lunes, 3 de octubre de 2016

Año jubilar en la Biblia

Los textos principales sobre el Año Jubilar en la Biblia los encontramos en las prescripciones del Levítico, formando parte del llamado «Código de santidad». Es una conmemoración que se celebraba cada cincuenta años, y parte de la convicción de que todo pertenece a Dios, al Dios Santo, al que deben servir en santidad todos los miembros del Pueblo de Dios.

Haz el cómputo de siete semanas de años, siete por siete, o sea, cuarenta y nueve años.
A toque de trompeta darás un bando por todo el país, el día diez del séptimo mes. El día de la expiación haréis resonar la trompeta por todo vuestro país.
Santificaréis el año cincuenta y promulgaréis la liberación en el país para todos sus moradores. Celebraréis jubileo, cada uno recobrará su propiedad y retornará a su familia.
El año cincuenta es para vosotros jubilar, no sembraréis, ni segaréis lo que brotó espontáneamente, ni vendimiaréis las viñas no cultivadas.
Porque es jubileo, lo considerarás sagrado. Comeréis de la cosecha de vuestros campos.  En este año jubilar cada uno recobrará su propiedad (Lv 25,8-13).

Es un año santo, un año del perdón (dado y recibido: se iniciaba después de la celebración del «Día del perdón», anunciado al toque del cuerno o trompeta, para que todo el pueblo fuese consciente de que debía ponerse en paz con el prójimo, para poder participar del perdón divino); un año de alegría, de júbilo; un año de redistribución de las tierras y de las riquezas (todo pertenece a Dios, el ser humano sólo es  administrador, usufructuario); un año de la libertad (nadie es esclavo ni dueño de nadie), de la justicia social; un año de respeto por la tierra, por todo lo creado (hoy diríamos una celebración ecológica)…

Unos fundamentos bíblicos a tener en cuenta en la celebración de nuestros años jubilares y, en concreto, del Año jubilar de la Misericordia que estamos celebrando. No es cuestión de «ganar» unas indulgencias (y menos si estas no se viven en referencia al perdón gratuito de Dios, un perdón que estamos llamados a practicar), ni de vivir una religiosidad del mérito: las gracias (o indulgencias) que recibimos (no que ganamos) son un don de Dios, un regalo divino. Exigen, lógicamente, nuestra respuesta desde la libertad; pero la respuesta es siempre aceptación de la gratuidad.

No podemos olvidar tampoco los componentes de liberación, de justicia social, de redistribución de las riquezas, de una sana y necesaria ecología…, siempre desde la perspectiva de un Dios misericordioso, al que debería corresponder un Pueblo de Dios misericordioso.

El papa Francisco invita a tomarnos en serio estas actitudes irrenunciables en un Año jubilar de la Misericordia, al estilo de la Palabra de Dios:


En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de  tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo (MV 15).

Javier Velasco-Arias

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