domingo, 6 de diciembre de 2015

Año jubilar de la misericordia


Este martes, 8 de diciembre de 2015, comienza un Año Jubilar extraordinario: el Jubileo de la la misericordia.

El papa Francisco ha querido celebrar, con un año jubilar, los 50 años de la clausura del Concilio Vaticano II, un concilio que ha marcado la Iglesia de una manera extraordinaria, definitiva. Un concilio donde lo pastoral fue lo prioritario.

Y qué mejor forma de hacerlo que subrayar y celebrar el amor misericordioso de Dios.

  • «Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado» (Francisco, Bula Misericordiae Vultus, de convocatoria del año jubilar).
Se nos presenta una oportunidad inmensa para profundizar en el amor único, entrañable, compasivo, misericordioso de Dios. Y, al mismo tiempo, de formar parte de la dinámica divina del amor.

Es frecuente que la Biblia nos hable del amor de Dios con el adjetivo «entrañable» o con el sustantivo «amor entrañable». En ambos casos los textos están describiendo una forma de amor que hunde sus raíces en la forma de amar que una buena madre tiene hacia el hijo que lleva en sus entrañas. Dios ama con amor entrañable, misericordioso, compasivo. Mejor aún: «Él es amor entrañable» (Salmo 73,38).

En el profeta Isaías encontramos uno de los textos más bellos de cómo es este amor de Dios:
  • ¿Se olvida una madre de su criatura, deja de amar al hijo de sus entrañas? Pues aunque una madre se olvidara, yo jamás me olvidaré (Isaías 49,15).
El profeta compara el amor de Dios con el de una madre que está embarazada o está amamantando a su bebé. El vínculo tan estrecho que se produce entre madre e hijo es signo de cómo Dios ama. Más aún, si una madre de forma desnaturalizada fuese capaz de olvidarse de su hijo de pecho, de abandonarlo; Dios no actuaría nunca así. Él jamás lo haría, jamás nos abandonaría, nunca dejaría de amarnos.

Los ejemplos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, son múltiples del amor misericordioso de Dios.

El papa Francisco, la Iglesia nos invitan a vivir, de una manera especial, este amor único de Dios. A sentirlo, a proclamarlo, a vivirlo.

Javier Velasco-Arias

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