viernes, 9 de marzo de 2018

Dos hermanos enfrentados


En esta ocasión os propongo leer y meditar la historia de los dos hijos del patriarca Isaac y la matriarca Rebeca: Esaú y Jacob. Una narración que comienza en Génesis 25,19 y se extenderá por algunos capítulos de este primer libro bíblico. Incluso será la clave de lectura del conflicto endémico entre dos pueblos (hermanos), Edom e Israel, que encontraremos en diferentes narraciones bíblicas. Es un texto donde se mezclan valores y contravalores, la vida real, donde Dios continúa interviniendo.

La oración del indigente
Como percibimos, con cierta frecuencia, en los textos bíblicos, la esterilidad femenina que es vista como algo negativo en la antigüedad (el no tener hijos es lo peor que lo podía pasar a una mujer), es ocasión para una acción extraordinaria de Dios. Y de la misma manera que Sara, esposa de Abrahán, concibió gracias a la acción de Dios, también Rebeca: «Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su mujer, concibió» (Génesis 25,21). La acción de Dios se hace presente escuchando la suplica del necesitado. El débil, el indigente, el pequeño siempre son objeto de la predilección divina.

El fruto del vientre de Rebeca serán dos hermanos gemelos: Esaú y Jacob. Dos hermanos que personifican a dos grandes pueblos: Edom e Israel. Dos naciones que estarán en conflicto continuo a lo largo de la historia.

El mayor es presentado como cazador y rudo, mientras que Jacob es descrito como un hombre tranquilo, pacífico, integro (diversas traducciones posibles de la expresión hebrea tam) y pastor nómada.

El hambre de Esaú
La escena sitúa a los dos hermanos ya adultos, dando un gran salto cronológico. Jacob está cocinando un guiso rojo (25,30), unas lentejas, aclarará el narrador después (25,34). El juego de palabras entre rojo y Edom (de la misma raíz en hebreo) justifica el nombre por el que será conocido el pueblo descendiente de Esaú. Esaú accede a «cambiar» o «vender» sus derechos de hijo mayor, de primogénito, por el guiso que está preparando su hermano. Sus ganas de comer, su ansiedad le ciegan la responsabilidad adquirida como heredero. Ocasión que aprovecha astutamente su hermano menor Jacob.

El engaño de Jacob
Esta circunstancia junto con el engaño posterior de Jacob a su padre, ya ciego, con la complicidad de su madre Rebeca, para recibir la bendición de primogénito (cf. Génesis 27), harán que se desate un grave antagonismo entre los dos hermanos, un odio a muerte.

Jacob suplanta a Esaú con el fin de hacerse con los derechos del hermano mayor, de la primogenitura que astutamente ha conseguido de su hermano. Y no se para ante la mentira, el disimulo, el fraude para conseguir lo que quiere. Curiosamente, a pesar de estas circunstancias, el plan de Dios se cumple. «Dios escribe recto con renglones torcidos» (frase atribuida a Teresa de Jesús, aunque de origen incierto).

Una herida por cicatrizar
Pero el engaño traerá funestas consecuencias, que no podemos obviar. La reconciliación será costosa, difícil e incompleta (Génesis 33,1-17). La historia posterior corroborará que la herida abierta entre estos dos hermanos, estos dos pueblos, nunca llegó a cicatrizar del todo.

Para la oración
·                     Los temas para llevar a la plegaria son varios; cada persona ha de elegir la temática o las cuestiones que más inciden en su existencia personal y comunitaria: la fuerza de la oración, el plan de Dios, la predilección por los pequeños, los conflictos fraternales, el papel de los padres en la educación, el engaño y el fraude…

·                    La oración, en muchas ocasiones, consigue lo aparentemente imposible. Hemos de poner nuestra confianza en la acción de Dios y no desfallecer. Isaac y Rebeca son ejemplos de una oración esperanzada, como rezamos en el libro de los Salmos: «Mi corazón, Señor, no es altanero, ni mis ojos altivos. No voy tras lo grandioso, ni tras lo prodigioso, que me excede, mas allano y aquieto mis deseos como el niño en el regazo de su madre: como el niño en el regazo, así están conmigo mis deseos. Tu esperanza, Israel, en el Señor, desde ahora, para siempre. (Salmo 131).

·                    Pero todo no es laudable en la actitud de los diversos personajes. Esaú es un inconsciente y un irresponsable cuando es capaz de «cambiar» su primogenitura por un plato de lentejas. Lo inmediato prevalece sobre lo realmente importante. Y ¿en mi vida? ¿Sé realmente priorizar en cada ocasión? ¿Tengo siempre presente lo que es realmente importante o me dejo habitualmente llevar por lo inmediato, lo tangible, las «exigencias» del aquí y ahora?

·                    O Jacob y su madre Rebeca que utilizan la mentira, el fraude, la deslealtad para conseguir sus fines, aunque estos sean buenos. ¿El fin justifica los medios? ¿No somos conscientes que todo no vale para obtener resultados? La persona religiosa y la persona honrada saben que el «todo vale» no es una opción ética, aunque el motivo sea bueno.

·                    Una vida incoherente y egoísta lleva siempre al conflicto. El enfrentamiento con el otro es consecuencia de dichas actitudes. Y el narrador bíblico nos recuerdo que el otro siempre es tu hermano al que debes amar, hijos ambos del mismo Padre. Edom e Israel serán dos pueblos siempre enfrentados, pero en el plan original de Dios son hermanos. ¿También yo considero al otro mi hermano o mi hermana?, sea quien sea.

·                    Dios es el Señor de la Historia. Esto nos da esperanza y confianza. Ya que a pesar de nuestras innumerables «meteduras de pata» el plan de Dios prevalecerá. Pero no se lo pongamos cada vez más difícil.

Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 679 [2018] 9-11)


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