sábado, 26 de marzo de 2011

La Biblia orada y vivida (1)


Providencialmente, durante los días de preparación de estas páginas se celebró en Madrid el Congreso La Sagrada Escritura en la Iglesia (7-9 de febrero de 2011), con motivo de la publicación de la Sagrada Biblia, versión oficial del texto bíblico de la Conferencia Episcopal Española. Entre otras ponencias y comunicaciones se pudo escuchar la de la profesora Nuria Calduch-Benages, de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma), que versó sobre «La lectura orante o creyente de la Sagrada Escritura (lectio divina)». En diversos momentos del presente texto recurriremos a esta valiosa comunicación de la profesora Calduch[1].


1. Una escalera al cielo

a) Un poco de historia

Fijar el momento histórico preciso de inicio de la lectio divina es, en opinión de la profesora Calduch, tarea imposible. Parece claro que son los Padres de la Iglesia, especialmente Orígenes (ca. 185-253), los sistematizadores de dicha práctica. Contamos con testimonios de san Jerónimo, san Ambrosio o san Agustín, por citar solo algunos nombres destacados, instando o recomendando la lectio divina de los textos sagrados.
Pero será el monacato el que, desde sus inicios, allá por los siglos iv-v, convierta a la lectio en elemento central en la vida de los monjes. En esta corriente hay que mencionar especialmente la figura de Casiano (360-435), que transmitirá a Occidente la tradición de los Padres orientales. Así se llegará hasta la Edad Media, con figuras como Hugo de San Víctor, Guillermo de Saint-Thiérry o Bernardo de Claraval.
Dice la profesora Calduch que «después de la Edad Media, el método de la lectio divina vivirá un período de oscuridad, quedando relegado prácticamente a las comunidades monásticas. La lectura orante de la Palabra será sustituida por otras prácticas de carácter más intelectual o devocional, introspectivo y psicológico». En efecto, a partir del siglo xiii, y sin abandonar el claustro, la Biblia pasará –aunque ya de otro modo– al ámbito de las escuelas catedralicias y universidades, con una exégesis más erudita y «científica», y la theologia –término que en la antigüedad era intercambiable con los de lectio divina y sacra pagina– se independizará en gran medida de la Biblia, dejando a esta prácticamente como cantera de argumentos.
«El “exilio” de la Palabra de Dios –sigue diciendo la profesora Calduch– en la vida de la Iglesia y de los creyentes […] duró muchos siglos, prácticamente hasta adentrado ya el siglo xx».
Por eso, en este brevísimo recorrido que estamos haciendo no podía faltar su estación término, que no es otra que el Concilio Vaticano II (estación término que en realidad se convierte para nosotros en estación de partida). En efecto, la constitución Dei Verbum afirma:

El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura, para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo […] Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración, para que se realice el diálogo de Dios con el hombre (DV 25).

            Después del Vaticano II serán bastantes los documentos oficiales que hablen de la lectio divina y la recomienden como práctica. Por citar solo dos: el documento de la Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia (IV, C, 2) y la reciente exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, de Benedicto XVI (nn. 86-87).


b) ¿Qué es la «lectio divina»

La lectio divina podría definirse como la lectura individual o comunitaria de un pasaje de la Escritura acogida como Palabra de Dios. Se trata, pues, de una lectura orante de la Biblia. Esto significa que, en la lectio, el orante es capaz de conectar con el espíritu con el que fue escrito el texto. Como señala el Concilio Vaticano II:

La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita; por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe (Dei Verbum 12).

Guigo el Cartujo, noveno prior de la Gran Cartuja de Grenoble (1174-1180), fue el que estableció hacia 1150 los pasos básicos de la lectio como método de lectura bíblica. Lo hizo en una obra titulada Scala claustralium («La escalera de los monjes»). Esa escalera constaba de cuatro pasos o peldaños (que hacen «subir [a los monjes] desde la tierra hasta el cielo»): lectio (lectura), meditatio (meditación), oratio (oración) y contemplatio (contemplación).
1) La lectura tiene como objetivo ver qué dice el texto. Dice Giorgio Zevini[2] que, en la práctica, leer un texto significa leerlo y releerlo muchas veces, incluso en voz alta. Pero no se trata solo de leer el texto, sino de conocerlo lo más exhaustivamente posible para poder entender lo que dice. Esta etapa correspondería a la de la búsqueda del sentido literal-histórico, para lo cual el orante podrá echar mano de cuantas herramientas considere necesarias (por ejemplo comentarios bíblicos, diccionarios, etc.). En muchos casos, una buena lectio supone ya gran parte de meditatio y de oratio.
2) La meditación trata de descubrir qué me dice Dios en ese texto. Es intentar asimilar la Palabra, «rumiarla», reflexionando sobre los valores permanentes que ofrece el texto bíblico. Evidentemente ya no estamos en la fase del «sentido literal», sino en otro nivel distinto.
3) La oración se ocupa de lo que le digo yo a Dios desde el texto. Se trata, pues, de responder a lo que Dios nos ha sugerido en el pasaje de la Escritura. Porque hay que seguir manteniendo las palabras de san Pablo: «El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos orar como es debido» (Rom 8,26).
4) La contemplación, finalmente, se produce cuando Dios y el orante se miran o se unen. G. Zevini dice que es mirar con admiración, en silencio, el misterio de Dios. Obviamente, la contemplación no es ninguna técnica (por lo cual será difícil introducir esta fase en la lectio habitual), sino un don que Dios nos da.
A estos «peldaños» se añaden a veces dos más: la operatio (acción, compromiso), que tiene que ver con una transformación de la vida del orante y su consiguiente cambio de conducta, y la collatio (diálogo), la comunicación con los otros, el compartir. En el n. 87 de la exhortación postsinodal Verbum Domini, Benedicto XVI habla de la actio, «que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad».
Por su parte, los obispos del País Vasco y Navarra[3] han hablado de cuatro claves de lectura de la lectio divina:
1) supone en primer lugar una lectura respetuosa de los textos, partiendo siempre de su sentido literal;
2) implica acceder al texto desde la vida y para la vida, huyendo de cualquier connotación «académica» o de erudición estéril;
3) apunta a compartir la Palabra de Dios en la comunidad, lugar natural de la Palabra;
4) conlleva leerla a la luz de la Pascua, es decir, desde el encuentro personal con Cristo resucitado, aquel que es propiamente la Palabra de Dios.

Pedro Barrado Fernández
Director de la Escuela «Juan XXIII»
de Hermandades del Trabajo (Madrid)

Ponencia presentada en:
XXIII JORNADAS DE ESTUDIOS TEOLÓGICOS
ENCUENTRO DE SEMINARIOS MAYORES DE EXTREMADURA
«La Palabra, fuerza y alimento del ministerio sacerdotal» (Dei Verbum 21)
(Cáceres, 9-11 de marzo de 2011)

[1] El texto de la profesora Calduch puede consultarse en la página web del Congreso: http://www.sagradabibliacee.com/index.php/ponencias.
[2] G. Zevini / P. G. Cabra (eds.), Lectio divina para cada día del año. 1. Tiempo de Adviento. Estella, Verbo Divino, 82007, pp. 7ss.
[3] Obispos de Pamplona y Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Acoger y transmitir la Palabra de Dios. Carta de Cuaresma-Pascua de 2009, nn.45-48 (accesible en la sección de «Cartas pastorales», en http://www.diocesisvitoria.org).

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