Contexto
histórico
La
situación con la que se inicia la narración es muy diferente a la de la
historia de «José y sus hermanos». Inmediatamente después de enumerar las
familias hebreas que entraron en Egipto, el narrador nos traslada a una época
difícil para los sucesores de los hijos de Jacob-Israel (Éxodo 1,1-14).
Un
período penoso, duro, en el que serán tratados como esclavos y sometidos a un
trato denigrante. El rey de Egipto opresor será plausiblemente Ramsés II (s.
XIII a.C.), aunque el autor sagrado no nos proporciona su nombre: por
desconocimiento o de forma consciente; no lo sabemos con certeza. El ser obligados
a trabajar en la construcción de la ciudad de Pi-Ramsés (Éxodo 1,11) avala la
hipótesis de quién es el Faraón de aquella época.
Esclavitud
del pueblo de Israel
La
vida del incipiente pueblo de Israel no es nada fácil. El relator nos la
describe someramente, pero con gran intensidad: «Los egipcios sometieron a los israelitas a cruel
servidumbre, y amargaron su vida con rudos trabajos en arcilla, en adobes, en
todas las faenas del campo y en toda suerte de labores, acompañadas de malos
tratos» (Éxodo 1,13-14). Los verbos y sustantivos que descubrimos en el texto
no dejan lugar a dudas: sometidos, cruel servidumbre, amargaron su vida, rudos
trabajos, malos tratos…
Si esto no fuera suficiente, el rey de
Egipto decide asesinar a todos los recién nacidos varones, con el fin de evitar
que con el tiempo se conviertan en posibles soldados contra él y contra Egipto
(Éxodo 1,15-16.22).
Dos mujeres: Sifrá y Púa
Pero entran en escena dos mujeres
egipcias, parteras de profesión. Ellas serán las encargadas de ejecutar las
órdenes del monarca y consumar el infanticidio de los niños hebreos. Son dos
mujeres con nombre: Sifrá y Púa. Es curioso que para el narrador bíblico estas
dos mujeres tengan nombre, el Faraón, no (Éxodo 1,15). El protagonismo de las
dos no puede pasar desapercibido para el lector-oyente del relato: serán ambas
instrumento de la misericordia del Dios de Israel.
Dos mujeres valientes, osadas, audaces.
Capaces de poner en peligro su propia integridad física por oponerse a unas
ordenes injustas, inicuas, inmorales, arbitrarias... Pero, inteligentes; justifican
su desobediencia en la imposibilidad de cumplirla: «Es que las hebreas no son
como las mujeres egipcias. Son más vigorosas y dan a luz antes que llegue la
partera» (Éxodo 1,19). Actúan de forma ilegal (desobedecen una ley), pero justa
y misericordiosa: no siempre se identifican legalidad y justicia. Su profesión
(parteras) implica dar la bienvenida a la vida, ayudar a que ésta se abra
camino; no sesgarla, destruirla. Ello significará la alabanza del narrador y el
favor del Dios todo misericordia: «Dios favoreció a las parteras. Y el pueblo
seguía creciendo y fortaleciéndose. Por haber temido a Dios las parteras, él
les concedió numerosa descendencia» (Éxodo 1,20-21).
Para la oración
- El texto narrativo
es de una gran belleza. Los protagonistas del relato no dejan a nadie
indiferente. Y la situación descrita nos proporciona abundantes pistas
para nuestra oración.
- Las situaciones de
injusticia son de entonces y siguen siendo, por desgracia, de actualidad.
¿Qué actitud adopto ante dichas injusticias? ¿Soy mero espectador o me
implico en la solución, según mis posibilidades?
- Los medios de
comunicación (prensa, revistas, TV, Internet, etc.), en muchas ocasiones,
nos vuelven inmunes, meros observadores distantes de atropellos de los
derechos humanos, de violencia gratuita, etc. Y dichas noticias se
convierten, con frecuencia, en informaciones en las que no nos sentimos
implicados. Con lo que, en cierta manera, nos convertimos en cómplices de
dichas situaciones. ¿Qué debo hacer, como cristiano, para salir de la
«rueda» de la indiferencia generalizada?
- Las dos parteras de
nuestra narración, Sifrá y Púa, se
implicaron activamente en evitar la injusticia, a sabiendas que dicha
actitud les podría complicar mucho la vida; podían ser represaliadas muy
duramente (cárcel, torturas o, incluso, ajusticiadas) por su desobediencia
manifiesta. ¿Hasta dónde estoy yo dispuesto/a a involucrarme por defender
los derechos de los otros?
- ¿Cómo defiendo la
vida? Frente al aborto, la eutanasia, pero también… la violencia contra
las personas, las situaciones de injusticia crónicas, los derechos de los
más vulnerables…
- El participar económicamente, de forma periódica, con alguna ONG de confianza es inexcusable. Pero, no puedo conformarme, o acallar mi conciencia, con dar algo de dinero (de lo que me sobra). Mi compromiso ha de ser más activo: participar en campañas, manifestaciones, recogida de firmas, ceder parte de mi tiempo o de mis vacaciones, etc. Cada uno debe valorar lo que puede y lo que debe hacer. Cada mujer y cada hombre es mi hermana, mi hermano (de cualquier raza, origen, religión…). Católico significa «universal»: ¿me lo creo o lo utilizo como una etiqueta excluyente?
(Publicado en Lluvia de rosas 681 [2018] 9-11)
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