lunes, 12 de diciembre de 2016

La esperanza en el Nuevo Testamento

Esperanza”: palabras con las cuales comparte –al menos en parte un mismo contenido: Confianza - Deseo (Anhelo) - Fidelidad - Fe - Paciencia - Presencia del Señor - Promesa -  Expectativa - Seguridad - Amor - Perseverancia­­­- Constancia - Tesón.

“Cada texto tiene su contexto”. Intentaremos exponer alguno de ellos.

En hebreo, esperanza se refiere a las raíces qavah, yahal y batait, que los traductores expresaron en griego (elpizo, elpis, pepoitha, hypomeno) o en latín (spero, spes, confido, sustineo, exspecto...).

La esperanza, enraizada en la fe y en la confianza, puede entonces desplegarse hacia el futuro y activar con su dinamismo toda la vida del creyente.
La esperanza mantiene la paciencia y la fidelidad, cuya expresión mayor, según el NT, es el amor.
                                          
Debemos tener en cuenta la realidad, de nuestra relación con el Señor, mediante un diálogo (Revelación, a iniciativa de Él), que se remonta a Abraham (Alianza y descendencia), al pueblo de Israel (la tierra prometida)… Es decir, participamos en la economía de la salvación, todo un proceso que progresivamente se va concretando en la “historia” del ser humano (desde un origen y hacia un final, en forma lineal).
No existe una ruptura con el AT, al contrario, continua “el camino”, dando paso a unos momentos “determinantes” en la historia de salvación.

AT. LA ESPERANZA DE LAS BENDICIONES Y DONES DE YAHVEH. Si la promesa hecha en los orígenes a la humanidad (Gn 3,15; 9,1-17) atestigua que el Creador no la dejó jamás sin esperanza; con Abraham comienza la historia de la esperanza bíblica. El porvenir garantizado por la promesa de una tierra y una descendencia numerosa (Gn 12,1s). Durante siglos la esperanza de Israel seguirán siendo del mismo orden terrenal: “la tierra que mana leche y miel” (Ex 3,8.17), todas las formas de la prosperidad (Gn 49; Ex 23,27-33; Lev 26,3-13; Dt 28).  Estos bienes terrestres son para Israel "bendiciones” (Gn 39,5; 49,25) y "dones” (Gn 13,15; 24,7; 28,13) el Señor se muestra fiel a la alianza (Ex 23,25; Dt 28,2). La esperanza se funda en una promesa (divina, y por tanto, fiable) que la motiva y legitima.
La alianza y la fidelidad inquebrantable de Dios (=el arca, el templo, la Palabra)

Sólo citaré cuatro momentos cruciales del proceso de expresión de la esperanza:

1. El nacimiento de Jesús (la navidad, próxima celebración). LA ENCARNACIÓN.
2. Los elegidos “los pequeños”, aquellos en los que se centra la esperanza. 
3. El reino de Dios, del Señor, de los cielos.
4. La doctrina de Pablo sobre la esperanza (1 Ts)
   
1. LA ENCARNACIÓN.
La encarnación (“hacerse carne”) Ireneo (202 dC) la encarnación de la Palabra de Dios  sinónimo àadquirir condición humana. Concilios de Nicea (325 dC) y Constantinopla (381 dC), creencia en el único Señor Jesucristo, quien “se encarnó” y se hizo “hombre”.
Jn 1,14: La palabra (logos) se hizo carne (sarx) y acampó entre nosotros.

Jesucristo corporeiza en su persona “la Palabra” que viene del Señor y que ya “al principio” estaba junto a Dios (Jn 1,17: Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo). Juan diserta sobre el tema.

Israel, en tiempos de Jesús, esperaba un libertador, un mesías político o social, un rey descendiente de David, que renovase el esplendor de tiempos pasados, un revolucionario (jefe militar) que se enfrentase al yugo del Imperio Romano.

Como descendiente de David según la carne” (Rm 1,3), “nacido de una mujer y nacido bajo la ley” (Gal 4,4).

