Pretender hallar en el Antiguo Testamento, algo similar a la
definición de la «Santísima Trinidad», tal como es precisada en los Concilios
de Nicea (a. 325) y Constantinopla (a. 381), es una tarea imposible, inútil.
Hemos de esperar al Nuevo Testamento para encontrar una aproximación tímida a
esta proposición; aunque podemos tantear algunas expresiones
veterotestamentarias que servirán de fundamento para desarrollos posteriores.
·
Rastreando en el Antiguo
Testamento
El credo israelita, la oración del Shema, proclama la
unicidad de Dios: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solo uno» (Deuteronomio 6,4).
Es inimaginable para un creyente judío el pensar en Dios de forma plural.
Aunque, posteriormente, el Nuevo Testamento no partirá de
cero para poder llegar a hablar del Espíritu Santo o de Jesucristo el Señor.
Con frecuencia nos encontramos con textos que hablan de la Ruaj
Elohim (el «Espíritu de Dios»:
Génesis 41,38: Éxodo 31,3; Números 24,2; etc.); o Ruaj Yhwh («Espíritu
del Señor»: Jueces 3,10; 1Samuel 10,6; Isaías 11,2; etc.). Aunque en la mayoría
de ocasiones este Espíritu tiene forma personal, nunca se puede entender, en la
Biblia Hebrea, como una realidad distinta del Dios indivisible. Pero el
lenguaje, la expresión, el concepto, cuando lo encontremos en el Nuevo
Testamento, no es nuevo. Sólo hará falta desarrollarlo.
Desde otra perspectiva, habitualmente, sobre todo a partir
del período post-exílico, el nombre de Dios, Yhwh, es sustituido por la
expresión Adonay («Señor»), en la lectura pública de las Escrituras y,
también posteriormente, en las traducciones, comenzando por la LXX (primera
traducción del texto hebreo al griego, s. III-I a.C.) es cambiado por Kyrios
(«Señor»). Esta denominación de Dios como el Señor daré mucho juego,
posteriormente, en los diferentes autores del Nuevo Testamento.
Mención aparte es la Sabiduría, como atributo de Dios y de
la que todo ser humano está llamado a participar. En diversas ocasiones la
Sabiduría es vista de una forma personalizada, de una manera especial en los
textos sapienciales más tardíos. Algunas de las afirmaciones que posteriormente
encontraremos aplicados a Jesucristo, antes se utilizaron, en el Antiguo
Testamento, para describir a la Sabiduría: «Antes que todas las cosas fue
creada la Sabiduría, y la inteligencia prudente existe desde la eternidad» (Sirácida 1,4);
«la Sabiduría abrió la boca de los mudos, e hizo elocuentes las lenguas de los
niños de pecho» (Sabiduría 10,21); etc.
·
La «Trinidad» en el Nuevo
Testamento
Aunque será en el Nuevo Testamento donde hallaremos los
fundamentos para una posterior teología sobre la Trinidad.
La
mención del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo no es extraña a los textos
neotestamentarios. El final del evangelio de Mateo es uno de los casos más
claros, en una formula bautismal: «Id, pues, y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28,19). Un texto similar, encontramos en el tercer evangelio, en la
escena de la Anunciación, con referencias al Espíritu Santo, al Altísimo y al
Hijo de Dios: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te
envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá será santo, será llamado Hijo de
Dios» (Lucas 1,35).
Será
en el epistolario paulino donde descubriremos habituales menciones trinitarias:
«Existen carismas diversos, pero un mismo Espíritu; existen ministerios
diversos, pero un mismo Señor; existen actividades diversas, pero un mismo Dios
que ejecuta todo en todos» (1Corintios 12,4-6).
Pablo, como buen judío fariseo, no renunciará nunca a su fe en un solo Dios,
pero será capaz de utilizar el lenguaje presente en las Escrituras para hablar
de la realidad comunitaria que existe en el Dios Uno. Las expresiones Dios (o
Padre); Señor (o Hijo); y Espíritu formarán parte de su lenguaje epistolar para
hablar de la realidad de Dios y pondrán los cimientos para un desarrollo
posterior de la teología de la «Santísima Trinidad». Incluso en el texto más
antiguo del Nuevo Testamento, la primera carta a los Tesalonicenses, escrita
alredor del año 50 de nuestra era, ya utilizará esta forma de expresarse, donde
aparecen Dios Padre, el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo:
Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de Dios Padre y del
Señor Jesucristo en Tesalónica: Gracia y paz a vosotros. Damos siempre gracias
a Dios por todos vosotros, mencionándoos en nuestras súplicas, recordando
vuestra fe activa, vuestro amor solícito y vuestra esperanza perseverante en
nuestro Señor Jesucristo ante Dios nuestro Padre.
Nos consta, hermanos queridos de Dios, que habéis sido
escogidos; porque, cuando os anunciamos la Buena Noticia, no fue sólo con
palabras, sino con la eficacia del Espíritu Santo y con fruto abundante (1Tesalonicenses 1,1-5).
En el
evangelio joánico también encontraremos menciones «trinitarias», donde el
Padre, el Espíritu Santo o Paráclito y el Hijo son tres realidades diferentes:
El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en
mi nombre, él os lo enseñará todo, y os recordará cuanto os he dicho yo"
(Juan 14,26).
Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al
Padre, el Espíritu de la verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de
mí (Juan 15,26).
Y es en este evangelio, junto con el resto de
escritos joánicos, donde encontramos la más alta cristología, donde Jesucristo
es presentado como el Logos (la Palabra de Dios, con unas
características que nos recuerdan la Sabiduría del Antiguo Testamento, pero
más): «Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y
la Palabra era Dios» (Juan 1,1); el Hijo único de Dios: «nosotros
contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre» (1,14); «nosotros,
en efecto, tenemos comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo»
(1Juan 1,3). En donde es reconocido por sus discípulos como Dios: «Tomás
le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!» (20,28). Todo ello, sin menoscabo
de su humanidad.
Los
textos se podrían multiplicar, pero con los presentados, pienso que son
suficientes para constatar cómo, a pesar de las dificultades teológicas y de
lenguaje, los escritores del Nuevo Testamento pusieron los cimientos para una
teología posterior sobre la Trinidad divina.
Javier
Velasco-Arias
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