El inicio de
la narración de la situación del pueblo de Israel en Egipto, descrito en el
libro del Éxodo, es dramático. Los israelitas padecen una situación grave de
injusticia, de opresión, de servidumbre y claman al Dios de la Biblia.
«Durante este
largo período murió el rey de Egipto; los israelitas, gimiendo bajo la servidumbre,
clamaron, y su clamor, que brotaba del fondo de su esclavitud, subió a Dios.
Oyó Dios sus
gemidos, y acordose Dios de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios
a los hijos de Israel y conoció»
(Éxodo
2,23-25).
Dios no
abandona a su pueblo
Los
israelitas, desde la opresión de la servidumbre, lloran y gritan a Dios. Su
oración no es precisamente rutinaria, nace del dolor y del sufrimiento por la
injusticia. Su única esperanza es en Dios. ¿El Señor los escuchará? ¡El Dios
bíblico nunca se hace el sordo! No abandona a su pueblo, no se olvida de los
que padecen injustamente.
Dios no es un
mero observador de la historia –como en muchas ocasiones es presentado o
imaginado–; Él escucha su clamor, recuerda su alianza, mira la humillación que
están padeciendo, conoce a su pueblo.
Dios oye,
se compadece, es fiel
En la
antropología bíblica, escuchar, recordar y mirar son verbos, acciones que
implican a toda la persona, que indican la totalidad. Dios se involucra en la
historia humana, toma partido por los más débiles: los escucha, los mira
compadeciéndose, es fiel a sus promesas.
Dios conoce
a su pueblo
Dios también
«conoce» a su pueblo. El verbo «conocer» en hebreo tiene un sentido de
intensidad, de relación personal, de intimidad. El Dios de Israel no conoce
superficialmente o de oídas, conoce en profundidad, hace suyo el sufrimiento
del oprimido. Ama intensamente a sus hijos necesitados, se compadece de ellos.
Un Dios
«parcial»
El Señor de la
historia aparece como un Dios «parcial», Alguien que se pone del lado del más
débil, del oprimido, del pequeño… Aquellos que no tienen quien les defienda,
que nadie apuesta por su causa, tienen de su parte al Señor.
Dios ama por
igual a todos sus hijos e hijos, pero le preocupan, le ocupan de una manera
especial los más débiles, los más frágiles, aquellos que no cuentan a los ojos
humanos…, pero son sus hijos predilectos. Es un Padre-madre que cuida
amorosamente a sus pequeños. Así nos lo describe el libro del profeta Isaías: «¿Puede
una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré» (Isaías 49,15).
El narrador bíblico
está preparando la teofanía en el monte Horeb, donde Dios se manifestará a
Moisés. Dios actúa, se implica en la historia humana. El Dios de Israel, el
Señor de la historia se involucra en la vida y en las vicisitudes de su pueblo,
de sus fieles.
Para la oración
·
Mi oración, mi diálogo con Dios nace desde la confianza de un hijo
esperanzado, que se fía plenamente de su Padre. ¿Estoy realmente convencido que
el Señor siempre escucha?
·
¿Creo en un Dios que se implica en la historia humana, en mi historia
personal? O mi percepción de Dios es de Alguien lejano, ausente, que no se
interesa para nada por mis problemas o preocupaciones, que «pasa» de nuestras
inquietudes, alegrías o desgracias cotidianas, de las mías y de las del mundo en general.
·
Las situaciones de injusticia, de dolor, de opresión que sufren
otros seres humanos ¿las siento como propias? ¿considero que son mis hermanos?
O, por el contrario, ¿me autoconvenzo que no son mis problemas ni los de mi
familia; que son extranjeros o inmigrantes que vienen a empobrecernos, a
conseguir las ayudas sociales que nos corresponden sólo a nosotros; que
trabajen, que solucionen sus dificultades en su país de origen? He de persuadirme,
de convencerme, que esa actitud, esos criterios no tienen nada que ver con el
mensaje de la Palabra de Dios, con el Evangelio de Jesús. O cambiamos de
actitud o dejemos de llamarnos cristianos (seguidores de Jesús), porque es
incompatible.
·
Dios escucha, mira, recuerda, conoce… las desgracias del pueblo de
Israel en Egipto. ¿Yo también escucho a quien me pide ayuda, a quien requiere
mi atención, a quien necesita que alguien (yo, tú) le atienda? ¿Miro con
compasión al necesitado, padezco con él su desgracia, la hago mía (compasión =
padecer con)? ¿Recuerdo que el ser cristiano me compromete en el amor al
prójimo como a mi mismo? ¿Conozco existencialmente su sufrimiento; lucho por
acabar con toda clase de injusticia en un mundo injusto?
·
El Dios de la Biblia es un Dios «parcial» que siente predilección
por sus hijos más vulnerables, más pobres, más desamparados, por aquellos que
sufren el horror de la guerra o la violencia de la persecución política, étnica
o religiosa… Nosotros como seguidores del Dios de Jesús no debemos, no podemos
permanecer impasibles, distantes, despreocupados ante estas situaciones:
«”Porque tuve hambre (dice Jesús) y no
me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era forastero y no me
hospedasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no me
visitasteis”.
Entonces también éstos replicarán: “Señor,
¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o
en la cárcel, y no te socorrimos?”.
El les responderá: "Os lo aseguro:
todo lo que dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo lo
dejasteis de hacer".»
(Mateo 25,42-45).
Javier Velasco-Arias
(Publicado en Lluvia de rosas 682 [2018] 9-11)