Jesús da al reino de Dios el primer puesto en su predicación (>conversión). Anuncia la buena nueva del reino (Mt 4,23; 9,35).
El “reino de Dios” escribe Marcos; “reino de los cielos” escribe Mateo (lenguaje rabínico). Las dos expresiones son equivalentes.
Con su venida llega a su fin el dominio del Maligno, del pecado y de la muerte sobre los hombres: “Si yo lanzo los demonios por el Espíritu de Dios, ha llegado, pues, a vosotros el reino de Dios” (Mt 12,28).
Los apóstoles, reciben la misión de proclamar el Evangelio del reino (Mt 10,7). En consecuencia, después de Pentecostés “el reino” es el tema central de la predicación evangélica, incluso en Pablo (Hch 19, 8; 20,25; 28,23.31).
  
2. LOS PEQUEÑOS
Metáfora: “insignificante, sencillo, sin derechos, despreciados de la comunidad” (ej. “el niño”), la expresión evangélica, citado tres veces en el discurso de Mt 18,6.10.14.
“Los pequeños” son el “prójimo” de todo cristiano, aquellos por los cuales Jesús expresa una máxima atención. Necesitan de la ayuda, la colaboración pues por sí mismos es prácticamente imposible su liberación.
Se lo puede “recibir como un niño” (Mc 10,15). El más pequeño en él es mayor que Juan el Bautista (Lc 7,28). Las parábolas (hablan en presente)

Hablar de la esperanza es decir el lugar que ocupa en la vida del creyente  “el pasado, el presente y el futuro”, al que están llamados todos los hombres (1Tim 2,4;”que quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad”).

Las promesas fueron reveladas poco a poco a su pueblo, que no será una realidad de este mundo, sino “una patria mejor, es decir, celestial” (Hb 11,16): “la vida eterna”, en la que el hombre será “semejante a Dios” (1Jn 2,25; 3,2).

3. EL REINO DE DIOS, DEL SEÑOR, DE LOS CIELOS.
Marcos: “El tiempo se ha cumplido y ya está cerca el reino de Dios” (Mc 1,15)
Mateo, símiles como parábolas del reino de Dios y pone el acento en el carácter futuro: “Venga tu reino” (Mt 6,10; Padrenuestro). Como ocurre con la pesca (13,47) y la cosecha (13,36.43), el reino de Dios llega con la separación de buenos e inútiles (25,31-46) o con la llamada definitiva a la boda (Parábola de las diez muchachas, 25,1-13).
Lucas combate la idea de que se pueda calcular cuándo llegará el reino de Dios (parusía), nadie conoce la hora y que habrá de rendir cuentas.
El término parusía (Griego: “presencia, llegada”), es el acontecimiento esperado al final de la historia de los tiempos: la Segunda venida de Cristo glorificado (1Te 2,19; 3,13; 4,15; 5,23).
En la Biblia, se menciona en diversas ocasiones, salvo en el Evangelio de Marcos.
Este porvenir, llamado parusía (Stg 5,8; 1Te 2,19; 3,13; 4,15; 5,23), "día del Señor, "visita”, "revelación”, parece muy próximo (Stg 5,8; 1Tes 4,13ss; Hb 12, 18ss; 1Pe 4,7) y se muestra cierta extrañeza de que tarde (2Pe 3,8ss). En realidad vendrá “como un ladrón en la noche” (1Tes 5,1ss; 2Pe 3,10; Ap 33,3). Esta incertidumbre exige que se esté en "vela” (1Tes 5,6; 1Pe 5,8) con una "paciencia” inquebrantable en las "pruebas y en sufrimiento” (Stg 5,7ss; 1Tes 1,4s; 1Pe 1,5ss).
Mateo utiliza esta palabra (Mt 24,3.27.37.39). Las cartas pastorales prefieren el término “EPIFANÍA”. Apocalíptica: un nuevo “eón” (una nueva era)

“AHORA –SÍ-, PERO TODAVÍA NO”: El reino, ya presente, no obstante, todavía futuro. La esperanza continúa, orientada únicamente hacia la vida eterna (Mt 18,8s), hacia la venida gloriosa del "Hijo del hombre…recompensará a cada uno conforme a sus hechos” (Mt 16,27; 25,31-46).

