En esta ocasión os propongo leer y meditar la historia de
los dos hijos del patriarca Isaac y la matriarca Rebeca: Esaú y Jacob. Una
narración que comienza en Génesis 25,19 y se extenderá por algunos capítulos de
este primer libro bíblico. Incluso será la clave de lectura del conflicto
endémico entre dos pueblos (hermanos), Edom e Israel, que encontraremos en
diferentes narraciones bíblicas. Es un texto donde se mezclan valores y
contravalores, la vida real, donde Dios continúa interviniendo.
La oración del indigente
Como percibimos, con cierta frecuencia, en los textos
bíblicos, la esterilidad femenina que es vista como algo negativo en la
antigüedad (el no tener hijos es lo peor que lo podía pasar a una mujer), es
ocasión para una acción extraordinaria de Dios. Y de la misma manera que Sara,
esposa de Abrahán, concibió gracias a la acción de Dios, también Rebeca: «Isaac
rezó a Dios por su mujer, que era estéril. El Señor le escuchó y Rebeca, su
mujer, concibió» (Génesis 25,21). La acción de Dios se hace presente
escuchando la suplica del necesitado. El débil, el indigente, el pequeño
siempre son objeto de la predilección divina.
El fruto del vientre de Rebeca serán dos hermanos gemelos:
Esaú y Jacob. Dos hermanos que personifican a dos grandes pueblos: Edom e
Israel. Dos naciones que estarán en conflicto continuo a lo largo de la
historia.
El mayor es presentado como cazador y rudo, mientras que
Jacob es descrito como un hombre tranquilo, pacífico, integro (diversas
traducciones posibles de la expresión hebrea tam) y pastor nómada.
El hambre de Esaú
La escena sitúa a los dos hermanos ya adultos, dando un gran
salto cronológico. Jacob está cocinando un guiso rojo (25,30), unas lentejas, aclarará
el narrador después (25,34). El juego de palabras entre rojo y Edom (de la
misma raíz en hebreo) justifica el nombre por el que será conocido el pueblo
descendiente de Esaú. Esaú accede a «cambiar» o «vender» sus derechos de hijo
mayor, de primogénito, por el guiso que está preparando su hermano. Sus ganas
de comer, su ansiedad le ciegan la responsabilidad adquirida como heredero. Ocasión
que aprovecha astutamente su hermano menor Jacob.
El engaño de Jacob
Esta circunstancia junto con el engaño posterior de Jacob a
su padre, ya ciego, con la complicidad de su madre Rebeca, para recibir la
bendición de primogénito (cf. Génesis 27), harán que se desate un grave
antagonismo entre los dos hermanos, un odio a muerte.
Jacob suplanta a Esaú con el fin de hacerse con los derechos
del hermano mayor, de la primogenitura que astutamente ha conseguido de su
hermano. Y no se para ante la mentira, el disimulo, el fraude para conseguir lo
que quiere. Curiosamente, a pesar de estas circunstancias, el plan de Dios se
cumple. «Dios escribe recto con renglones torcidos» (frase atribuida a Teresa
de Jesús, aunque de origen incierto).
Una herida por cicatrizar
Pero el engaño traerá funestas consecuencias, que no podemos
obviar. La reconciliación será costosa, difícil e incompleta (Génesis 33,1-17).
La historia posterior corroborará que la herida abierta entre estos dos
hermanos, estos dos pueblos, nunca llegó a cicatrizar del todo.
Para la oración
·
Los temas para llevar a la plegaria son varios;
cada persona ha de elegir la temática o las cuestiones que más inciden en su
existencia personal y comunitaria: la fuerza de la oración, el plan de Dios, la
predilección por los pequeños, los conflictos fraternales, el papel de los
padres en la educación, el engaño y el fraude…
·
La oración, en muchas ocasiones,
consigue lo aparentemente imposible. Hemos de poner nuestra confianza en la
acción de Dios y no desfallecer. Isaac y Rebeca son ejemplos de una oración esperanzada, como rezamos en el
libro de los Salmos: «Mi corazón, Señor, no es altanero, ni mis ojos
altivos. No voy tras lo grandioso, ni tras lo prodigioso, que me excede, mas
allano y aquieto mis deseos como el niño en el regazo de su madre: como el niño
en el regazo, así están conmigo mis deseos. Tu esperanza, Israel, en el Señor,
desde ahora, para siempre. (Salmo 131).
·
Pero todo no es laudable en la
actitud de los diversos personajes. Esaú es un inconsciente y un irresponsable
cuando es capaz de «cambiar» su primogenitura por un plato de lentejas. Lo
inmediato prevalece sobre lo realmente importante. Y ¿en mi vida? ¿Sé realmente
priorizar en cada ocasión? ¿Tengo siempre presente lo que es realmente
importante o me dejo habitualmente llevar por lo inmediato, lo tangible, las
«exigencias» del aquí y ahora?
·
O Jacob y su madre Rebeca que
utilizan la mentira, el fraude, la deslealtad para conseguir sus fines, aunque
estos sean buenos. ¿El fin justifica los medios? ¿No somos conscientes que todo
no vale para obtener resultados? La persona religiosa y la persona honrada saben
que el «todo vale» no es una opción ética, aunque el motivo sea bueno.
·
Una vida incoherente y egoísta
lleva siempre al conflicto. El enfrentamiento con el otro es consecuencia de
dichas actitudes. Y el narrador bíblico nos recuerdo que el otro siempre es tu
hermano al que debes amar, hijos ambos del mismo Padre. Edom e Israel serán dos
pueblos siempre enfrentados, pero en el plan original de Dios son hermanos. ¿También
yo considero al otro mi hermano o mi hermana?, sea quien sea.
·
Dios es el Señor de la Historia.
Esto nos da esperanza y confianza. Ya que a pesar de nuestras innumerables
«meteduras de pata» el plan de Dios prevalecerá. Pero no se lo pongamos cada
vez más difícil.
Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 679 [2018] 9-11)
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