Tercera sorpresa:
De «esto se ha escrito hace tantísimo
tiempo», a descubrir que todavía hoy está vigente y me sirve a mí.
Reconozco que me adentro en un tema muy
poco «exegético» y descaradamente de espiritualidad bíblica. La cuestión es que
releyendo el libro y, sobre todo, haciendo caso a los apuntes, llevando el
texto a la oración, he descubierto que los lamentos hablan de Jerusalén pero no
solo de Jerusalén.
Entonces... me explico: Hablar de
Jerusalén es hablar de un pueblo formado por personas, es hablar de un tiempo,
de un lugar y de unos nombres concretos, pero también es hablar de una realidad
interior que trasciende en el tiempo y, por tanto, que puede incluso
alcanzarnos a nosotros tanto como pueblo de una tierra concreta pero también
como Pueblo de Dios, como Iglesia.
Los lamentos por la ciudad perdida me
han recordado nuestros lamentos porque «la Iglesia ya no es lo que fue»;
lamentos nostálgicos de un poder más temporal que espiritual; lamentos que
echan la culpa a los «babilonios» de hoy, o incluso a Dios, pero que tarde o
temprano deben enfrentarse a la realidad: el que profiere el lamento acaba por
descubrir que forma parte de la causa de su desgracia porque ha sido infiel al
plan de felicidad de Dios.
Una convicción:
Cuanto tienen de sapienciales los
históricos y de históricos los sapienciales.
Cuando abordamos el estudio de los
libros bíblicos, para facilitar su conocimiento y comprensión acudimos a
compartimentar según las características de los libros y, así, dividirlos en
históricos, sapienciales y proféticos.
Conforme vamos ahondando en ese estudio
descubrimos que en cada libro se puede llegar a contener más de un género
literario y que, por tanto, hay grandes espacios de intersección entre los
diferentes libros.
Leyendo, pues, el Libro de las
Lamentaciones he descubierto que me iluminan el período de la historia conocido
como Exilio y que, por tanto, un texto sapiencial me ilumina la historia.
Y, pensándolo bien, ocurre lo mismo
cuando se leen los libros históricos: transmiten sabiduría.
Un recuerdo:
El recuerdo de mi padre y los lamentos
del cante jondo.
Mi padre, fallecido hace cinco años,
era un apasionado del flamenco. No del flamenco-pop o flamenco-fusión, sino que
era un purista del flamenco, del cante jondo (a excepción del flamenco-rock de
Triana o Alameda, que sorprendentemente le encantaba).
A lo que voy, los lamentos del libro
bíblico me han recordado los quejios del flamenco. Recuerdo como mi
padre me explicaba que esos quejios, que yo no acababa de entender, eran
quejidos, lamentos, salidos de las entrañas (creo que podemos decir del alma)
por los cantaores que, además, en su mayoría eran cantautores: Fosforito, José
Menese, Manuel Gerena, El Cabrero... cantaores, además, que estuvieron muy
comprometidos con las peticiones de libertad, justicia y democracia durante el
franquismo.
En los últimos años de vida de mi padre
me pasaba horas con él escuchando flamenco (cada semana le regalaba un cd
nuevo) y él me iba explicando y yo iba entendiendo. Incluso le regalé ir juntos
a un concierto de Miguel Poveda. Y ya fallecido, heredé sus cds más queridos para
así escucharlos, seguir intentando entender y recordar sus explicaciones de por
qué de los lamentos y como debemos luchar para combatir la injusticia: el
lamento puede ser el primer paso y la solidaridad con él debe ser el segundo.
Quique Fernández
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