Tensión en la esperanza, orientada hacia el futuro, centrada en Jesucristo, en quien se cumplen todas las promesas (2Co 1,20). Jesús mismo se vincula a esta esperanza y la ve cumplida en su actuación como irrupción del reino de Dios (Mc 1,15; Lc 4,21; 11,20). Es el tiempo mesiánico de la salvación (Mt 11,5.13; Lc 16,16).
La nueva alianza es, al mismo tiempo, todavía una alianza de la promesa. En efecto, “la esperanza que ya se ve cumplida no es esperanza” (Rm 8,24)
La esperanza determina la actitud básica de toda ética cristiana, da a la acción cotidiana un objetivo y un valor.
  
4. LA DOCTRINA DE PABLO SOBRE LA ESPERANZA.

Pablo, en 1 Te, exhorta a una joven comunidad cristiana a vivir en la esperanza de la próxima venida de Jesús. La primera carta, el primer documento cristiano que ha llegado a nosotros en su edición final. Veinte años después de hechos pascuales.
LA TRIADA: 1 Te 5,8;”pero nosotros, que somos del día, debemos estar siempre en nuestro sano juicio. Debemos protegernos, como con una coraza, con la fe y el amor; y cubrirnos, como con un casco, con la esperanza de la salvación

1Te 1,3;”…Sin cesar, recordamos ante dios, nuestro Padre, qué activa es vuestra fe, que esforzado vuestro amor y qué firme la esperanza que habéis depositado en nuestro Señor Jesucristo.”

La esperanza de la resurrección: “El regreso del Señor”; 1Te 4,13-18:”Hermanos, no queremos que ignoréis lo que ocurre con los muertos. De este modo no os entristeceréis como los que no tienen esperanza. Así como creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios resucitará juntamente con Jesús a los que murieron creyendo en él.”

La gloria coronará “la constancia en la práctica del bien” (Rm 2,7).
La libertad humana es frágil (Rm 7,12-25).
¿Puede el cristiano verdaderamente esperar tomar parte en la herencia prometida? (Col 4,24) Puede y debe, como Abraham, “esperar contra toda esperanza”. Por razón de su fe en las promesas (Rm 4,18-25) y de su confianza en la fidelidad de Dios, que garantizará la fidelidad del hombre (1Tes 5,24; 1Cor 1,9).
El cumplimiento de las promesas en Jesucristo (1Co 1,20) tiene un papel fundamental en la reflexión de Pablo. La gloria esperada es una realidad actual (2Co 3,18-4,6), aunque invisible (2Co 4,18; Rm 8,24s). Un bautizado está ya resucitado (Rm 6,1-7; Col 3,1).

Cuando su muerte parece próxima, espera el premio –como un atleta- (Flp 3,14) que coronará su esfuerzo (2Tim 4,6ss). Pero sabe que su recompensa es Cristo mismo (Flp 3,8). Su esperanza es ante todo la de estar con él, “personal” (Flp 1,23; 2Cor 5,8).
La esperanza como actitud del cristiano. (1Tes 2,19; “Pues ¿cuál es nuestra esperanza, nuestra alegría y la razón de que nos sintamos orgullosos? ¡Vosotros mismos lo seréis cuando regrese nuestro Señor Jesucristo!).

1Te 5,8: nosotros, que pertenecemos al día, vivíamos sobriamente, armados con la coraza de la fe y del amor y con el casco protector de la esperanza de la salvación

1Te 5,1-2: En cuanto al momento y las circunstancias, no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá como un ladrón en plena noche
  
En el Apocalipsis. La esperanza del cristiano, triunfar hasta la venida del «universo nuevo», que realizará definitivamente las profecías del AT (Ap 21-22).  Al final del libro promete el esposo: "Mi retorno está próximo” Y la esposa le responde: “¡Ven, Señor nuestro!” (Ap 22,20). Esta llamada reproduce una oración aramea de la Iglesia de los primeros días: Marana tha! (1Co 16,22).

Enrique Grau

lunes, 5 de diciembre de 2016

La Esperanza en el Antiguo Testamento

·         Espera de ayuda, de salvación… desde la «oscuridad»

El patriarca Jacob en su «testamento», en su «discurso de despedida», antes de morir, incluye una invocación a Dios, junto a las diversas exhortaciones y bendiciones a cada uno de sus doce hijos.

