El pueblo de Israel tiene conciencia de su pasado de
inmigrante, de cómo sus antepasados llegaron a Palestina desde esta condición.
Mi
padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió allí con unas
pocas personas; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numeroso.
(Dt 26,5).
El origen del Pueblo de Dios es nómada: un pueblo que va de
un sitio a otro. Un pueblo que ha vivido como emigrante en Egipto.
La experiencia del pueblo, su memoria está en la base de
toda la legislación positiva, a favor del emigrante y del extranjero.
Moisés
accedió a vivir con él (con Jetró), y éste le dio a su hija Séfora por esposa.
Ella
dio a luz un niño y Moisés lo llamó Guersón, diciendo: «Soy un emigrante en tierra
extranjera.» (Ex 2,21-22).
La expresión גֵּר tiene
el sentido de emigrante, extranjero, forastero, etc.
Un diccionario bíblico lo define: «es un hombre que, ya sea
solo o con su familia, deja su pueblo y tribu, a causa de la guerra (2Sam 4,3),
hambre (Rut 1,1), la peste, […] y busca refugio y estancia en otro lugar, donde
su derecho a la propiedad de la tierra, para casarse, y para participar en la
administración de justicia, en el culto, y en la guerra es reducido…» (Holladay
Hebrew lexicon, 1637).
El
Señor dijo a Abrán: Tienes que saber que tu descendencia vivirá como forastera (extranjera,
inmigrante) en tierra ajena, tendrá que servir y sufrir opresión durante
cuatrocientos años (Gn 15,13).
Desde esta experiencia, Israel entenderá que debe acoger al
emigrante, practicar la hospitalidad con el extranjero. Porque ellos fueron
inmigrantes en Egipto, porque el pueblo sigue siendo emigrante en la tierra
prometida.
«Mía
es la tierra y en mi tierra sois extranjeros»: en Canaán. La conciencia de ser nómada es tan fundamental para
Israel que se acordará siempre de que es un emigrante con residencia en un país
que no es el suyo. La Torah lo proclama: «Sí, la tierra es mía. Y vosotros
emigrantes y residentes en mi tierra» (Lv 25,33). Lo recuerda el salmista: «Yo
soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres» (Sal 39,13). Y el cronista
pone en labios de David una confesión semejante: «Sí, somos emigrantes y
extranjeros, igual que nuestros padres» (1Cr 29,15).
Así
pues, en Canaán Israel no está en su tierra. Es como si Dios le otorgase
permanentemente derecho de asilo en ella. Para que no codicie, se le convida a
no retener ese don para él solo, sino hacer participantes a otros de sus
frutos. Este es el sentido de las
primicias para los pobres y los emigrantes. La memoria que Israel conserva de
su estatuto originario de emigrante.
(André Wénin, Israël, étranger et migrant. Réflexions à propos de
l’immigré dans la Bible, Mélanges de Science Religieuse 52 [1995] 281-299).
La acogida al emigrante se convertirá en un mandato divino,
en una norma ética: «Amaréis al inmigrante, porque inmigrantes fuisteis en
Egipto» (Dt 10,19).
Una
y otra vez, las diferentes normativas justifican la protección y la defensa de
los derechos del emigrante a partir de la experiencia de sufrimiento y
liberación del pueblo. La protección de los derechos del ger parte de la
memoria histórica de Israel: el pueblo debe convivir con el emigrante de modo
que no se vuelva a repetir la injusticia.
(Lidia
Rodríguez, «La memoria, fundamento
de la acogida al emigrante», en Carlos Gil
(coord.), El inmigrante en la Biblia (Reseña Bíblica 46), Estella: Verbo
Divino 2005, p. 16).
Los textos bíblicos son abundantes:
Maldición, plegaria, norma moral… todo converge para
expresar la importancia de los derechos del emigrante, junto con el de otros colectivos
desfavorecidos.
¡Maldito
quien defraude de sus derechos al inmigrante, al huérfano o a la viuda! Y el
pueblo a una responderá: ¡Amén! (Dt 27,19).
El recuerdo, la memoria como argumento del «mandamiento» que
prohíbe tratar mal, rechazar al emigrante.
No
oprimirás al inmigrante; también vosotros sabéis lo que es ser inmigrante, pues
inmigrantes fuisteis en tierra de Egipto. (Ex 23,9).
El inmigrante también es sujeto de derechos, incluido el
descanso sabático
Durante
seis días trabajarás, pero el séptimo día descansarás, para que reposen […] y
se repongan el hijo de tu esclava y el inmigrante. (Ex 23,12).
El inmigrante tiene derecho a un salario justo, en situación
similar al trabajador israelita. Nadie debe defraudar, explotar, engañar, negar
sus derechos… al inmigrante. Es Dios mismo el garante. Quien no actúe así será
reo de la justicia divina.
No
explotarás al jornalero, pobre y necesitado, ya sea hermano tuyo o inmigrante
que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes de
que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no,
apelará al Señor, y tú serás culpable.
No
defraudarás el derecho del inmigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las
ropas de la viuda (Dt 24,14-15.17).
El mandamiento del amor incluye al inmigrante: es un igual.
Amaréis
al inmigrante, porque inmigrantes fuisteis en Egipto (Dt 10,19).
Tienen los mismos derechos los inmigrantes que los hijos de
Israel, incluido el derecho a la propiedad, el derecho a la herencia, etc.
Cuando
un inmigrante se establezca con vosotros en vuestro país, no lo oprimiréis.
Será para vosotros como uno de vosotros, de vuestro pueblo: lo amarás como a ti
mismo, porque vosotros fuisteis inmigrantes en Egipto. Yo soy el Señor, vuestro
Dios. (Lv 19,33).
El Dios de Israel es el Dios Universal: Él es el Padre de
todos, sin excepción.
Ésta
es la tierra que os repartiréis las doce tribus de Israel. Os la repartiréis a
suerte como propiedad hereditaria, incluyendo a los inmigrantes residentes entre
vosotros que hayan tenido hijos en vuestro país. Serán para vosotros como si
hubieran nacido en Israel. Entrarán en la distribución con las tribus de
Israel.
A
los inmigrantes les daréis su propiedad hereditaria en el territorio de la
tribu donde residan -oráculo del Señor Dios-. (Ez 47,21-23).
La hospitalidad hacia el extranjero, el emigrante, es vista
como un acto de virtud, como una actitud que todo buen israelita debe
practicar.
¡Lo
juro! Cuando los hombres de mi campamento dijeron: ojalá nos dejen saciarnos de
su carne, el forastero no tuvo que dormir en la calle, porque yo abrí mis
puertas al caminante. (Job 31,31-32).
Cualquier discriminación, toda injusticia, un trato desigual
al inmigrante es visto en la Biblia como algo contrario a la voluntad de Dios.
El extranjero, el refugiado, el que ha de huir de su país de origen por
diversas circunstancias ha de ser acogido, tratado como un igual, considerado
un hermano. Éste es el mensaje de la Palabra de Dios.
Javier Velasco-Arias
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