lunes, 23 de marzo de 2015

La «Trinidad» en la Biblia

Pretender hallar en el Antiguo Testamento, algo similar a la definición de la «Santísima Trinidad», tal como es precisada en los Concilios de Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381), es una tarea imposible, inútil. Hemos de esperar al Nuevo Testamento para encontrar una aproximación tímida a esta proposición; aunque podemos tantear algunas expresiones veterotestamentarias que servirán de fundamento para desarrollos posteriores.

·         Rastreando en el Antiguo Testamento

El credo israelita, la oración del Shema, proclama la unicidad de Dios: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solo uno» (Deuteronomio 6,4). Es inimaginable para un creyente judío el pensar en Dios de forma plural.

Aunque, posteriormente, el Nuevo Testamento no partirá de cero para poder llegar a hablar del Espíritu Santo o de Jesucristo el Señor.

Con frecuencia nos encontramos con textos que hablan de la Ruaj Elohim  (el «Espíritu de Dios»: Génesis 41,38: Éxodo 31,3; Números 24,2; etc.); o Ruaj Yhwh («Espíritu del Señor»: Jueces 3,10; 1Samuel 10,6; Isaías 11,2; etc.). Aunque en la mayoría de ocasiones este Espíritu tiene forma personal, nunca se puede entender, en la Biblia Hebrea, como una realidad distinta del Dios indivisible. Pero el lenguaje, la expresión, el concepto, cuando lo encontremos en el Nuevo Testamento, no es nuevo. Sólo hará falta desarrollarlo.

Desde otra perspectiva, habitualmente, sobre todo a partir del período post-exílico, el nombre de Dios, Yhwh, es sustituido por la expresión Adonay («Señor»), en la lectura pública de las Escrituras y, también posteriormente, en las traducciones, comenzando por la LXX (primera traducción del texto hebreo al griego, s. III-I a.C.) es cambiado por Kyrios («Señor»). Esta denominación de Dios como el Señor daré mucho juego, posteriormente, en los diferentes autores del Nuevo Testamento.

Mención aparte es la Sabiduría, como atributo de Dios y de la que todo ser humano está llamado a participar. En diversas ocasiones la Sabiduría es vista de una forma personalizada, de una manera especial en los textos sapienciales más tardíos. Algunas de las afirmaciones que posteriormente encontraremos aplicados a Jesucristo, antes se utilizaron, en el Antiguo Testamento, para describir a la Sabiduría: «Antes que todas las cosas fue creada la Sabiduría, y la inteligencia prudente existe desde la eternidad» (Sirácida 1,4); «la Sabiduría abrió la boca de los mudos, e hizo elocuentes las lenguas de los niños de pecho» (Sabiduría 10,21); etc.

·         La «Trinidad» en el Nuevo Testamento

Aunque será en el Nuevo Testamento donde hallaremos los fundamentos para una posterior teología sobre la Trinidad.

La mención del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no es extraña a los textos neotestamentarios. El final del evangelio de Mateo es uno de los casos más claros, en una formula bautismal: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28,19). Un texto similar, encontramos en el tercer evangelio, en la escena de la Anunciación, con referencias al Espíritu Santo, al Altísimo y al Hijo de Dios: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá será santo, será llamado Hijo de Dios» (Lucas 1,35).

Será en el epistolario paulino donde descubriremos habituales menciones trinitarias: «Existen carismas diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios que ejecuta todo en todos»  (1Corintios 12,4-6). Pablo, como buen judío fariseo, no renunciará nunca a su fe en un solo Dios, pero será capaz de utilizar el lenguaje presente en las Escrituras para hablar de la realidad comunitaria que existe en el Dios Uno. Las expresiones Dios (o Padre); Señor (o Hijo); y Espíritu formarán parte de su lenguaje epistolar para hablar de la realidad de Dios y pondrán los cimientos para un desarrollo posterior de la teología de la «Santísima Trinidad». Incluso en el texto más antiguo del Nuevo Testamento, la primera carta a los Tesalonicenses, escrita alredor del año 50 de nuestra era, ya utilizará esta forma de expresarse, donde aparecen Dios Padre, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo:

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de Dios Padre y del Señor Jesucristo en Tesalónica: Gracia y paz a vosotros. Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, mencionándoos en nuestras súplicas, recordando vuestra fe activa, vuestro amor solícito y vuestra esperanza perseverante en nuestro Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre.
Nos consta, hermanos queridos de Dios, que habéis sido escogidos; porque, cuando os anunciamos la Buena Noticia, no fue sólo con palabras, sino con la eficacia del Espíritu Santo y con fruto abundante (1Tesalonicenses 1,1-5).

En el evangelio joánico también encontraremos menciones «trinitarias», donde el Padre, el Espíritu Santo o Paráclito y el Hijo son tres realidades diferentes:

El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, él os lo enseñará todo, y os recordará cuanto os he dicho yo" (Juan 14,26).

Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí (Juan 15,26).

 Y es en este evangelio, junto con el resto de escritos joánicos, donde encontramos la más alta cristología, donde Jesucristo es presentado como el Logos (la Palabra de Dios, con unas características que nos recuerdan la Sabiduría del Antiguo Testamento, pero más): «Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios» (Juan 1,1); el Hijo único de Dios: «nosotros contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre» (1,14); «nosotros, en efecto, tenemos comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Juan 1,3). En donde es reconocido por sus discípulos como Dios: «Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!» (20,28). Todo ello, sin menoscabo de su humanidad.

Los textos se podrían multiplicar, pero con los presentados, pienso que son suficientes para constatar cómo, a pesar de las dificultades teológicas y de lenguaje, los escritores del Nuevo Testamento pusieron los cimientos para una teología posterior sobre la Trinidad divina.

Javier Velasco-Arias

No hay comentarios:

Publicar un comentario