Si hubiésemos optado por elegir como título del artículo solamente «Seven», seguro que a muchos les recordaría la película de suspense, estrenada en EEUU en 1995 y dirigida por David Fincher, más conocida comercialmente por «Se7en», y repuesta últimamente en alguna cadena de televisión: dos detectives, protagonizados por los actores Morgan Freeman y Brad Pitt, investigan una serie de asesinatos relacionados con los siete pecados capitales.
El número siete es muy frecuente tanto en la Biblia como en la Teología: siete son los días de la Creación, siete los dones del Espíritu Santo, siete los sacramentos, siete los pecados capitales, siete las virtudes (3 teologales + 4 cardinales) y un largo etcétera. Y es que la cifra siete indica plenitud en la numerología bíblica.
Dentro de esta dinámica, trataremos los llamados siete dones del Espíritu Santo, pero, también, el fruto del Espíritu que toma forma eneágona: seven & nine. Partiremos de dos textos, uno del Antiguo y otro del Nuevo Testamento.
§ Los siete dones del Espíritu Santo
Si leemos el texto del libro de Isaías que encontramos en nuestras Biblias nos encontraremos que no nos salen las cuentas, que en el libro profético aparecen seis y no siete dones atribuidos al Espíritu del Señor.
Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, un tallo brotará de sus raíces. Reposará sobre él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor (Is 11,1-2).
En cambio, el Catecismo de la Iglesia Católica menciona siete dones:
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (Cf. Is 11,1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. (CEC 1831).
La tradición de que los dones del Espíritu son siete nos viene de algunas versiones griegas y latinas antiguas que añadían el don de la piedad a los seis que encontramos en la Biblia hebrea. Y, además, curiosamente el «temor reverencial» del texto hebreo es traducido por «piedad» (εὐσεβείας) en la versión griega de los LXX.
El «renuevo del tronco de Jesé», del que habla el texto profético, es leído habitualmente desde una perspectiva mesiánica. En este personaje futuro convergerán los dones del Espíritu de Dios, dones concedidos parcialmente a algunos de los patriarcas, pero que en él confluirán:
Gracias a la plenitud del Espíritu, el nuevo personaje condensará en sí mismo las cualidades de los personajes más importantes del Antiguo Testamento. Poseerá la sabiduría y la inteligencia de Salomón, la fortaleza y el consejo de David, el temor y el conocimiento de Dios que son propios de Moisés. Una intervención divina extraordinaria y una colaboración humana activa iniciarán una época de justicia y de paz.
(Benito MARCONCINI, Guía espiritual del Antiguo Testamento. El libro de Isaías 1-39, p. 31).
Esta lectura que es aplicada al Mesías, en el cristianismo a Jesús de Nazaret, es extensible a toda la comunidad creyente. Toda ella puede, unida a Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo, participar de estos dones. Dones que ya estaban presentes en el Antiguo Testamento, pero que en el Nuevo aparecen con un dinamismo imparable.
§ El fruto del Espíritu
Si la cuestión del número de dones del Espíritu presentaba un cierto conflicto: pequeño, intrascendente; en el fruto del Espíritu la dificultad es algo mayor, aunque no insalvable.
El texto bíblico en cuestión es de Pablo y contrapone el fruto del Espíritu a las obras de la carne, enumeradas anteriormente (cf. Gal 5,19-21).
El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, comprensión, paciencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, autodominio. Contra tales cosas no hay ley. (Gal 5,22-23).
Por otro lado, leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica una tradición de doce frutos diferentes.
Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: «caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad (Gal 5,22-23, vg.) (CEC 1832).
Algunos testimonios textuales, sobre todo de varios Padres de la Iglesia, incluyen la lista amplia de doce frutos, de la que se hace eco el Catecismo; y que no son más que explanación de los nueve que encontramos en el texto bíblico citado. Algo similar pasa con el uso del plural (καρποὶ) y no el singular (καρπός), que es la opción más adecuada, desde la crítica textual.
El multiforme fruto del Espíritu supera con creces las obras de la carne, más aún, contra él no hay ley, no hay norma que valga. Abre una nueva perspectiva: la del Espíritu de Dios. Una Buena noticia, un mundo nuevo, una realidad renovada… Es posible que el ser humano viva amando, alegre, en paz, etc. El bien es la realidad de Dios, del Espíritu, y el mal no tiene fuerza suficiente contra él: ha sido derrotado.
Vivimos en el tiempo del Espíritu y eso es una Buena noticia: la mejor noticia posible.
Javier Velasco-Arias
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