miércoles, 10 de febrero de 2016

Emigrantes y refugiados en el Antiguo Testamento

El pueblo de Israel tiene conciencia de su pasado de inmigrante, de cómo sus antepasados llegaron a Palestina desde esta condición.

Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unas pocas personas; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso. (Dt 26,5).

El origen del Pueblo de Dios es nómada: un pueblo que va de un sitio a otro. Un pueblo que ha vivido como emigrante en Egipto.

La experiencia del pueblo, su memoria está en la base de toda la legislación positiva, a favor del emigrante y del extranjero.

Moisés accedió a vivir con él (con Jetró), y éste le dio a su hija Séfora por esposa.
Ella dio a luz un niño y Moisés lo llamó Guersón, diciendo: «Soy un emigrante en tierra extranjera.» (Ex 2,21-22).

La expresión גֵּר tiene el sentido de emigrante, extranjero, forastero, etc.

Un diccionario bíblico lo define: «es un hombre que, ya sea solo o con su familia, deja su pueblo y tribu, a causa de la guerra (2Sam 4,3), hambre (Rut 1,1), la peste, […] y busca refugio y estancia en otro lugar, donde su derecho a la propiedad de la tierra, para casarse, y para participar en la administración de justicia, en el culto, y en la guerra es reducido…» (Holladay Hebrew lexicon, 1637).

El Señor dijo a Abrán: Tienes que saber que tu descendencia vivirá como forastera (extranjera, inmigrante) en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante cuatrocientos años (Gn 15,13).

Desde esta experiencia, Israel entenderá que debe acoger al emigrante, practicar la hospitalidad con el extranjero. Porque ellos fueron inmigrantes en Egipto, porque el pueblo sigue siendo emigrante en la tierra prometida.

«Mía es la tierra y en mi tierra sois extranjeros»: en Canaán. La conciencia de ser nómada es tan fundamental para Israel que se acordará siempre de que es un emigrante con residencia en un país que no es el suyo. La Torah lo proclama: «Sí, la tierra es mía. Y vosotros emigrantes y residentes en mi tierra» (Lv 25,33). Lo recuerda el salmista: «Yo soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres» (Sal 39,13). Y el cronista pone en labios de David una confesión semejante: «Sí, somos emigrantes y extranjeros, igual que nuestros padres» (1Cr 29,15).
Así pues, en Canaán Israel no está en su tierra. Es como si Dios le otorgase permanentemente derecho de asilo en ella. Para que no codicie, se le convida a no retener ese don para él solo, sino hacer participantes a otros de sus frutos. Este es el  sentido de las primicias para los pobres y los emigrantes. La memoria que Israel conserva de su estatuto originario de emigrante.
(André Wénin, Israël, étranger et migrant. Réflexions à propos de l’immigré dans la Bible, Mélanges de Science Religieuse 52 [1995] 281-299).

La acogida al emigrante se convertirá en un mandato divino, en una norma ética: «Amaréis al inmigrante, porque inmigrantes fuisteis en Egipto» (Dt 10,19).

Una y otra vez, las diferentes normativas justifican la protección y la defensa de los derechos del emigrante a partir de la experiencia de sufrimiento y liberación del pueblo. La protección de los derechos del ger parte de la memoria histórica de Israel: el pueblo debe convivir con el emigrante de modo que no se vuelva a repetir la injusticia.
(Lidia Rodríguez, «La memoria, fundamento de la acogida al emigrante», en Carlos Gil (coord.), El inmigrante en la Biblia (Reseña Bíblica 46), Estella: Verbo Divino 2005, p. 16).

Los textos bíblicos son abundantes:

Maldición, plegaria, norma moral… todo converge para expresar la importancia de los derechos del emigrante, junto con el de otros colectivos desfavorecidos.

¡Maldito quien defraude de sus derechos al inmigrante, al huérfano o a la viuda! Y el pueblo a una responderá: ¡Amén! (Dt 27,19).

El recuerdo, la memoria como argumento del «mandamiento» que prohíbe tratar mal, rechazar al emigrante.

No oprimirás al inmigrante; también vosotros sabéis lo que es ser inmigrante, pues inmigrantes fuisteis en tierra de Egipto. (Ex 23,9).

El inmigrante también es sujeto de derechos, incluido el descanso sabático

Durante seis días trabajarás, pero el séptimo día descansarás, para que reposen […] y se repongan el hijo de tu esclava y el inmigrante. (Ex 23,12).

El inmigrante tiene derecho a un salario justo, en situación similar al trabajador israelita. Nadie debe defraudar, explotar, engañar, negar sus derechos… al inmigrante. Es Dios mismo el garante. Quien no actúe así será reo de la justicia divina.

No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, ya sea hermano tuyo o inmigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes de que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no, apelará al Señor, y tú serás culpable.
No defraudarás el derecho del inmigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda (Dt 24,14-15.17).

El mandamiento del amor incluye al inmigrante: es un igual.

Amaréis al inmigrante, porque inmigrantes fuisteis en Egipto (Dt 10,19).

Tienen los mismos derechos los inmigrantes que los hijos de Israel, incluido el derecho a la propiedad, el derecho a la herencia, etc.

Cuando un inmigrante se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis. Será para vosotros como uno de vosotros, de vuestro pueblo: lo amarás como a ti mismo, porque vosotros fuisteis inmigrantes en Egipto. Yo soy el Señor, vuestro Dios. (Lv 19,33).

El Dios de Israel es el Dios Universal: Él es el Padre de todos, sin excepción.

Ésta es la tierra que os repartiréis las doce tribus de Israel. Os la repartiréis a suerte como propiedad hereditaria, incluyendo a los inmigrantes residentes entre vosotros que hayan tenido hijos en vuestro país. Serán para vosotros como si hubieran nacido en Israel. Entrarán en la distribución con las tribus de Israel.
A los inmigrantes les daréis su propiedad hereditaria en el territorio de la tribu donde residan -oráculo del Señor Dios-. (Ez 47,21-23).

La hospitalidad hacia el extranjero, el emigrante, es vista como un acto de virtud, como una actitud que todo buen israelita debe practicar.

¡Lo juro! Cuando los hombres de mi campamento dijeron: ojalá nos dejen saciarnos de su carne, el forastero no tuvo que dormir en la calle, porque yo abrí mis puertas al caminante. (Job 31,31-32).

Cualquier discriminación, toda injusticia, un trato desigual al inmigrante es visto en la Biblia como algo contrario a la voluntad de Dios. El extranjero, el refugiado, el que ha de huir de su país de origen por diversas circunstancias ha de ser acogido, tratado como un igual, considerado un hermano. Éste es el mensaje de la Palabra de Dios.

Javier Velasco-Arias