Ya desde la catequesis
de la Creación, en los primeros capítulos del Libro del Génesis, encontramos
señales certeras e inequívocas de cómo Dios se manifiesta respecto de su
autoridad.
Es más que
evidente que si Dios quisiera, omnipotente como es, hubiera podido hacer uso de
su infinito e ilimitado poder, de tal manera que podríamos asegurar, sin lugar
a dudas, que le hubiese resultado imposible al ser humano desobedecerle. Pero
la Biblia nos enseña que esa no es la manera de actuar de Dios...
Dios, pudiendo
hacer uso del poder absoluto, es decir, dicho en palabras bien humanas,
pudiéndose mostrar como un caudillo o jerarca absolutista... no lo hace. Pero,
¿por qué? ¿porqué no lo hace?
a) Dios no usa
un poder absolutista porque ello sería lo mismo que negar al ser humano el gran
regalo de la libertad. Dios nos ha creado libres. Nuestra alma está impregnada
de libertad.
Bien es verdad
que esa libertad ha de escoger el bien para ser verdaderamente libre, pero es
imprescindible que ese bien se escoja, no que se imponga. Si se nos impone el
bien y no lo podemos escoger, entonces dejamos de ser libres e, incluso, un
bien que se impone puede parecer que también deja de ser el bien. Por eso Dios
permite que Adán y Eva, pudiendo escoger el bien, acaben eligiendo el mal, la
desobediencia, la rebeldía contra su Creador.
b) Dios tampoco usa su poder de forma absolutista porque no está tratando con esclavos, ni tan siquiera con súbditos. Dios nos trata como hijos, pues lo somos. Y a los hijos se les trata no con normas de obligado cumplimiento sin más, sino con amor, mucho amor.
Pero el amor sin
libertad no es amor. Si se obliga a alguien a “amar”, esa acción deja de ser
amor, por mucha apariencia que de ello tenga. El amor requiere de manera imprescindible
de libertad.
c) Por todo ello, la manera de actuar de Dios no es haciendo uso de un poder absolutista sino con una decidida autoridad, que presenta sin engaños ni ambigüedades el plan de felicidad para el hombre. Se lo presenta, se lo propone, pero no se lo impone.
Dios Padre y
Creador nos habla con autoridad, con una autoridad generosa, con una autoridad
paciente, con una autoridad que perdona. Y es que el verdadero poder, aquel que
se ejerce desde la autoridad es siempre generoso porque su poder, su ejercicio
legislativo, incluso desde un sentido punitivo, siempre busca nuestro bien,
está pensado para rescatarnos y no para hundirnos. La autoridad de Dios no ve
fantasmas que menoscaban su poder y, por tanto, no necesita ser “duro” para
afianzar su autoridad.
Así pues, Dios no es “autoritario” ni tampoco responde con simplezas como “esto es así porque yo lo mando”. Dios hace el uso más inteligente del poder: aquel que muestra que goza de por sí de una autoridad moral que no necesita vencer a nadie porque pretende convencer a todos.
Para ello nos ilumina con su Espíritu y nos envía a sus profetas. Primero
fueron Isaías, Jeremías, Ezequiel... después Juan el Bautista, su mismo Hijo
Jesucristo y apóstoles como Pedro y Pablo. Y así hasta nuestros días: Juan
XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II... Monseñor Romero, Madre Teresa de Calcuta... y
hoy el Papa Francisco.
Quique Fernández
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