Muchos pensarán que el título del artículo es una obviedad.
Pero no es difícil comprobar que la mayoría de las representaciones artísticas de
la tercera persona de la Trinidad en el Cristianismo son de la imagen de una
paloma. Y probad a consultar «Espíritu Santo» en «Google imágenes» y constataréis
una realidad similar.
No podemos confundir la imagen con la realidad, de aquí el
título del artículo. Y máxime cuando todas las imágenes son imperfectas,
aproximaciones, analogías…, que distan mucho de lo que realmente representan.
Las imágenes, los nombres, las comparaciones con las que
encontramos las diversas aproximaciones a la figura del Espíritu Santo tanto en
la Biblia Hebrea como en el Nuevo Testamento son varias.
§ La
ruaj
El término hebreo ruaj seguramente es uno de los más
antiguos para referirse al Espíritu de Dios. Es una expresión cuyo significado
es aliento, respiración, viento, brisa, espíritu…
No
siempre es fácil determinar a qué acepción se refieren los textos. El contexto
ayuda, pero en alguna ocasión presentan cierta dificultad, sobre todo cuando no
van acompañados de un complemento o un calificativo: «Espíritu del Señor»;
«Espíritu de Dios»; «Espíritu santo», etc. no presentan dudas sobre su sentido.
Tampoco cuando hablan de la «brisa del día» (Gn 3,8), o «todo ser que respira»
(Gn 6,17). Un caso en el que no se ponen de acuerdo los traductores, por
ejemplo, es en el inicio de la narración de la Creación: «un viento de Dios
aleteaba por encima de las aguas» (Gn 1,2: BJ); «el aliento de Dios se cernía
sobre la faz de las aguas» (Gn 1,2: PER); mientras que la mayoría
optan por traducir: «el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas»
(Gn 1,2: CEE); «l'Esperit de Déu planava sobre les aigües» (Gn 1,2: BCI).
Aunque es muy frecuente, en los textos veterotestamentarios, la referencia
explícita y clara al Espíritu del Señor o de Dios.
La imagen de aliento, respiración, aire… nos sugiere vida,
la vida que nos proporciona la respiración: sin aire no hay existencia. La
brisa, el viento, por otro lado, es una realidad sutil, invisible, aunque
experimentable y en algunas ocasiones de una forma intensa (ej.: viento
huracanado). Todo ello se convertirá en imagen del Espíritu santo. El Espíritu
de Dios, el Espíritu santo es vida, es una presencia inmaterial, actúa sin que muchas
veces percibamos su manifestación, actúa con la fuerza de Dios… El Espíritu
Santo es ruaj, pero sobrepasa ese contexto, es mucho más, pertenece a la
realidad insondable, transcendente de Dios.
§
El fuego
La imagen del fuego aplicada al Espíritu Santo la
encontramos de una manera especial en el Nuevo Testamento, aunque tiene,
lógicamente, sus antecedentes en el Antiguo.
Dios se manifiesta a Moisés en una zarza ardiendo: «Se le
apareció el ángel del Señor en una llama de fuego, en medio de una zarza»
(Ex 3,2). Acompaña a los israelitas por el desierto en forma de columna de
nube y de fuego y los protege y guía: «El Señor iba delante de ellos: de día en
columna de nube, para guiarlos por el camino; y de noche en columna de fuego,
para alumbrarlos, a fin de que pudieran caminar de día y de
noche».(Ex 13,21). El Dios de Israel es fuego devorador: «Porque el Señor,
tu Dios, es fuego devorador, Dios celoso» (Dt 4,24). Podríamos multiplicar
los ejemplos, pero los citados creo que son suficientes.
Ya en
el Nuevo Testamento, la imagen del fuego aplicada al Espíritu Santo es más
clara: «el que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera soy
digno de llevarle las sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego»
(Mt 3,11): el fuego tiene un papel purificador mayor que el agua y esa
acción es fruto del Espíritu.
La
acción del Espíritu santo en la primera comunidad se manifiesta en forma de
lenguas de fuego: «Aparecieron lenguas como de fuego, repartidas y posadas
sobre cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu santo y empezaron a
hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse» (Hch
2,3-4). El símbolo del fuego expresa, con toda su fuerza, la acción de Dios en
la comunidad.
El
Espíritu de Dios no es fuego, en un sentido real, pero esta imagen posibilita
expresar plásticamente el dinamismo de la actuación del Espíritu. El fuego
calienta, pero también quema: esta ambivalencia permite subrayar cómo actúa el
Espíritu, su poder, su eficacia…
§ La
paloma
La
imagen de la paloma también es recurrente en la Biblia hebrea. La escena más
conocida es la de la paloma que va y viene al arca de Noé, y que acaba
volviendo con una hoja de olivo (Gn 8,11). Este símbolo ha sido utilizado
frecuentemente en la iconografía y no sólo religiosa con el tema de la paz. La
«paloma de la paz» de Pablo Ruiz Picasso es conocida universalmente, como
símbolo de la tan anhelada paz universal, sobretodo después de la Segunda
Guerra mundial.
Los
salmos utilizarán también el icono de la paloma, con diversas propuestas de
imagen. Será el Cantar de los cantares quien, desde una perspectiva poética,
hablará de la paloma como metáfora de la amante, la esposa rebosante de belleza.
En el
Nuevo Testamento la imagen la encontraremos en los cuatro evangelios, pero
limitada a una sola escena: el bautismo de Jesús. Citaré uno de los
evangelistas, ya que es muy similar en los otros tres:
Apenas bautizado Jesús,
salió en seguida del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu
de Dios descender, como una paloma, y venir sobre él (Mt 3,16).
El
cuadro escénico es de un gran contenido simbólico. Los cielos están cerrados:
no hay comunicación directa de Dios con los seres humanos; Jesús «abrirá» de
nuevo los cielos, restablecerá la comunicación de Dios con el ser humano, y
esto será posible gracias a la acción del Espíritu santo. Ese Espíritu
desciende de unos cielos abiertos, de la misma forma que una paloma desciende
de su vuelo, y da testimonio de Jesús.
La alegoría
está en la forma de descender, no en la imagen. El Espíritu santo no toma forma
de una paloma: eso no lo dice el texto.
Las
representaciones artísticas de esta escena (pintura, escultura, relieve, etc.),
seguramente influenciadas por otras narraciones del Antiguo Testamento o por
una mala lectura del texto, han desdibujado el sentido original del relato
bíblico.
§ El
Espíritu Santo: una realidad transcendente
Las
imágenes que encontramos en los textos bíblicos, aunque muy imperfectas, se
hacen necesarias para representar en nuestra imaginación unas realidades que
nos transcienden.
El
Espíritu santo actúa en las vidas de las comunidades creyentes, es una realidad
próxima, pero, al mismo tiempo, transcendente. Pertenece a la realidad de Dios.
No podemos «encajonarlo» en nuestros limitados esquemas mentales, pero hemos de
acercarnos a él, ponernos en sus manos, hacer oración dirigida a Él, constatar
que transforma nuestras vidas y las de la comunidad. Vivimos en los tiempos del
Espíritu: ¡no lo olvidemos!
Javier Velasco-Arias
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