El tiempo de ocio y, especialmente, las vacaciones requieren
un plan. En cuanto nos ponemos a planificar fechas, lugares, actividades... ya
empezamos, de alguna manera, a gozar de este tiempo de familia, amigos, ocio y
descanso. Los hay que dedican un buen tiempo a confeccionar su programa de
vacaciones. Hay tanto por hacer... hay tanto que se nos ha quedado por hacer,
por falta de tiempo y de fuerzas, durante el curso.
Esos planes incluyen buenos propósitos: este verano
aprovecharé para la lectura, para mejorar un idioma, para viajar y conocer
otras culturas. Un plan con buenos propósitos va a tener que discernir entre lo
que va a escoger e, inevitablemente, lo que tendrá que descartar. Al final,
como no da tiempo para todo, lo importante no es tanto lo que voy a hacer sino
cómo lo voy a vivir. Hay unas palabras de san Pablo que pueden expresar en
clave cristiana muy bien este «vivir» por encima del «hacer». Dice así: «Por
tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para
gloria de Dios» (1Cor 10,31).
Así pues, hagamos los planes vacacionales, de ocio, de
descanso, de viaje, sabiendo que me serán verdaderamente lícitos, que serán
realmente los planes de un cristiano, si son compatibles con la gloria de Dios,
si no ofenden a Dios. Pero, ¿a Dios por qué le va a ofender mi ocio, mi viaje?
A Dios le va a ofender aquello que hagas y pueda ofender a tu hermano: el
derroche, el despilfarro, la indiferencia hacia el débil, la falta de respeto,
la frivolidad... Puede ser bueno, pues, antes de discernir sobre nuestros
planes vacacionales tener en cuenta aquellas palabras de Jesús: «Pero, ¿con
quién compararé esta generación? Se parece a los chiquillos que, sentados, en
las plazas, se gritan unos a otros diciendo: “Os hemos tocado la flauta, y no
habéis bailado, os hemos cantado lamentaciones, y no habéis hecho duelo”» (Mt
11,16-17).
Mientras a muchos de ellos, nuestros hermanos, les es
imposible satisfacer el mínimo necesario para vivir dignamente, muchos de
nosotros, sus hermanos, nos comportamos como perennes insatisfechos. Nada logra
saciar nuestras ansias y, por ello, cada vez requerimos experiencias más sofisticadas
y costosas. En cambio, corremos el riesgo de no incluir en nuestro programa
estival los planes de Dios.
Quique Fernández
(Publicado en: Catalunya Cristiana 1973 [2017])
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