De esta intuición se ha hecho también eco el Sínodo de los obispos sobre «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia» (octubre 2008) cuando, por ejemplo, afirma: «La Dei Verbum [Concilio Vaticano II] exhorta a hacer de la Palabra de Dios no sólo el alma de la teología sino también el alma de toda la pastoral, de la vida y de la misión de la Iglesia (cf. DV 24). Los obispos deben ser los primeros promotores de esta dinámica en sus diócesis. Para ser anunciador y anunciador creíble, el obispo debe nutrirse, él el primero, de la Palabra de Dios, de manera que pueda sostener y hacer cada vez más fecundo su propio ministerio episcopal. El Sínodo recomienda incrementar la “pastoral bíblica” no en yuxtaposición a otras formas de pastoral sino como animación bíblica de toda la pastoral» (proposición 30).
La Biblia tiene una función transversal en toda la pastoral. Nada en la pastoral es ajeno a la Palabra de Dios. Y esto no sólo es aplicable a la pastoral sacramental o litúrgica. Se extiende a la homilía, a toda la predicación, a la catequesis (a toda la catequesis), a la pastoral social, a la de la salud, a la de la inmigración, a la ecuménica y un largo etcétera. La Palabra de Dios interpela a toda la comunidad cristiana y tiene la vocación de informar, de transformar toda la realidad eclesial.
Es necesario, es urgente que la Palabra de Dios recupere la centralidad que le corresponde. En todas las parroquias, en todos los grupos, en todas las comunidades y movimientos ha de ser una prioridad la lectura, estudio, plegaria de la Biblia, en una perspectiva actualizadora, provocadora, transformadora de la propia comunidad. El mismo sínodo de la Palabra pedía «una reflexión teológica sobre la sacramentalidad de la Palabra de Dios» (proposición 7). Es Jesús, Palabra de Dios, quien se hace presente, quien nos habla a través de ella.
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