El 4 de diciembre de 1963, ahora hace cincuenta años, se
aprobaba el primer documento del Concilio Vaticano II, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia «Sacrosanctum
Concilium».
La reforma litúrgica tuvo su fundamento y guía en este
documento conciliar. Es uno de los frutos más claros del Vaticano II la
revisión y puesta al día de la liturgia de la Iglesia , gracias a la Sacrosanctum Concilium.
Junto al uso de las lenguas vernáculas en la liturgia latina, el hito más
importante consistió en la adecuación de las lecturas bíblicas que se hacen en la Eucaristía , así como en
el resto de sacramentos y actos litúrgicos.
No sólo significó el que el Pueblo de Dios pudiese escuchar la Palabra de Dios en su
lengua materna (que es un logro importantísimo e irrenunciable), sino, al mismo
tiempo, el que en las eucaristías se hiciese una lectura semicontinuida de los
evangelios y de otros textos bíblicos.
«En las celebraciones sagradas debe haber lectura de la Sagrada Escritura
más abundante, más variada y más apropiada» (n. 35.1), exhortaba el documento
conciliar. Esto se ha traducido en un mayor conocimiento de la Biblia por parte de los
fieles, que pueden disfrutar de los textos evangélicos, de las cartas
apostólicas y de muchos textos del Antiguo Testamento en la Liturgia.
«A fin de que la mesa de la Palabra de Dios se prepare con
más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia , de modo que, en un
período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de
la Sagrada Escritura »
(n. 51). Hay una exhortación a que, en la reforma litúrgica, se tenga en cuenta
la necesidad de conocer y meditar, por parte de todos, el gran tesoro de la Palabra de Dios, contenido
en la Biblia ,
en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
En la misma línea se encarece a los predicadores a que sean
los textos sagrados de la
Escritura los que ilustren la homilía, en los diversos actos
litúrgicos, incluida la
Eucaristía : «Se recomienda encarecidamente, como parte de la
misma Liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año
litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas
de la vida cristiana» (n. 52)
Y es que la
Palabra de Dios ha de ser familiar a todo el Pueblo de Dios:
«Ordénense las lecturas de la Sagrada Escritura de modo que los tesoros de la
palabra divina sean accesibles, con mayor facilidad y plenitud» (n. 92.a). La
liturgia se ha de convertir en el «trampolín», a través del cual los fieles se
han de «zambullir» plenamente en la
Palabra de Dios.
Fue la Sacrosanctum Concilium la primera que
declaró la «sacramentalidad» de la
Palabra de Dios: «(Cristo) está presente en su palabra, pues
cuando se lee en la Iglesia
la Sagrada Escritura, es El quien habla» (n. 7). La Palabra de Dios proclamada
ante la asamblea creyente se convierte en presencia del mismo Jesucristo. Por
esta razón, en la celebración eucarística no se puede separar o priorizar
ninguna de las dos partes principales: «Las dos partes de que costa la Misa , a saber: la Liturgia de la Palabra y la Eucaristía , están tan
íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto. Por esto el Sagrado
Sínodo exhorta vehemente a los pastores de almas para que en la catequesis
instruyan cuidadosamente a los fieles acerca de la participación en toda la
misa, sobre todo los domingos y fiestas de precepto» (n. 56).
Aún el camino por recorrer aún es largo, para que el pueblo
fiel conozca, se enamore, medite, ore, estudie… la Palabra de Dios; el paso
dado por el documento conciliar Sacrosanctum Concilium, del que ahora
celebramos su cincuenta aniversario, es de gigante. Nada más nos queda caminar
en la misma dirección.
Javier Velasco-Arias
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