubrimos en el texto no dejan lugar a dudas: sometidos, cruel servidumbre, amargaron su vida, rudos trabajos, malos tratos…

Si esto no fuera suficiente, el rey de Egipto decide asesinar a todos los recién nacidos varones, con el fin de evitar que con el tiempo se conviertan en posibles soldados contra él y contra Egipto (Éxodo 1,15-16.22).

Dos mujeres: Sifrá y Púa
Pero entran en escena dos mujeres egipcias, parteras de profesión. Ellas serán las encargadas de ejecutar las órdenes del monarca y consumar el infanticidio de los niños hebreos. Son dos mujeres con nombre: Sifrá y Púa. Es curioso que para el narrador bíblico estas dos mujeres tengan nombre, el Faraón, no (Éxodo 1,15). El protagonismo de las dos no puede pasar desapercibido para el lector-oyente del relato: serán ambas instrumento de la misericordia del Dios de Israel.

Dos mujeres valientes, osadas, audaces. Capaces de poner en peligro su propia integridad física por oponerse a unas ordenes injustas, inicuas, inmorales, arbitrarias... Pero, inteligentes; justifican su desobediencia en la imposibilidad de cumplirla: «Es que las hebreas no son como las mujeres egipcias. Son más vigorosas y dan a luz antes que llegue la partera» (Éxodo 1,19). Actúan de forma ilegal (desobedecen una ley), pero justa y misericordiosa: no siempre se identifican legalidad y justicia. Su profesión (parteras) implica dar la bienvenida a la vida, ayudar a que ésta se abra camino; no sesgarla, destruirla. Ello significará la alabanza del narrador y el favor del Dios todo misericordia: «Dios favoreció a las parteras. Y el pueblo seguía creciendo y fortaleciéndose. Por haber temido a Dios las parteras, él les concedió numerosa descendencia» (Éxodo 1,20-21).

Para la oración
  • El texto narrativo es de una gran belleza. Los protagonistas del relato no dejan a nadie indiferente. Y la situación descrita nos proporciona abundantes pistas para nuestra oración.
  • Las situaciones de injusticia son de entonces y siguen siendo, por desgracia, de actualidad. ¿Qué actitud adopto ante dichas injusticias? ¿Soy mero espectador o me implico en la solución, según mis posibilidades?
  • Los medios de comunicación (prensa, revistas, TV, Internet, etc.), en muchas ocasiones, nos vuelven inmunes, meros observadores distantes de atropellos de los derechos humanos, de violencia gratuita, etc. Y dichas noticias se convierten, con frecuencia, en informaciones en las que no nos sentimos implicados. Con lo que, en cierta manera, nos convertimos en cómplices de dichas situaciones. ¿Qué debo hacer, como cristiano, para salir de la «rueda» de la indiferencia generalizada?
  • Las dos parteras de nuestra narración, Sifrá y Púa, se implicaron activamente en evitar la injusticia, a sabiendas que dicha actitud les podría complicar mucho la vida; podían ser represaliadas muy duramente (cárcel, torturas o, incluso, ajusticiadas) por su desobediencia manifiesta. ¿Hasta dónde estoy yo dispuesto/a a involucrarme por defender los derechos de los otros?
  • ¿Cómo defiendo la vida? Frente al aborto, la eutanasia, pero también… la violencia contra las personas, las situaciones de injusticia crónicas, los derechos de los más vulnerables…
  • El participar económicamente, de forma periódica, con alguna ONG de confianza es inexcusable. Pero, no puedo conformarme, o acallar mi conciencia, con dar algo de dinero (de lo que me sobra). Mi compromiso ha de ser más activo: participar en campañas, manifestaciones, recogida de firmas, ceder parte de mi tiempo o de mis vacaciones, etc. Cada uno debe valorar lo que puede y lo que debe hacer. Cada mujer y cada hombre es mi hermana, mi hermano (de cualquier raza, origen, religión…). Católico significa «universal»: ¿me lo creo o lo utilizo como una etiqueta excluyente?
Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 681 [2018] 9-11)

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