Abraham y Lot, tío y
sobrino respectivamente, tienen un problema: los pastores de sus respectivos
rebaños se están peleando. Tal como han ido prosperando y, por tanto,
aumentando el número de ejemplares, se les han ido quedando pequeños los pastos.
Leemos en el
libro del Génesis: “Y la tierra
no podía sostenerlos para que habitaran juntos, porque sus posesiones eran
tantas que ya no podían habitar juntos” (13,6).
A Abraham le
toca presentar alguna propuesta de solución. Él podría hacer valer su
ascendente sobre Lot, porque es mayor que él y porque es su tío. Pero su
propuesta va a resultar solución porque no busca ganar al otro.
Seguimos
leyendo: “Te ruego que no haya
contienda entre
nosotros, ni entre mis pastores y tus pastores, porque somos
hermanos. ¿No está
toda la tierra delante de ti? Te ruego que te separes de mí: si vas a la
izquierda, yo iré a la derecha; y si a la derecha, yo iré a la izquierda”. (13,8-9).
Abraham inicia
la propuesta con humildad: “Te ruego”;
continúa con deseos de paz: “no haya
contienda”; y la remata con el reconocimiento de la fraternidad: “porque
somos hermanos”.
Es realmente
impresionante constatar como esa humildad conduce a Abraham a proponer la manera más
sencilla, que a la vez
deviene la más eficaz. El método es bien fácil, nada complicado. No requiere ni
de estudios ni de medios técnicos especiales. Simplemente el acuerdo
dialogado desde la generosidad con el otro y
el deseo de paz. Todo se reduce a recordar que el otro tiene mis mismos
derechos porque es mi hermano,
es hijo de mi mismo Padre Dios.
He aquí la
clave de la solución, poner a Dios por medio para que nos regale el don de la
generosidad que no busca que haya vencedores ni vencidos, con un acuerdo del
conflicto que acaba beneficiando a todos.
Fijémonos en
que Abraham, autor de la propuesta, se lo pone tan fácil a Lot que podemos
decir que le sirve un muy buen acuerdo en bandeja: “si vas a la izquierda, yo
iré a la derecha; y si a la derecha, yo iré a la izquierda”.
Quique Fernández
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