¡De ti espero la salvación, oh Señor! (Gn 49,18).
[…] Cuando Jacob terminó de dar instrucciones a sus hijos, recogió los pies en la cama, expiró y se reunió con los suyos. (Gn 49,33).

Espera la salvación, pero ¿qué salvación? En la época de los patriarcas la esperanza aún es algo oscuro, nebuloso, cuando no ausente del todo. La mayoría creía que el final que esperaba al ser humano era el seol, el hades, el «país de los muertos».

El autor de la carta a los Hebreos, recuerda a los Patriarcas y su esperanza futura, cumplida sólo después de muchos siglos en Jesucristo.

Todos éstos murieron dentro de la fe, sin haber recibido las cosas prometidas, sino viéndolas y saludándolas desde lejos, y confesando que eran extranjeros y forasteros sobre la tierra. Realmente, los que usan este lenguaje dan a entender con ello que van en busca de patria (Heb 11,13-14).

La oscuridad de esta esperanza es clamada por el autor de los libros de las Crónicas.

Emigrantes y extranjeros somos delante de ti, como lo fueron todos nuestros padres. Como sombra pasan nuestros días sobre la tierra, y no hay esperanza (1Cr 29,15).

·         Esperanza de salvación, de la liberación del pueblo

En muchas ocasiones la esperanza de Israel se concreta en esperar la salvación del Pueblo de Dios, al que el Señor no puede abandonar.

La oración, las súplicas, los gritos desgarradores de auxilio del pueblo israelita, esclavo y oprimido en Egipto, espera una respuesta del Dios de los padres.

23 Los israelitas seguían lamentándose de su servidumbre y clamando, y su grito de socorro, salido del fondo de su esclavitud, llegó a Dios.
 24 Oyó Dios su gemido, y se acordó de su alianza con Abrahán, Isaac y Jacob.
 25 Miró Dios hacia los israelitas y Dios los reconoció. (Ex 2,23-25).

De forma similar, en la época de Judit, el pueblo espera la salvación de un Dios que no abandona, que no puede abandonar a sus fieles.

17 Por eso, invoquémosle en nuestro socorro esperando con paciencia su salvación y escuchará nuestra voz si es de su agrado.
 18 Es bien cierto que no hay en nuestro tiempo, ni hay en el día de hoy, tribu alguna, ni familia, ni pueblo, ni ciudad entre nosotros que adoren a dioses fabricados por manos de hombre, como sucedió en los días antiguos.
 19 Por ello fueron entregados nuestros padres a la espada y al saqueo, y cayeron con gran estrago ante nuestros enemigos.
 20 Pero nosotros no conocemos a otro Dios que a él; por eso esperamos que no nos mirará con desdén ni se apartará de nuestra raza.  (Jdt 8,17-20).

·         Sus fieles confían en un Dios que nunca les abandona

Con esa confianza eleva su oración el salmista y, con él, todo el pueblo.

En ti esperan los que saben de tu nombre, pues tú no abandonas, Señor, al que te busca (Sal  9,11).

Nadie que en ti espere tendrá que avergonzarse, la vergüenza será para los traidores sin motivo (Sal  25,3).

El Señor es mi fortaleza, él mi escudo, en él espero y él me ayuda: mi corazón se regocija y con mi canto le doy gracias (Sal  28,7).

 El Señor es el que vela por sus fieles, por los que esperan en sus gracias (Sal  33,18).

 Nuestra vida está en espera del Señor, él, nuestro socorro y nuestro escudo (Sal  33,20).

 Vengan, Señor, sobre nosotros tus mercedes, cual de ti lo esperamos (Sal  33,22).

Yo espero firmemente en el Señor; él se inclina hacia mí y escucha mi lamento (Sal  40,2).

Busca sólo en Dios reposo, alma mía: él es en quien yo espero (Sal  62,6).

Tú eres mi esperanza, mi confianza, Señor, desde mi juventud (Sal  71,5).

Cuanto a mí, seguiré esperando, reiterando mis alabanzas (Sal  71,14).

Yo espero en el Señor, mi alma espera, yo confío en su palabra (Sal  130,5).

