Primeras
impresiones sobre el libro de Proverbios
De entrada, ya en el primer versículo,
se me informa que el autor de este libro, de estos proverbios es «Salomón, hijo
de David, rey de Israel» (1, 1). Me es conocido desde jovencito por aspectos
anecdóticos: su sabiduría por la famosa escena de proponer cortar a un niño en
dos; su pasión desmesurada por la Reina de Saba, plasmada en el cine…
Pues bien, la experiencia lectora unida
al estudio bíblico acumulado, me despierta dudas razonables de que todo el
libro, todos los proverbios, sean de Salomón.
Tras la autoría viene la finalidad de
la obra: «para conocer la sabiduría y la instrucción, para entender las
palabras profundas» (1, 2). Me resulta esclarecedora la conexión entre «sabiduría»
y «palabras profundas», y no me da tiempo a preguntarme sobre qué tipo de
palabras profundas habla porque inmediatamente se citan la justicia, la equidad
y la rectitud. Y me digo: ¡Casi nada! ¡Esto va en serio!
Y
al leer lo que sigue, «para dar perspicacia a los incautos», me llega la
sensación de estar ante un texto que, si no me lo dicen, pienso que es muy
actual. Pero aun sabiendo que se trata de un libro del Antiguo Testamento,
vislumbro que es de los que hace realidad la expresión de «actualidad de la
Biblia», es decir, que el texto sagrado tiene palabras de vida y sabiduría para
el hombre de hoy.
Y
esta sensación, y consiguiente constatación, se agudizan aun más al leer «los
necios desprecian la sabiduría». Parece que hable de aquí y de hoy.
Pero tras esa primera finalidad
formulada en positivo aparece otra finalidad de la obra formulada en «negativo»:
«Hijo mío, si los pecadores intentan seducirte, tú no aceptes» (1,10).
En seguida llega una frase que bien
podría ser considerado un lema a seguir: «La
Sabiduría clama por las calles, en las plazas hace oír su voz» (1,20) Se me ha
despertado con esa frase mi perfil reivindicativo de la justicia y la bondad,
ese perfil que a veces tengo demasiado escondido y que se me despierta,
tristemente, solo cuando se me hace inevitable ver la injusticia, la maldad.
Sin
embargo, me choca el tono negativo con el que sigue (1, 22-32), porque en la
imagen que yo me puedo hacer de la Sabiduría, esa bronca agorera de calamidades
no le pega para nada. Uno espera que la Sabiduría tenga argumentos tan
consistentes y positivos que no le haga falta amenazar con los desastres y la
mano dura. Quizá este pensamiento pueda ser cuestión atribuible a mis
prejuicios.
En
fin, esta primera impresión, que coincide con el primer capítulo del Libro, me
parece un elenco de sensaciones que van desde la claridad hasta la perplejidad.
¡La cosa promete!
Quique Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario