Primeras impresiones sobre
el libro de Job (I)
Empieza
el libro presentando a Job como un «hombre íntegro y recto, temeroso de Dios y
alejado del mal» (1,1). Es casi imposible decir algo más y mejor de un hombre.
Este hombre es lo que podemos llamar, si nos alejamos del sarcasmo del mundo,
un hombre bueno.
Y
parece aun más relevante y meritorio cuando también se nos informa que «era el
más rico entre todos los Orientales» (1,3). Pero queda bien claro que su bondad
y generosidad es mayor que su riqueza material, cuando leemos que no solo reza
por y para él, sino que reza también por y para sus hijos, con un razonamiento
generoso y misericordioso: «Tal
vez mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón» (1,5)-
Un
diálogo entre Dios y el Maligno, el Adversario, va a torcer esa maravillosa
felicidad hasta límites inimaginables. El Señor dice: «¿Te has fijado en mi
servidor Job? No hay nadie como él sobre la tierra: es un hombre íntegro y
recto, temeroso de Dios y alejado del mal» (1,8). A lo que el Maligno responde:
«Pero extiende tu mano y tócalo en lo que posee: ¡seguro que te maldecirá en la
cara!» (1,11). Esta es una acusación que muchos cristianos pueden haber
recibido muchas veces: la fe en situaciones cómodas de Primer Mundo es fácil de
vivir. Eso que tiene una cierta parte de razón, se desmonta con tantos
creyentes, cercanos a Job, del Tercer Mundo, que es donde más está creciendo el
cristianismo. Y es que a veces ocurre que nos miramos demasiado el ombligo y
creemos que el prototipo de fe de occidente es el que debe servir como modelo a
todo el orbe. Y que el Papa escribe solo para nosotros los occidentales.
Después
de perder todos los bienes que poseía, también pierde a sus hijos: «de pronto
sopló un fuerte viento del lado del desierto, que sacudió los cuatro ángulos de
la casa. Esta se desplomó sobre los jóvenes, y ellos murieron. Yo solo pude
escapar para traerte la noticia». (1,19).
Tengo
una sensación que si no la digo reviento. Necesito para ello tomar un ejemplo
de nuestros días. Existe una serie llamada «Cuéntame» protagonizada por la Familia
Alcántara. Esa familia es modelo, prototipo, de la familia media española de
los años 50-60-70... Claro, si no queremos tener que estrenar protagonistas
nuevos cada semana (con sus consiguientes actores diferentes) pues se va a dar
un efecto inevitable: todo le tiene que pasar a esa familia. Todo hasta rayar
el ridículo. Porque pase que una hija se enamore de un hippy, o de un maduro
separado, o de su párroco... pero todo en la misma chica, lo dicho, roza el
ridículo. Pues bien, eso es lo que le ocurre a Job, que todo le ocurre a
él. Él, como único protagonista de su libro, recibe todas las situaciones con
las que el autor desea ejemplarizar.
Pero
la respuesta de Job, he aquí el target de presentación de este libro, es
que sigue siendo fiel a Dios. Si tuviésemos delante el trabajo de hacer un
tráiler sobre una película de la vida de Job… tras unas cuantas escenas
dramáticas aparecería la respuesta desnuda (se lo han quitado todo) de
fidelidad. Todavía anda en carteleras la película «La montaña entre nosotros»,
donde los protagonistas sufren un accidente de avión en mitad de las montañas
nevadas. Tras la escena del accidente, con imágenes nerviosas, ruidosas, llega
la escena del silencio, la imagen de la montaña silenciosa y solitaria, el
protagonista se encuentra «desnudo de todo» ante la majestuosidad de la montaña.
Siento que lo mismo le ocurre a Job, que en ese espacio de dolor, de soledad,
de desnudez de bienes… ahí sigue encontrándose con Dios. Y muy importante, no
es un dios-magia que le quita el dolor. No, el dolor persiste. Pero sí que es
un Dios que llena su vida de convicción. Tanto como para seguir diciendo: «¡Bendito
sea el nombre del Señor!» (1,21).
Quique Fernández
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