·         Aunque también hay una esperanza vana: la de los malvados

De una manera especial la literatura sapiencial se hará eco de la verdadera y la falsa esperanzas.

La esperanza de los justos es alegría, la expectación de los malvados fenecerá (Pr 10,28).

 Al morir el malvado, su esperanza perece; la ilusión de los perversos se disipa (Pr 11,7).

La esperanza frustrada enferma el corazón, el deseo satisfecho es árbol de vida (Pr 13,12).

Quien desprecia la sabiduría y la instrucción es desgraciado; es vana su esperanza; inútiles sus fatigas, sin provecho sus trabajos (Sab 3,11).

La esperanza del impío es como pelusa que se lleva el viento, como fina escarcha que arrastra el huracán; es como el humo que el viento disipa, pasa como el recuerdo del huésped de un día (Sab 5,14).
La esperanza del ingrato se derrite como escarcha de invierno, se escurre como agua inservible (Sab 16,29).

Esperanzas vanas y engañosas las del hombre necio; los sueños dan alas a los insensatos (Sir 34,1).

·         La esperanza en los profetas

Los profetas, tanto de Israel como de Judá, mantendrán la esperanza en el pueblo. Esperanza de salvación, esperanza de ayuda, esperanza de reconstrucción, esperanza en que el Señor nunca abandona.

 Aquel día se dirá: "He aquí nuestro Dios, de quien esperamos que nos salve, éste es el Señor en quien esperamos. Exultemos y gocemos en su salvación (Is 25,9).

Señor, ten piedad de nosotros, en ti esperamos; sé nuestro brazo cada mañana, nuestra salvación en tiempo de angustia (Is 33,2).

Yo espero del Eterno vuestra salvación. Un gozo me inundó de parte del Santo, por la misericordia que pronto os llegará de parte del Eterno, vuestro salvador (Bar 4,22).

Entonces toda la asamblea clamó a grandes voces y bendijo a Dios que salva a los que esperan en él (Dn 13,60).

Tú conviértete a tu Dios, guarda el amor y el derecho, espera en tu Dios siempre (Os 12,7).

 Pero yo fijaré mi vista en el Señor, esperaré en el Dios de mi salvación: mi Dios me escuchará (Miq 7,7).

Una esperanza que en diversas ocasiones se concretaba en la espera del Mesías.

Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios: hablad al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble castigo por sus pecados.
Una voz grita: «En el desierto preparad un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se nivele; y se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos ha hablado la boca del Señor.»
(Is 40,1-5).

Mirad, yo envío mi mensajero a preparar el camino. De pronto entrará en el santuario el Señor que buscáis; el mensajero de la alianza que deseáis, miradlo entrar dice el Señor Todopoderoso.
[…] Recordad la Ley de Moisés, mi siervo, los preceptos y mandatos para todo Israel que yo le encomendé en Monte Horeb.
Y yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible: reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra.
(Mal 3,1.22-24). 

·         Esperanza de resurrección

En los libros más tardíos encontramos la esperanza de la resurrección, de una vida después de la muerte. La muerte violenta, el martirio… llevarán a la comunidad creyente a comprender, a plantearse que la muerte no tiene la última palabra en el plan salvífico de Dios.

Aunque la gente pensaba que sufrían un castigo, su esperanza está henchida de inmortalidad (Sb 3,4).

Los que teméis al Señor, esperad bienes, y gozo eterno y misericordia (Sir 2,9).

Los que temen al Señor vivirán, porque su esperanza se apoya en su Salvador (Sir 34,13).

La época helenista, sobre todo en la época del soberano seléucida Antioco IV epífanes, que masacró el pueblo, alimentará la reflexión teológica sobre la resurrección de los muertos.

Cuando estaba para morir, dijo así: "Es preferible morir a manos de los hombres, cuando se tiene en Dios la esperanza de ser de nuevo resucitado por él. Pero para ti no habrá resurrección para vida" (2Mac 7,14).

Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ver con sus propios ojos las consecuencias del pecado de los caídos.
Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. Obró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección.
Si no hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos.
Pero considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso hizo una expiación por los caídos, para que fueran liberados del pecado.  (2Mac 12,42-45).

Javier Velasco-Arias